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Murphy también almorzó en El Ventorro
El enunciado popular de la Ley de Murphy se atribuye al ingeniero aeroespacial Edward Aloysius Murphy y data, al menos, de 1949: “Si algo puede ir mal, irá mal”. O peor. La formuló quien le dio nombre después de descubrir que no estaban bien conectados todos los electrodos de un arnés para medir los efectos de la aceleración y deceleración en pilotos.
Desde entonces, ese tal Murphy provoca que las tostadas se caigan del lado de la mantequilla o, si se levanta chungo, muy chungo, provoca que mueran más viejos de la cuenta en las residencias de la pandemia, que descarrilen un tren o un avión aunque siempre tengan la culpa el piloto o el maquinista, o que los hilillos de plastilina se conviertan en chapapote, los despidos en diferido en ordenadores machacados, las mascarillas rompan en mangazos, los indudables perfiles políticos desemboquen en casas de citas con comisionistas, el austericidio en leyes a la carta, o que se trabuquen los cribados de cáncer de mama o cualquiera de esas contingencias que se le atribuyen al pobre, aunque más nos valdría buscar explicaciones menos remotas, menos jocosas, más responsables, menos Murphys.
El 29 de octubre de 2024, Murphy mató a 229 personas, bajo los efectos de una serie de torpezas y estupideces oficiales que no atenuaron las inclemencias de aquella feroz Depresión Aislada en Niveles Altos (DANA), que arrasó diversas comunidades autónomas y muy especialmente a Valencia: aún quedan dos cuerpos desaparecidos y un sinfín de damnificados, a los que machacaron la vida o la vivienda, o ambos extremos al mismo tiempo.
También sabemos que el tal Murphy estuvo almorzando en El Ventorro: aquel día, Carlos Mazón Guixot, presidente de la Generalitat valenciana, se creía el rey del mambo, desde lo que él llama su atalaya, sin intuir que iba a convertirse en un príncipe destronado que iba a echarle la culpa al chachachá o al boggie. Sus cosas iban bien y podían ir mejor, pero Murphy entró por la puerta, se sentó en la mesa de enfrente y pidió un bonito del norte laminado, muy propio de la cocina mediterránea que pregona el local. Ya nada fue igual a partir de entonces.
Ya para entonces el celular era un río desmadrado que recobraba cañadas y barrancos, sobre vehículos arrastrados por la corriente
El presidente –lo de president se queda para los del pacto del Botanic—no se dio cuenta de su presencia e hizo honor a su sobrenombre: “El pragmático”. Así que, vamos a lo que vamos: un picoteo rápido de tres horas y pico con la periodista Maribel Villaplana, que si quieres ser directora de la desguazada televisión autonómica, que si cómo va el Levante UD, entre chapa y chapa de vídeos catastróficos y señales de alarma que no alarmaron a Mazón; y venga a sonar el zumbido del móvil, total, serán cuatro gotas, ¿o es que tengo que estar yo para todo? No te preocupes, tómate tu tiempo, Maribel, te acompaño al parking, que el CECOPI puede esperar.
Ya para entonces el celular era un río desmadrado que recobraba cañadas y barrancos, sobre vehículos arrastrados por la corriente: No perdamos la calma, debió decirse. ¿O es que no voy a poder sacar un ratito ni para una ducha? Que seguro que me va a quedar mucha noche por delante, porque la tarde está metida en agua y lo mismo ni puedo ver a Mario Casas en El hormiguero o el nuevo capítulo de la serie Hermanos. Y venga sonar el puñetero teléfono, y venga chaparrón, y venga Murphy siguiéndole con impermeable, sin visos de que escampe y pueda oler a petricor, como tanto le hubiera gustado que ocurriese.
Desde entonces, Mazón ha evitado mirar a los familiares de las víctimas porque quizá viera en ellos el rostro de sus muertos, el espejo de aquella tarde en que él mismo fue Murphy y quizá por ello, a veces, no pueda dormir.
Todavía Mazón puede ser candidato por Vox y Francisco Camps, por el PP
Un año después, Murphy sigue aquí, declamándole que algo huele a podrido en la DANA: de nada sirvió ni sirve echarle la culpa a la Agencia Estatal de Meteorología, ni siquiera a Pedro Sánchez, que siempre es esa mala persona que en España mata a Manolete. Un año después, Carlos Mazón se enfrenta a su ser no ser: ya da por amortizado su reino en el aire, su todo va bien, su no pasa nada. Ahora, ya no importa su cargo, ni qué ocurrió en El Ventorro, ni por qué su menú no incluye pericana alicantina, qué falta de patriotismo.
Lo único que puede preguntarse es si, al menos, su dimisión –una palabra proscrita, también en su discurso de despedida presidencial-- apaciguará a su conciencia y permitirá que Murphy se vaya de una vez por todas, le deshabite, que todo lo que pueda ir bien, vaya mejor; que alguna vez pueda volver al Ventorro sin que se le atragante su excelente comida. Lo mismo podría acercarse, de nuevo por allí, cuando empiece la vista, guarecido en su escaño de lo que sea, para que no le pille el previsible temporal de la justicia.
Sin embargo, Murphy continuará en su sitio, imperturbable. Todavía Mazón puede ser candidato por Vox y Francisco Camps, por el PP. El único consuelo es que, por ahora, el PSOE dejará de presentar a José Luis Ábalos por la comunidad valenciana. Las víctimas y sus familias, acostumbradas al mal fario, no solo se preguntarán quien metió el mal fario de la DANA, sino el de sus gobernantes. Murphy parece abonado a la mascletá del disparate.