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Malos tiempos para la épica
Las epopeyas apenas nos dejan espacio para la ternura. Estamos tan estupendos midiendo el tamaño de nuestras ventanillas y el colorido de las banderas, que pasamos por alto que una agencia de noticias difunde la imagen de un niño que ha sobrevivido al mediterráneo. Toda una paradoja: antes, con Aylan Kurdi en las playas de Turquía y con Samuel Kabamba, en las de Barbate, supimos que los ataúdes blancos eran noticia. Ahora, visto lo visto, lo novedoso resulta que sigan vivos.
Pero, en el mismo país donde se fabrican las concertinas para las vallas inexpugnables de la fortaleza europea, se reúnen los centinelas comunitarios para hablar de terrorismo y de inmigración, como si fueran lo mismo, como si una cosa llevara a la otra, como si merecieran el mismo trato aquellos que vienen a buscarse la vida y aquellos otros que quizá lleven aquí desde siempre y que buscan en cambio a la muerte.
Los discursos de sus ilustrísimas disertan, piadosos, de la cooperación internacional que suprimimos de un plumazo cuando la crisis decidió que América, que Europa, que España era la primero, como si en la geoestrategia del disparate no fuera indispensable crear muros de pan junto a las alambradas del miedo. El mismo Ministerio cuyo titular ahora habla, prudente, en su escaño del Congreso, de la necesidad de arbitrar fórmulas para que los desesperados lleguen con todas las de la ley, hace unos días pronosticaba que si los tribunales prohibían las devoluciones en caliente habría que hacer más altos los farallones que separan a los que quieren sobrevivir a toda costa y a aquellos que ya tan sólo viven para pagar los plazos de sus espejismos colectivos.
La grandilocuencia de los momentos históricos que estamos decidiendo vivir entre himnos y patrias de diverso calibre olvida que las pateras están llegando ya cargadas de gasolina hasta las costas de Alicante: ¿se habrán enterado que empresas y bancos están mudando hasta allí sus razones sociales? Hubo tiempos en que rozaron las playas de Cataluña: ¿seguirán haciéndolo si declaran la independencia? ¿Será más humana con la inmigración la República catalana de lo que es la República de Italia, la de Grecia o el reino de España? Ojalá. Si es que existe alguna vez el ojalá.
Ahora y aquí, la vieja balsa de piedra de José Saramago está a punto de convertirse en una piel de toro atravesada por el estoque de la estupidez. Mientras, a un lado y a otro de las fronteras, el fuego atraviesa sus puntos suspensivos y arde a decenas la gente bajo las llamas del cambio climático y de las torpezas privadas y oficiales. La utopía de la igualdad también está oliendo a quemado de un tiempo a esta parte.
Arriba parias de la tierra, cantaban hace un siglo por las calles de Rusia. En 2017, los proletarios sólo se unen a los burgueses para ondear esteladas o rojigualdas. La revolución, como el cielo, puede esperar en un país donde los carpinteros prosperan construyendo banquillos de acusados por corrupción, de encausados por urnófilos, por sediciosos o por pánfilos con cara de yo no fui que se asustan cuando un preso común les grita Viva España. Do estarán Valle Inclán o Rafael Azcona para rodar una película o un esperpento sobre esta tragicomedia negra.
Entre tanto guirigay, viejo Pere Quart, tu Barcelona sigue ferida i eixalada: “D´aquí estant, Barcelona,/el tumult es ordre”. Sin embargo, tus proletarios no saben qué idioma deben aprender para pedir asilo, trabajo, la soberanía de los derechos humanos, que todos se disputan y nadie la comparte. En Navidad, podríamos jugar un triangular de fútbol con carácter benéfico, entre jacobinos, indepes y apátridas. Me juego una quiniela a que perderían los últimos.
Lágrimas de cocodrilo en la cumbre de Interior que tuvo lugar en Sevilla. Cera de cirios en las procesiones laicas de la Diagonal: el tráfico se alía con los jinetes del apocalipsis del turismo, de la banca o de las pymes que pregona la prensa constitucionalista. En la Audiencia Nacional, están cantando por carceleras, pero Mozart no ha venido para cantarle un réquiem a los muertos del Mediterráneo, especialmente a nuestros sueños, ahogados en un mar de contradicciones. Han decretado una orden de busca y captura de las palabras. La amenaza le ha quitado el trabajo a las conversaciones y nos han condenado a alejarnos a quinientos metros al menos de la política.
Malos tiempos para la épica; de la lírica, ni hablamos. Lo peor es que es imposible que nuestro futuro no esté lleno de pasado. También han deslocalizado la risa. Ahora resulta que el humor es un simple meme. Me llena de orgullo y satisfacción anunciaros que la cordura, con toda la solemnidad que la ocasión requiere, ha decidido declarar unilateralmente su independencia de todos nosotros. Bien hecho.