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Operación Paso de Racismo

El Puerto de Málaga prepara el operativo de la OPE a la espera de decisiones

Juan José Téllez

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Cabal como siempre, Antonio Banderas viaja en plano americano por los paisajes de Andalucía. Nunca le ha faltado a su tierra el hijo predilecto. Y ahí está el hombre, ahora barbado pero siempre seductor, vendiendo desinteresadamente y en el mejor sentido de la palabra el corazón de los suyos, que son los nuestros: “Ahora sal a vivir con ganas y disfruta la vida con todo corazón, intensamente”. Se trata de salir todos del infarto que hemos sufrido colectivamente, como él mismo dice con otras palabras y un guiño a su propio estado de salud.

Se trata de publicitar Andalucía para el turismo, uno de los principales mantras que acompañan a la principal industria del país y de la comunidad autónoma andaluza. Ya saben, el 13 por ciento del PIB y 450.000 puestos de trabajo en juego. Por ello, la Junta de Andalucía pretende legítimamente atraer turistas bajo la denominación “Andalucía Segura” y mediante una campaña que girará en torno a “las ganas que tenemos todos de viajar y las ganas de recibir a los que quieran visitar Andalucía”.

Bienvenida al turismo por parte de las autoridades andaluzas. Pero, ¿a todo el turismo? En la última reunión telemática de presidentes autonómicos con el actual inquilino de La Moncloa, Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía y del PP de esta comunidad, abogó por suspender este año la Operación Paso del Estrecho, que gestiona el tránsito por vacaciones desde media Europa de no menos de tres millones de inmigrantes magrebíes en territorio comunitario.

'Homo turístico'

Si el presidente andaluz considera que ese trasiego humano constituye un motivo de “preocupación” y “temor”, por los riesgos derivados de la pandemia del coronavirus, ¿por qué no piensa lo mismo de los otros extranjeros que puedan visitarnos, atravesar la Península o pernoctar en nuestras ciudades? ¿Será inmune acaso a la pandemia el homo turístico?

Según y como. Este martes hubo 37 muertos por coronavirus en Alemania y 350 nuevos contagios. Sin embargo, todos celebramos que el lunes ya puedan viajar once mil alemanes a Baleares por vacaciones, sin test previo ni tener que guardar cuarentena, un protocolo cautelar bastante flexible que, en cualquier caso, se somete ya en general al voluntarismo de los recién llegados a cualquiera de nuestros puertos o aeropuertos: si no hay Estado alguno que pueda controlarles a todos, ¿a qué estamos jugando? Aque cada cual decida por su cuenta si se queda en casa o no lo hace.

Como en aquel western crepuscular de Sergio Leone, aquí también la muerte parece tener un precio. Estamos dispuestos a arriesgarnos por un puñado de divisas pero no por el gasto corriente que puedan hacer un montón de currantes y sus familias en 700.000 vehículos con hambre de llegar a un ferry y volver a sus raíces durante unas semanas. Decimos que no somos racistas, pero a veces lo somos. Que no somos xenófobos, pero también a menudo. Lo que no cabe duda es que no nos gustan los pobres: nos hincamos en genuflexión ante los jeques que presuntamente compartieron con Juan Carlos I las suculentas comisiones del Ave a la Meca, pero al resto los seguimos viendo como simplemente moros, con todos los estereotipos que cargamos y que cargan en la mochila de la historia, desde hace siglos.

El coronavirus es democrático en cuanto afecta a todo el mundo más o menos por igual, salvo que algunos bolsillos privilegiados se puedan permitir el lujo de tener respiradores y equipos médicos en casa. Pero el confinamiento no lo han vivido igual quienes viven en un bajo sin ventilación que quienes disfrutan de una mansión en Sotogrande. Y, al gestionar la desescalada, la COVID-19 que, eso sí, debe ser capitalista, permite abrir los bares pero no beber un quinto de cerveza o una mirinda antigua en el banco de un parque. Este no va a ser país para un Peugeot con la baca cargada de bicicletas y utillaje diverso, varios días de carretera y manta, breve parada en áreas de descanso, ventas de carreteras o algunos hostales; pero tampoco para las agencias de viaje, los más de trescientos contratados en los principales puertos que afrontan este despliegue, etcétera, etcétera. Así, no es extraño que los sindicatos y especialmente Comisiones Obreras hayan reclamado que se mantenga esta Operación, aunque se deban extremar las medidas de seguridad sanitaria a nivel internacional, tal como se está planteando con el sector turístico, con la diferencia que estos ciudadanos tan solo vienen de paso. Más cornadas dan los ertes y los eres que el miedo a contagiarnos.

En dicho encuentro, Moreno Bonilla se mostró partidario de que los puertos andaluces se cierren este verano a los africanos, porque “no se dan las circunstancias ideales” para que se produzca la OPE: ya saben, la distancia social no es la característica de los embotellamientos y largas esperas en zonas de acampada que preceden a su embarque. Los socialistas andaluces se apresuraron a denunciarle públicamente por “coquetear” con posiciones que desprenden “un importante tufo racista”.

Marruecos de puertos cerrados

Claro que tras la tormenta política desatada al respecto, su portavoz y Consejero de Presidencia, Elías Bendodo, rebajó la propuesta al afirmar que esperarán “información e instrucciones” por parte del Gobierno central tras el diálogo que mantenga con el Reino de Marruecos para ver si se produce la Operación Paso del Estrecho (OPE) y en qué condiciones. Porque esa es otra. Al Gobierno de España también le preocupa este masivo tránsito estival aunque, según la ministra y portavoz María Jesús Montero, uno de sus motivos de inquietud tampoco es baladí: la posibilidad de que estos desplazamientos puedan facilitar que el coronavirus se extienda por África, un continente que hasta ahora resiste con dignidad al puñetero bicho.

Y esa también es otra: hasta que el Gobierno de Marruecos no decida abrir sus fronteras, ahora le sigue siendo mucho más fácil transitar esa breve lengua marina a las mercancías que a las personas, el axioma que rige desde hace décadas a la inmigración clandestina: a cal y canto, salvo algunos vuelos o embarques excepcionales, Rabat ha intentado mantener una cierta disciplina ante la crisis de la COVID-19, incluyendo no sólo confinamientos sino toques de queda en pleno ramadán. Las autoridades marroquíes eran conscientes que si el sistema español de salud había sido incapaz de evitar casi treinta mil muertes, los hospitales del vecino país no hubieran tenido suficiente musculatura para afrontar un contagio masivo de su población.

Ya en los primeros días de la crisis, cuando se cerraron los puertos de Tánger y, parcialmente, el de Ceuta bajo bandera española, varios autobuses de inmigrantes marroquíes residentes en Europa llegaron inútilmente a Algeciras y volvieron sobre sus pasos o tuvieron que buscar refugio urgente allí, a pesar de que su destino estaba a la otra orilla del Estrecho y procedían de Italia, donde tenían todos los papeles en regla.

“Con ganas de que vengas”

Pero vamos a lo que vamos. Más allá de la debida prudencia que debe regir estos casos, ¿nos encontramos ante una Operación Paso del Estrecho o una Operación Paso del Racismo? “Andalucía tiene ganas de ti” es el eslogan creado por la Junta de Andalucía para fomentar el turismo interior. “Con ganas de que vengas”, será el mensaje dedicado a los viajeros de comunidades limítrofes. Y es que, más allá de que las pérdidas en el sector según Juan Marín, vicepresidente autonómico, pueden alcanzar la cota de 12.000 millones de euros ¿vamos a prescindir de los alegres bañistas nórdicos, de los jocundos bávaros con alma de cerveza, de los entusiastas británicos bronceados como salmones?

Supongo que también les diremos algo así como que tenemos ganas de ellos, de que vengan y de que rasquen convenientemente sus bolsillos para que nuestras penas con pan sean menos penas. Sin embargo, ¿qué les vamos a decir a los otros, a las familias enteras que vengan a bordo de una furgoneta desde Hamburgo, desde Utrecht o desde los banlieux de París, con ganas de abrazar a sus afectos? “Tú te quedas en casa”: estamos a punto de recordarles de nuevo el principal lema de este encierro multitudinario.

Confinados, a la postre, en una Europa que les necesita (que la inmigración está ayudando a construir o a evitar que se desplome) pero que no siempre ha aceptado que se trate de una ciudadanía de pleno derecho: todos son pocos a la hora de trabajar, como dicen que dijo un preboste municipal andaluz, pero son demasiados cuando terminan la jornada laboral y tienen la ocurrencia de transitar por nuestras calles, nuestros espacios públicos, nuestros bares y, ahora, también nuestras carreteras y puertos. Allí, donde parece faltar ahora una nueva señal de tráfico: Stop a la xenofobia. O un simple noray que nos amarre al sentido común. O todos moros, o todos cristianos, nunca mejor dicho.

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