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Ucrania y el régimen de guerra

Foto de archivo (06/10/2022).- Militares ucranianos disparan desde un obús Msta-B ruso capturado de 152,4 mm en una línea de frente cerca de la ciudad de Kupyansk en el área de Kharkiv, Ucrani. EFE/EPA/SERGEY KOZLOV

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La lógica de guerra en la que ha entrado la Unión Europea, con la Comisión Europea convertida en “un centro de mando y coordinación político-militar”, supone una transformación histórica de la que quizás no seamos conscientes del todo. No en vano, ha sucedido en el breve lapso de un año, el que está a punto de cumplirse desde que Rusia iniciara la invasión de Ucrania. El entrecomillado pertenece a una cita del extraordinario ensayo Esta guerra no termina en Ucrania, de Raúl Sánchez Cedillo (Katakrak, 2022), quizás al analista más riguroso en esta coyuntura, y desde luego quien mejor ha sabido explicar las trampas del discurso casi único en el que se sustenta este nuevo régimen, el “régimen de guerra”.

A menudo se trae a colación la sentencia de Clausewitz, ya casi tópica, de que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Hoy parece que, más bien, es la única política posible, en tanto que ese régimen, esa nueva lógica, acaba determinando todo campo de acción: presupuestos y normas fiscales, relaciones exteriores, legislaciones, bloques políticos, debates parlamentarios, pautas mediáticas. A caballo del “tigre belicista”, se crean bandos que, si no fuera por la terrible tragedia que presenciamos, resultarían irrisorios, sobre todo cuando se intenta comparar el conflicto actual con la Segunda Guerra Mundial, incluso con asertos tan extemporáneos como comparar a Zelenski y Putin con Hitler y Stalin, a veces de manera intercambiable.

Si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, "ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear"

En realidad, como bien demuestra Sánchez Cedillo, esta invasión tiene un correlato más exacto en la Primera Guerra Mundial. En cualquier caso, si Ucrania es el país más pobre de Europa se debe a que, desde inicios de siglo XX, “ha sido devastada por el capitalismo, la guerra, el fascismo, el antisemitismo, el estalinismo y la energía nuclear”. Hoy, el régimen de guerra permite que, tanto en un bando como en otro, el esfuerzo bélico se sostenga en una “tramoya neoliberal, racista, xenófoba, misógina y LGTBIQ+fóbica”. Ahí tenemos el recorte de derechos laborales que Zelenski está implantando por la puerta de atrás, el reclutamiento forzoso de los hombres ucranianos de entre 16 y 60 años, con toda esa lógica de masculinidad guerrera, y la complicidad de la Unión Europea, que se niega a reconocer como asilados políticos a los desertores de ambos bandos. Sánchez Cedillo llega incluso a afirmar que vivimos “en la creencia de la omnipotencia del Estado-guerra, en el fanatismo fascista del destino racial o civilizatorio, y en el ser-para-la-muerte como verdadera posibilidad humana”.

Los discursos de corte imperialista y cuasi milenaristas de Ursula von der Leyen, como presidenta de la Comisión Europea, sin duda van en esa dirección (“Los ucranianos están dispuestos a morir por el sueño europeo”). Apuntala así este nuevo régimen y añade, a toda esa tramoya antes mencionada, la destrucción medioambiental. De hecho, en su bucle sin salida, solo cabe la escalada armamentística. De ese modo, el envío de armas a Ucrania, y no las sanciones reales a Rusia, roza el paroxismo, pero no resulta suficiente. La OTAN se compromete a hacer llegar más y más armamento pesado. Al tiempo, Borrell, en su pomposo cargo de Alto representante para las relaciones exteriores y política de seguridad de la Unión Europea, pide que la fiesta no acabe.

Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria

Buena parte de la izquierda, de pronto, se vuelve desmemoriada. Quedan barridas décadas hacia el “éxodo”, a la desobediencia civil, a la despenalización de la protesta, a la reconquista del derecho a huelga, a la renta más allá del chantaje del trabajo asalariado, a la libertad de circulación, a la práctica legítima del contrapoder. Pareciera que ahora no entendemos que la paz no es solo la victoria, sino que debe estar vinculada a un proyecto “regional y global y de sociedad sin guerra, sin explotación de los seres humanos y de la biosfera”.

Sin embargo, muchos no olvidamos y, como recuerda Aitor Balbás en el epílogo de este libro, “en la paz, insumisión; en la guerra, deserción”.

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