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Son ilusiones

La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, durante una rueda de prensa

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En lo tocante a ideologías –dicho sea “ideología” en su acepción marxiana, más incluso que marxista- todas las casas se empiezan por el tejado. Me explico: las ideas e ideales sobre el mundo, e incluso las fabulaciones e ilusiones que se tienen sobre el mismo, a poco que nos descuidemos acaban creando realidades, fundando instituciones y constituyendo un relato sobre las cosas. Por ejemplo, con la idea de Hobbes de que “el hombre es un lobo para el hombre” se podrían fundar colegios radicalmente distintos a los que se abrirían si sostenemos que el ser humano es bueno por naturaleza, como apuntaba Rousseau, o si pensamos, a lo Bertrand Russell, que dentro de cada cual germinan impulsos de vida e impulsos de muerte. Válgame este paseíto filosófico de abrebocas para decirles que, de un tiempo a esta parte, ideas, ideales e ideologías (que ya de por sí son capaces de crear mundos aberrantes) han sido suplantadas por simples y simplones imaginarios. En este punto, Isabel Díaz Ayuso se lleva la palma. Porque, como ya vaticinaron Los Chichos, “todo lo que piensas tú -chan chan chachán- son ilusiones”.

A ver si no: quien no conozca Madrid y haya escuchado hablar a la presidenta de la Comunidad en plena pandemia, se figurará que aquello es como el bar El Brillante pero en tamaño autonómico, con una barra de la longitud de la M30, unos calamares fritos del porte del Neptuno y unas máquinas tragaperras del tamaño del edificio de Correos. Se imaginará, poco más o menos, que los sectores económicos del territorio se reducen a uno, el de la hostelería. Pensará que la autonomía viene a ser, chispa más o menos, una fotocopia ampliada de Antón Martín. El ideal de madrileño queda reducido esquemáticamente a un manejable tópico (acerca de la vejación que supone que nos releguen al miserable tipismo sabemos mucho las gentes de Andalucía). Cuando Díaz Ayuso habla de los madrileños dibuja en el aire un perfil muy concreto, reduccionista y falsario, algo así como un español de clase media que toma o despacha cañas de Mahou. La diversidad, la pluralidad y la multiculturalidad de Madrid aparecen en escena a modo de utilería amable, integrada por supuesto en otro gran ideal, el de España –que, como bien saben, es como Madrid pero en país. Sólo le ha faltado añadir aquello de “crisol de culturas”-. En el sueño de Ayuso, Madrid es un atasco molón un sábado por la noche, no la última vecina que queda en un bloque de pisos turísticos. Los imaginarios, ya ven, se construyen con imágenes. Y también con conceptos vaciados: cuando la presidenta en funciones sostiene que Madrid es libertad, ¿qué nos quiere decir? El mundo de las ideas de Ayuso se parece a un cuaderno infantil con dibujitos, a una mala digestión de los discos más castizos de Sabina.

El caso es que el truco funciona, vaya que si funciona. (De hecho, ha funcionado desde siempre; el franquismo sin ir más lejos esquematizó España hasta dejarla en los huesos). Ignoro si Díaz Ayuso es tan simple y elemental como las ideas e ilusiones que proclama; lo que sí sé es que la estrategia de reducir la complejidad de un lugar como Madrid a cuatro clichés no es inocente ni espontánea. Digo más: una estrategia política de este estilo sólo se la pueden consentir los populismos más arteros. En el tarro de las esencias sólo hay veneno.

Hay otra manera de ser de derechas, e incluso muy de derechas; lo demuestran en Europa diversos partidos conservadores o neoliberales que representan las ideas de una parte de la población, sin prescindir del análisis y el discurso que abarque la complejidad de la sociedad. La estrategia ilusionista, simplista y anti-intelectual de la que les hablo puede usarla cualquier populismo sin escrúpulos –se trata de un medio más que un fin- y, tradicionalmente, la han usado con gran éxito los fascismos históricos. El Partido Popular tiene la ocasión de escoger qué tipo de derecha quiere ser, si la que defiende legítimamente sus ideas con altura o la que se devalúa a sí misma vendiendo esquemas esperpénticos, como hace y continuará haciendo Vox. El sistema político actual no se fundamenta –no sólo- en el hecho de poder votar, sino en no arrebatar a las gentes la visión plena de la realidad y sustituírsela por malditos lugares comunes, eslóganes insostenibles, falsas dicotomías, idealizaciones y demonizaciones. En que triunfe o no esta peligrosa estrategia nos jugamos algunas cosas de importancia: la democracia (como, de nuevo, dirían Los Chichos), “ni más ni menos”.

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