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Iceberg bajo el caso Dani Alves

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Respetar la presunción de inocencia es una exigencia democrática y además para mí, que he crecido entre abogados, una convicción. Pero eso no está en absoluto reñido con que, mientras se instruye y se juzga el caso del futbolista Dani Alves, encarcelado en Barcelona acusado de violar a una mujer de 23 años, la industria del fútbol, la prensa deportiva, la generalista, los poderes públicos y la sociedad civil analicemos qué demonios pasa con el fútbol cuando se apagan los focos sobre el juego más exitoso del mundo. Razones para indagar sobran dada la sucesión de episodios graves.

Oigo, en programas deportivos de radio, que “es mejor no hablar más del tema porque es el momento de que la justicia actúe”. A ver, la justicia también tiene que actuar en el caso de Yassine Kanjaa, acusado de matar a un sacristán y malherir a un párroco este miércoles en Algeciras, y eso no quita que los medios de comunicación reconstruyan paso a paso su criminal recorrido, ni que entrevisten a testigos o a sus compañeros de piso, que informen de que la Policía analiza su teléfono y publiquen fotos de su cuarto revuelto en busca de pruebas, mientras se especula sobre si será un religioso radical o un enfermo mental por consumo de drogas. Hasta los políticos hablan, Feijóo como poseído por Vox. Sobre el caso Alves, en cambio, silencio súbito.

Hubo una primera reacción de Xavi Hernández, entrenador del Barça, ex compañero de Alves y referente futbolístico nacional, diciendo: “Me sabe muy mal por él”. Y, aunque tras la lluvia de críticas rectificara y se solidarizara con la víctima, sigo echando en falta declaraciones, comunicados y tuits de futbolistas, directivos, equipos pronunciándose contra la violación, contra la violencia machista y en apoyo a las mujeres que las padecen. ¿Dónde están esos grandes nombres del fútbol y otros deportes que tanta solidaridad en redes exhiben ante cualquier revés?

Olor a podrido y silencio en la elite del fútbol masculino 

A Alves le favorecen su éxito, fama, contactos y dinero. Él es el jugador con más títulos, 42 frente a los 41 de Messi. Él y su entorno saben cómo dar su versión. Antes de ser detenido, el jugador mandó este vídeo a Antena 3TV desmintiendo a la denunciante; ya encarcelado, la modelo Joana Sanz, casada con él, difundió un mensaje en redes sobre “lo respetuoso” que es y cómo “mujeres atrevidas” suelen “intentar algo con él”; ahora, el hermano de Alves dice, de nuevo en Antena 3 TV y repiten Marca y Hola, que Alves “cayó en una trampa y es víctima de una conspiración demonicodiabólica”.

Mientras la víctima protege su identidad y, para ser creída, renuncia a la indemnización y al pago de su terapia tras la violación, el jugador y su entorno divulgan su versión en los medios informativos.

Sería de risa si, mientras, la víctima no estuviera sufriendo tanto como para renunciar a la indemnización estipulada tras una futura victoria judicial, como para renunciar al pago de la terapia que está necesitando para superar las bofetadas, los insultos, la felación y penetración, todo con tal de ser creída.

Es para llorar, porque hay precedentes horribles, como el del también brasileño estrella del Real Madrid o del Milán Robinho, condenado en 2017 a nueve años de cárcel y multa de 60.000 euros por violar a una mujer en una discoteca italiana y que escapó a Brasil sin cumplir pena alguna; o el del portugués Cristiano Ronaldo acusado en 2009 en EEUU de una violación anal, caso que se cerró con acuerdo extrajudicial; o el de su compañero francés en el Madrid Karim Benzema, condenado a un año de cárcel y 75.000 euros por chantaje con un vídeo sexual a otro jugador; o el asalto sexual a una empleada de Nike por el brasileño Neymar, ex del Barça y actual del parisino PSG, que le valió el fin del contrato con esa marca tras otra denuncia de violación que Brasil archivó.

Sin visos de un Me Too futbolístico

Con toda la atención que mueve el fútbol, en España y en el mundo, con lo grave que puede ser que en la más poderosa industria deportiva exista la red de predadores machistas que la industria del cine combate desde que emergió el movimiento Me Too, no veo, la verdad, una postura valiente y decidida de denuncia y lucha contra la podredumbre ni en el sector, ni en la prensa que lo rodea. En este perfil sobre Alves en El País se habla de su trayectoria de juergas en Barcelona, hasta estando lesionado, noches de discoteca compartidas con amigos periodistas donde Álves les pedía que no le “expusieran” y “sus colegas cumplieron el pacto”, madrugadas en las que “si se le acercaba una tía él decía sí a condición de que trajera amigas para sus amigos”.

Querría esperar de compañeros periodistas que la cercanía o incluso amistad con su fuente no les haya nublado ni nuble el juicio. Pero que el nuevo abogado de Alves, Cristobal Martell, sea también el de Jordi Pujol y familia me recuerda cómo durante décadas el poder del molt honorable president catalán deslumbró tanto que se fue incapaz de informar de la más descarada corrupción de su clan.

Surgen dudas sobre el rol de la prensa deportiva ante casos como el de Dani Alves o del entrenador Carlos Santiso aún al frente del Rayo Vallecano femenino pese a sus WhatsApp de cuando entrenaba a chicos y promovía la violación grupal para hacer piña.

El caso Dani Alves, si se prueba -gracias a la denuncia de la afectada, al buen protocolo en la discoteca Sutton, a la minuciosa instrucción policial y a las contradicciones del futbolista ante la jueza-, será un hito, pero hay arraigado en el fútbol un mal más de fondo a erradicar. Ese que permite que el entrenador Carlos Santiso, que en 2018 trabajaba con los infantiles del Rayo Vallecano y mandó por WhatsApp un mensaje diciendo que para hacer piña lo mejor era practicar una violación grupal “como los del Arandina”, siga a día de hoy siendo entrenador del Rayo, ¡nada menos que del equipo femenino!

Sin igualdad de género y LGTBI+ la cultura de la violación seguirá

Ni la Federación Española de Fútbol, ni La Liga, ni la prensa, radio y TV deportivas con una hegemonía de hombres incomparable al resto de secciones periodísticas acabarán con el machismo en el fútbol y con la cultura de la violación como su expresión más radical.

Tenemos que ser nosotras, las mujeres, como pasó con el Me Too en Hollywood cuando las periodistas de The New York Times Megan Twohey y Jodi Kantor desenmascararon a Harvey Weinstein, quienes tiremos de la manta de los abusos sexuales en torno al fútbol y de la base machista y homófoba que les sirve de campo abonado. Debemos ser las mujeres, periodistas, jugadoras, árbitras, entrenadoras, directivas de los equipos (si las hay) y políticas quienes acabemos con el escándalo que nuestros compañeros parecen no ver o dar por bueno, el escándalo de la diferencia de sueldo, de atención, de trato en el fútbol. Una discriminación evidenciada, sin ir más lejos, estos días cuando las ganadoras de la Súpercopa han tenido que ponerse ellas solas las medallas que a los futbolistas hombres les ponen las autoridades.

Un deporte donde se desprecia a las mujeres hasta el punto de que si quince jugadoras de la selección denuncian por carta a su entrenador, con el apoyo expreso a la denuncia de la doble Balón de Oro Alexia Putellas, es a ellas a quienes se les corta la carrera, un deporte donde los jugadores gays aún tienen que esconderse por miedo a represalias, no puede ser modelo y referente ni para la infancia, ni para la juventud, ni para nadie. Es un reducto de atraso. Así que a avanzar pese a la resistencia de la camarilla masculina y machista que domina el cotarro. Con ayuda de todo el que quiera sumarse por supuesto, pero llevando nosotras el paso.

Respetar la presunción de inocencia es una exigencia democrática y además para mí, que he crecido entre abogados, una convicción. Pero eso no está en absoluto reñido con que, mientras se instruye y se juzga el caso del futbolista Dani Alves, encarcelado en Barcelona acusado de violar a una mujer de 23 años, la industria del fútbol, la prensa deportiva, la generalista, los poderes públicos y la sociedad civil analicemos qué demonios pasa con el fútbol cuando se apagan los focos sobre el juego más exitoso del mundo. Razones para indagar sobran dada la sucesión de episodios graves.

Oigo, en programas deportivos de radio, que “es mejor no hablar más del tema porque es el momento de que la justicia actúe”. A ver, la justicia también tiene que actuar en el caso de Yassine Kanjaa, acusado de matar a un sacristán y malherir a un párroco este miércoles en Algeciras, y eso no quita que los medios de comunicación reconstruyan paso a paso su criminal recorrido, ni que entrevisten a testigos o a sus compañeros de piso, que informen de que la Policía analiza su teléfono y publiquen fotos de su cuarto revuelto en busca de pruebas, mientras se especula sobre si será un religioso radical o un enfermo mental por consumo de drogas. Hasta los políticos hablan, Feijóo como poseído por Vox. Sobre el caso Alves, en cambio, silencio súbito.