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Limpios de ideología

El consejero de Hacienda, Juan Bravo; el consejero de la Presidencia y portavoz, Elías Bendodo; y el consejero de Transformación Económica, Rogelio Velasco, el 3 de noviembre tras aprobar en Consejo de Gobierno el proyecto de Presupuesto 2022.

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¿Es posible vivir sin ideología? Si atendemos a la primera definición de la RAE -conjunto de ideas fundamentales que caracterizan el pensamiento de una persona- hemos de concluir que resulta difícil. Todo ser humano alberga unas creencias y convicciones, aunque no sea consciente, bien porque no tiene tiempo para pararse a desmenuzar el sentido de sus actos y juicios, bien porque sencillamente no le interesa. Nuestra manera de ver, concebir y andar por la vida se asienta sobre unos presupuestos ideológicos, a veces muy concretos y etiquetados, y otras difusos, imprecisos e incluso variables. Estas percepciones, a su vez, son fruto de los cambios en el tiempo. José Antonio Marina defiende que ninguna creación cultural (individual o social) puede entenderse sin interpretarla como la síntesis de una evolución, y que ignorarla “nos convierte en marionetas que desconocen los hilos que las mueven”. Sin embargo, la ideología carga con una reputación funesta en un extenso ámbito, mayoritariamente conservador. Es tal su descrédito, que proclamarse libre de ella se aprecia como una gran virtud, un pasaporte a la aceptación y motivo de prestigio. Hasta el absurdo de convertir lo ideológico en peyorativo. Casi ha rebasado la demonización del término “subvención”, y su corrosivo sinónimo “paguita”, que ya es decir.

Es obvio que una creciente cantidad de ciudadanos ha interiorizado que las ideologías son perniciosas, un estorbo que nubla la mente y el entendimiento y contamina la sociedad. La paradoja es que los que opinan así suelen estar fuertemente ideologizados

En su última película, Madres Paralelas, Pedro Almodóvar parodia la tendencia a abjurar de la ideología para tratar de conectar y estar fuera de sospecha, y hace comentar al personaje que interpreta Aitana Sánchez Gijón que ella carece de ideología porque es actriz y debe gustarle al público en general. Una versión actualizada de la célebre respuesta que da el comerciante medrador que encarna Zaza en la Escopeta Nacional de Berlanga a la pregunta de si está comprometido políticamente: “Yo, apolítico total, de derechas, como mi padre”. Al margen de caricaturas, es obvio que una creciente cantidad de ciudadanos ha interiorizado que las ideologías son perniciosas, algo a rechazar, un estorbo que, como el alcohol, nubla la mente y el entendimiento y contamina la sociedad. La paradoja es que los que opinan así suelen estar fuertemente ideologizados, sobre todo porque precisamente es el espectro de la derecha más extrema quien va poniendo tampones con el sello “ideológico” -y su variante, “doctrinal”- a cualquier asunto que pretende desdeñar o descalificar. Manifestación ideológica, huelga ideológica, reivindicación ideológica, propuesta ideológica. Están convencidos de que lo suyo no es ideología, sino ideales, valores, principios, fe.   

La cuestión deja de ser una incoherencia y transformarse en estrambote cuando la aversión a la ideología se traslada a la política. ¿Tiene alguna lógica sostener que el debate político no está basado en argumentos ideológicos? En Andalucía asistimos diariamente a esta extravagancia. Desde púlpitos diversos, con el consejero Bravo de sumo sacerdote, explicando en su prodigiosa pizarra de Twitter las teorías económicas de la Escuela de Chicago, la curva de Laffer y las bondades de la meritocracia como si estuvieran impolutas de ideología, y él hubiera sido ungido de sentido común por el mismísimo Espíritu Santo con una lengua de fuego. Ahora el estribillo gira en torno a las cuentas autonómicas de 2022. Que están exentas de ideología, repiten. Menudo oxímoron. ¿Cómo no va a entrañar ideología un presupuesto, la ley que marca las líneas políticas y las prioridades de un gobierno? Es obvio que contiene ideología, sea más moderada o menos, más flexible o menos, más de centro o menos, si lo que se persigue es concitar el apoyo del resto de los grupos. Aunque, sin duda, la cumbre del exorcismo compulsivo de la ideología ha sido escuchar que la política fiscal, la que decide qué impuestos se pagan, quién y cuánto, no encierra ninguna corriente de pensamiento político. Maravilloso.

La ideología no mancha ni ennegrece, cada persona se define por lo que cree y defiende en conciencia.

 

Claro que también puede pasar que realmente interpreten que, por ejemplo, la decisión de bajar un 21% la partida destinada a la cooperación internacional en un momento de emergencia como este y con más dinero que nunca no implica nada ideológico. Creerse una cosa y ser otra en lo que concierne a la ideología es más común de lo que se piensa. Yo tuve un jefe que presumía de izquierdoso (a la par que de solidario) que días después de aterrizar en Andalucía tanteó a las altas instancias de la empresa para que redujeran las nóminas a nuestra delegación porque en Madrid la vida era más cara. Afortunadamente, el convenio gozaba de la condición de introceable. Pero es que, además, era mentira, porque mientras aquí andábamos en los sueldos más bajos merced a una pérfida arquitectura de categorías (cinco distintas para un redactor), nuestros compañeros en Madrid y Barcelona tenían escalas superiores y cobraban más. Tampoco halló ni un ápice de contradicción en conservar él intactas sus retribuciones, a las que unía vivienda y viajes. Esto de estar perdidos en los procelosos mares de la negación de la ideología confunde mucho igualmente a los equidistantes y a los adalides de las supuestas posturas intermedias, que reparan poco en que siempre se inclinan para un único lado e inciden en el doble rasero. La ideología no mancha ni ennegrece, cada persona se define por lo que cree y defiende en conciencia. Lo importante es evitar dejarse arrastrar por el partidismo si las circunstancias lo exigen, pero ese es otro artículo. En fin, el que esté limpio de ideología que tire la primera piedra.

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