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Para qué vivir cuando puedes trabajar

El ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, José Luis Escrivá. EFE/Emilio Naranjo

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Varios días a la semana mi pareja y yo nadamos en un polideportivo público de Málaga. En la entrada al complejo siempre saludamos al mismo guardia de seguridad, cuya función consiste, principalmente, en comprobar que los tornos giran de forma correcta cuando pasamos nuestra tarjeta de abonados. Ya puesto, se ha aprendido todos los horarios de las clases, los distintos tipos de bonos y los precios, los descuentos para familias numerosas y un sinfín más de datos que ahorran a la gente algunas gestiones en la oficina de administración. Dice que, de ese modo, se aburre menos. Tiene turnos de diez horas. Ahí, de pie, viendo cómo un deportista detrás de otro empuja los tornos de acceso. Ya no está de moda, pero a ese tipo de trabajo antes se le llamaba alienante. Además, su valor social tiende más bien a cero.

A mí me gustaría poner al ministro Escrivá un año en turnos de diez horas, haga frío o calor, en la puerta de ese polideportivo y luego recordarle su última provocación: que en España hace falta un cambio cultural para que trabajemos hasta los 75 años. La idea no es mala; si curras hasta poco antes de morir, pensión que nos ahorramos.

El juego de Escrivá es sencillo: suelta una barbaridad, como esa de los 75 años, y espera las reacciones del resto de ministros. Cuando le caen los palos, entonces, con muy buenas palabras, nos aclara en Twitter que somos tontos y le hemos entendido mal.

El ministro José Luis Escrivá, al frente de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, fue uno de los fichajes estrella de Pedro Sánchez. No viene del partido, como tampoco Grande-Marlaska, a quien igualmente cabría describir con las palabras que Gabriel Rufián ha aplicado al primero: un ministro del PP “en la sombra”. Escrivá se trae un juego que, aun repetido, no le deja de aburrir. No en vano, como en el caso de Marlaska, el presidente del Gobierno le ha ratificado en su última remodelación. El juego es sencillo: suelta una barbaridad, como esa de los 75 años, y espera las reacciones del resto de ministros. Cuando le caen los palos, entonces, con muy buenas palabras, nos aclara en Twitter que somos tontos y le hemos entendido mal.

Lo vimos, en primer lugar, con el fiasco del Ingreso Mínimo Vital, que gracias a las trabas burocráticas que diseñó su ministerio no alcanza, ni de lejos, a todas las personas previstas ni en la cantidad que anunció. Hizo lo mismo que ahora con el borrador en el que proponía una ampliación hasta los 35 años del periodo de cálculo de la pensión, que en la práctica significaba una disminución de las cuantías. En ese caso no nos llamó tontos en su Twitter, sino que aseguró que el borrador no existía, era una ilusión óptica. Más adelante se soltó con aquello de que los baby boomer nos tendríamos que hinchar a trabajar más años o conformamos con una pensioncita, y de nuevo, ¡ay!, le habíamos entendido mal.

Lo peor, además, como ha explicado aquí mismo Joan Coscubiela, es que ha falseado los datos en esto del cambio cultural que hace falta para morirnos trabajando. Han sido, de hecho, las sucesivas reformas laborales las que sistemáticamente han tratado a los mayores de cincuenta años como material sobrante…, al tiempo que se les retrasaba la edad de jubilación. Esa de retrasar la jubilación, por cierto, fue una gran idea que ni la derecha se atrevió a formular en voz alta, sino que corrió a cargo de otro presidente socialista, Rodríguez Zapatero, al que de repente se le quiere ver como adalid del progresismo.

Pero sí, hace falta un cambio cultural, y eso pasa ineludiblemente por implicarse personalmente. Mi propuesta es sencilla: que todos esos que, como Escrivá, tengan ocurrencias de semejante tipo, las pongan a prueba en primera persona. Luego, después de currar hasta la vejez, y de paso con ese salario mínimo que tanto les cuesta aumentar, que nos digan cómo ha ido la cosa. Si se quedan en paro, dios no lo quiera, que intenten pedir el Ingreso Mínimo Vital.

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