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Sorda

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Hace algún tiempo, con motivo de un libro de próxima aparición, me estuve documentando sobre el mundo de las personas sordas, lo que tampoco me supuso demasiado esfuerzo: convivo con una intérprete de lengua de signos española. Fue un proceso lleno de descubrimientos que nunca habría esperado, y que me revelaron lo poco que la mayoría de las personas oyentes sabemos sobre las sordas. Por ejemplo, es habitual que creamos que una persona oyente y otra sorda de nacimiento pueden compartir lecturas, leer los mismos libros, pues al fin y al cabo la sorda no tiene ninguna deficiencia visual. La realidad es un poco más complicada.

La escritura, al fin y al cabo, es la transcripción fonética de una lengua hablada, y por tanto basada en el sentido del oído, de manera que alguien que carezca de él no ha entrenado su configuración neurológica para esa transcripción. Por eso, gran parte del alumnado sordo, sin ir más lejos, precisa de libros de texto adaptados, algo que no es, ni mucho menos, habitual. Se enfrenta a evidentes dificultades para captar dobles sentidos de la lengua oral, sus chistes, insinuaciones, metáforas, etc. Otra cuestión que me encontré con frecuencia era la sorpresa que manifiesta tanta gente por que en cada parte del mundo se hubiera desarrollado una lengua de signos distinta. ¿Por qué no signa toda la comunidad sorda la misma lengua? Por el mismo motivo por el que los demás no compartimos idioma: la lengua es una de tantas manifestaciones culturales de nuestro entorno.

Igualmente, muchas personas creen que con audífonos o implantes cocleares se resolvería la audición. Lo cierto es que, en demasiados ocasiones, el sonido que reciben a través de esos dispositivos no pasa de un ruido insufrible, algo que refleja muy bien, por cierto, la recomendable Sound of metal, película dirigida por Darius Marder. Por eso es común que se nieguen a su uso. De hecho, la sordera no la perciben como una discapacidad, sino como una identidad particular. Podría seguir enumerando más ejemplos. Me acuerdo ahora de un hermoso pasaje de El grito de la gaviota, el clásico contemporáneo de la actriz sorda Emmanuelle Laborit. Cuenta en ese episodio cómo aprendió a «escuchar» y disfrutar la música: de niña sus padres, oyentes, le hacían sujetar un globo entre las manos y subían los graves del equipo de música, que de ese modo reverberaban en el globo. También recuerdo mi asombro al enterarme de que la lengua de signos no se reduce solo a las manos, sino que además se apoya en las expresiones faciales y la vocalización. Piensen ahora en lo que supuso para las personas sordas la pandemia, cuando las mascarillas se volvieron ineludibles.

Como comenzamos ahora curso político, me digo, con ingenuidad (lo sé) que tal vez, gracias a esta película, igual les da por cambiar un poco las cosas. De lo contrario, quedará claro quiénes son los verdaderos sordos

Cuento todo esto porque hasta ahora no había podido ver Sorda, la película en la que Eva Libertad desarrolla su propio corto homónimo, y que triunfó en la última edición de Festival de Málaga. Sus dos protagonistas, Miriam Garlo y Álvaro Cervantes, hacen un trabajo magnífico para dar carne a un guion que, con verdad y belleza, sin dramatismo ni tampoco idealizaciones, refleja, problematiza y ahonda en todo esto a través de la historia de una pareja mixta que decide tener un hijo.

En estos últimos años he escrito varias columnas sobre el maltrato sistemático y premeditado con el que la Junta de Andalucía golpea a las PTIS (las profesionales de la integración social) y las ILSE (las intérpretes), una manera, en suma, de marginar con recursos públicos a las personas más necesitadas. Aquí incluso pueden leer un testimonio de una de esas intérpretes. No tengo ninguna confianza en el gobierno neoliberal de Moreno Bonilla, tan parecido al de Ayuso, pero sin tantos titulares, como nunca la tuve en los del PSOE, que en este aspecto eran idénticos al actual. Aun así, como comenzamos ahora curso político, me digo, con ingenuidad (lo sé) que tal vez, gracias a esta película, igual les da por cambiar un poco las cosas. De lo contrario, quedará claro quiénes son los verdaderos sordos.