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El legado de Lorca
Esta crisis, provocada por la pandemia y sus efectos sociales y económico, ha dejado un reguero de bajas por el camino demasiado elevado. Por un lado, las decenas de miles de personas que ya no volverán, arrebatadas de manera repentina por un virus inmisericorde que nos ha puesto patas arriba la cotidiana normalidad en la que habitábamos. Por otro, las que han visto desaparecer sus sueños de emprendimiento, sus negocios, sus empleos. Nuestra economía está afectada por una debilidad endémica que, además, ha sido la molla a la que el bicho ha ido a hincar sus dientes. Hostelería y comercio son dos de los sectores más afectados. Somos un país de servicios y, de repente, nos hemos quedado sin gente a la que prestarlos. La cultura no permanece ajena a todo ello. Si me apuran, los daños sufridos han sido aún más crueles porque, mientras se ha permitido alguna actividad comercial, hostelera o turística, con muchas restricciones y a todas luces insuficiente, sin lugar a dudas, la cultura se ha frenado en seco y el virus ha mantenido atado de pies y manos al sector prácticamente un año.
Es verdad que no todo el mundo ha reaccionado igual para intentar ayudar a la cultura, colectivo formado de manera mayoritaria por autónomos y pymes que, más allá de las ayudas recibidas por la Administración central, pocas, han exigido auxilio por el resto de las administraciones con escaso éxito. Uno de los portazos más fuertes que han recibido ha sido en Granada, un Ayuntamiento que habla mucho de cultura mientras ha reducido a la práctica inexistencia la actividad cultural en la ciudad, y no solo por la pandemia, sino por la ausencia de un proyecto claro, la ausencia de una programación definida, la ausencia de una idea o modelo al que dirigirse.
De las barbaridades llevadas a cabo por el actual gobierno del PP en Granada se puede escribir mucho, pero permitan que me centre quizá en la más sangrante por cebarse contra el que debería ser el símbolo máximo de la gestión cultural de una ciudad privilegiada como esta.
Estoy convencido de que para quien no la conozca y se le pregunte por algunas de las ideas que definan o perfilen a Granada, entre las cinco primeras que diga estará siempre la cultura. Aquí tenemos muy a gala ser una de las capitales culturales más importantes del sur de Europa. Lo avala el ejemplar mantenimiento y cuidado patrimonial de la Alhambra, la presencia constante, a lo largo de toda su historia, de poetas y de mujeres y hombres de letras de primer nivel, la calidad de sus creadores en todas las disciplinas artísticas, su vocación de cuna de artistas, de ser albergue creativo internacional. Granada no necesita ningún título que acredite o demuestre que la cultura forma parte de su ADN. Su fama le antecede, un prestigio ganado a base de siglos de creación, de siglos de inspiración, de siglos de apertura y vanguardia.
Con aciertos y con errores, también las administraciones públicas han sido conscientes de esta relación de Granada con la cultura. Es verdad que éstas podrían haber hecho mucho más, pero con lo que se ha hecho, unido a la fortaleza de su actividad creativa, esta ciudad es paradigma. Uno de los últimos logros se consiguió en junio de 2018. Tras dos años de intensísimas negociaciones, Francisco Cuenca, alcalde en aquel momento, lograba deshacer el tremendo lío que los diferentes gobiernos del PP, tanto en la ciudad como en el Gobierno de España, tenían con el legado de Federico García Lorca. Granada lograba, no sin dificultad, que el Ayuntamiento (PSOE), la Junta (PSOE), la Diputación (PSOE) y el Estado (PP), se pusieran de acuerdo con la familia del poeta y dejar todo el legado lorquiano en la ciudad de Federico, en el interior de las cámaras acorazadas del edificio de la Plaza de la Romanilla, levantado no sin polémica, y rescatado también por Cuenca para que tuviera el fin para el que se pensó.
En 2018 se pusieron las bases, a pesar de que, en el Ayuntamiento de la capital, PP y Cs hicieran todo lo posible por torpedear el acuerdo. Tres años después de todo aquello, y con el PP gobernando la ciudad por medio de un alcalde presunto (de Ciudadanos), aupado por mentiras y traiciones, y sin el respaldo de nadie, quienes hicieron todo lo posible para que el legado de Lorca no llegara, ponen todo su empeño para que el legado de Lorca no se quede.
Tres años después, el Centro Lorca, el que alberga el legado más importante y completo de un escritor que existe en España, creado a base de esfuerzo y trabajo -mucho trabajo- por la familia García Lorca, se ha quedado sin dirección tras el cese de la directora por parte de la Junta de Andalucía; carece de archiveros para el cuidado y mantenimiento de la ingente documentación custodiada; carece de programación a la altura de quien da brillo con su inmenso nombre al espacio; carece casi de soporte legal, pues ni la Junta ni el Ayuntamiento han hecho nada para cumplir con una de las estipulaciones del convenio de 2018: amparar el legado bajo la tutela de una fundación pública andaluza que fusione el Consorcio Federico García Lorca con la Fundación García Lorca.
España es reconocida internacionalmente por dos nombres que son sinónimos de nuestro país en el extranjero: Picasso y Lorca. En Granada, desde hace dos años, no se está a la altura de lo que Federico representa para la ciudad y para todo el país. Ni la Junta de Moreno Bonilla lo entiende, ni el actual equipo del PP comprende nada. El legado lorquiano se maltrata mientras un tal Salvador no deja de hablar de la aspiración granadina para ser capital cultural europea en 2031, algo que solo es apreciable en el escaparate de un céntrico local, cerrado. Mientras, la fuerza de los hechos golpea el nombre de una ciudad abrazada a la cultura, aunque sensible a los embates de algún caballo de Atila sin jinete que preside la Plaza del Carmen.
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