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Ganar el partido
Susana Díaz ha anunciado que no se presentará a la secretaría general del PSOE y los brotes de aduladores que germinaban como si viviéramos una primavera atrasada se han achicharrado bajo el sol del incipiente verano.
En entrevista en la SER, Díaz argumentaba que ha escuchado opiniones ciudadanas para no incurrir en el error de su partido de “no haberse enterado de lo que ha pasado el 25 de mayo” (08’29“). Mi intuición susurra que también ha leído lúcidos análisis como el del radical bolchevique J. M. Atencia, en el pasquín de extrema izquierda El PAIS.
Demuestra ser lista. En la decisión y en la estrategia que ya despliega, al proclamarse de casta fontanera, ejemplo de movilidad social gracias a becas creadas por el PSOE. Bofetá sin mano a los PablosIglesias, presuntamente burgueses por ser profesores universitarios. Argumento tan populista como los chavistas que critican: el origen no le hace a uno peor, pero tampoco mejor. Fontaneros los hay reaccionarios. Y ella puede pertenecer, a la vez, a su casta familiar y a la del aparato en cuyo seno ha crecido, no como mujer, sino como cargo. Demuestra ser más lista, en todo caso, que la camarilla mediático-baronesca que jaleaba que se presentara.
En un primer impulso casi me ha pesado. Porque creo que su renuncia -coyuntural- es buena para el PSOE y complica las expectativas de victoria electoral, en todo el país y sobre todo en Andalucía, de esas izquierdas unidas que estarían formadas por una hipotética alianza de la formación homónima y las recientes alternativas encabezadas por Podemos.
El PSOE, impulsado por su alma-mater Felipe González a convertirse en un partido Demócrata a la estadounidente (Anguita dixit en la Sexta Noche y lo creo certero) ante los peperos-republicanos (qué sintagma más raro resulta éste en España y qué orgullosos están de su república incluso los norteamericanos más fachas), tiene una capacidad sólo igualada por Madonna para reinventarse. Cierto que ya los disfraces de estilistas y milagros de cirujanos no le quedan como antes, cierto que empieza a dar grima, pero aún así le veo capaz de volver al top de la lista con hábiles maniobras mercadotécnicas. Como ésta de Díaz.
Habría sido más fácil que ella, como la mayoría de dirigentes del PSOE, no atisbase lo que está pasando en la base social y se hubiera alzado como líder nacional por la puerta de atrás, sin presentarse a unas elecciones andaluzas que ahora le veo más cerca de ganar. Habría sido más fácil conseguir ese 50+1 de voto en verdad izquierdista, progresista, transformador si el tortazo del PSOE en las locales y regionales fuera abrumador.
Ahora Izquierda Unida, Podemos, Equo+Compromis, Red, Partido X, Piratas, Recortes cero, Partido animalista, Discapacidad y Enfermedades Raras, etc, tienen que redoblar esfuerzos tanto en lo que se refiere a su funcionamiento individual como a la coordinación. Para ganar y aplicar una política al servicio de los ciudadanos y no de los mercados y demás poderes fácticos. Los grupos mediáticos que sustentan el sistema bipartito se frotan las manos ante el más mínimo desencuentro, escollo en el camino. Lo amplifican porque en el mantenimiento del status quo les van esas lentejas -deconstruidas- a las que han acostumbrado sus paladares estas cuatro décadas.
Pero una vez sopesado el panorama creado por la renuncia de Díaz, no puedo dejar de verle la parte positiva. Por un lado, no se engañe nadie, el PSOE no lo va a tener fácil. Reformarse de verdad -que ojalá, pero ¿está dispuesto a la democracia interna, a cambiar la ley de partidos, a sacar la prioridad del pago de la deuda de la Constitución, a un referéndum Monarquía/República, a limitar mandatos, a cambiar la ley de financiación, a promover la participación vía ILP, etc?- o de forma ficticia pero verosímil es una tarea compleja y a ver quién se presta a quemarse en una etapa intermedia.
Y de otro, esto no hace más que constatar lo viva que está en España la política, ¡divina herencia del 15-M! -no todas iban a ser herencias funestas, como la de la crisis o la del testamento falsificado para que tres millones de euros fueran a la Fundación Reina Sofía, ¡y eso que es el miembro más valorado de la Casa Real! ¿Quién se encargaba de esas recaudaciones? ¿Y ése también se va ahora con la abdicación o la segunda línea de poder en la estructura de La Corona se mantiene? ¿Es acaso inviolable el responsable de la Fundación Reina Sofía implicado en este escándalo?-.
En nuestro país, a diferencia de lo que pasa en vecinos estados europeos, incluso de más tradición democrática -en cantidad de años me refiero pues en cuestiones como el sufragio femenino fuimos pioneros- la ciudadanía golpeada por la crisis no ha entregado su voto a grupos fascistas, sino que llevamos adelante un doble proceso: contribuyendo a que emerjan nuevos partidos vía participación directa y haciendo sentir nuestro aliento en la nuca de los que ya existían para obligarlos a reflexionar, cambiar -mucho o poco de nuestra presión dependerá- y dejarnos participar.
En este mes de Mundial, podríamos recurrir al tópico futbolístico de que, aunque el partido sea más complicado si el equipo de enfrente no tiene lesionados, la afición se verá beneficiada por un mano a mano de mayor calidad. Asumamos que la conquista democrática de la copa del mandato ciudadano para gobernar no va a tener la épica de lo que se logra en unos pocos encuentros, en unas pocas jornadas, en unas cuantas manifestaciones entusiastas. No será del ritmo que gusta a los mass media, porque no será tan rápida.
La victoria -como proclama Cholo Simeone- se fragua paso a paso, día a día, sin desfallecer de aquí a la próxima cita electoral. Asumamos lo seguro: nos van a hacer faltas, y a pitar penalties injustos. Incluso sumarán cinco minutos extra si nos ven capaces de vencer, como al Atlético en la final de Champions, para que en el 93’ gane el Real Madrid. Árbitros y jueces de líneas, los habrá comprados e intimidados por el equipo que está acostumbrado a triunfar. Pero fútbol es fútbol, gol es gol, y siempre queda un resquicio para que gane el mejor.
En ningún otro partido tiene más sentido que en éste eso de que nosotros, la gente, seamos el jugador número 12, participando, interviniendo. A ver si por una vez usamos lo mejor de nuestras energías no sólo para alzarnos con la corona de papel de aluminio de campeones de un juego infantil, sino para controlar el cetro que rija, en plena soberanía y libertad, los designios de nuestras vidas. Con vistas a pasarlo luego, como el testigo en la carrera de relevos -inventada, junto a la democracia, por los griegos- a esos hijos nuestros.