“La forma más segura de salir de casa”: el libro resiste y hasta recupera lectores tras un año de pesadilla

Alejandro Luque

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Hace unos meses, los autores del catálogo del sello Triskel recibieron el correo electrónico que un escritor nunca quiere recibir: aquel en el que se anunciaba el cierre de la editorial. Tras un largo año de pandemia, los responsables de Triskel, Pablo Campos y Rafael Velis, tiraban la toalla a pesar de haber apostado por una de las aventuras más interesantes de la última década en el libro andaluz. “La pandemia ha sido solo la puntilla”, comenta Campos. “El nuestro era un proyecto que requería dedicación completa por parte de dos personas, y aunque hemos cubierto gastos sin problemas, las ganancias no han sido suficientes. Hemos encontrado un problema sistémico, la dificultad de vivir de la edición en España, y hemos acusado nuestros propios errores”.

No obstante, estos jóvenes editores aseguran que, a la larga, la crisis del covid-19 no ha afectado tanto al sector como cabría imaginar: el libro resiste, y hasta ha recuperado a lectores durante el confinamiento. “Las ayudas de las administraciones han ayudado también. La Junta y algunos ayuntamientos han promovido compras masivas a las editoriales que han compensado la cancelación de ferias. Había un gran déficit de libros de editoriales andaluzas en las bibliotecas de la comunidad, y este impulso ayudó”.

Los números confirman que lo que parecía una catástrofe hace un año, tras seis de crecimiento consecutivo, al final no lo fue tanto. La caída de ventas inicial del 60 % durante el confinamiento pasó a ser de entre un 20 y un 30 % tras el verano, y en noviembre de 2020 ya se había corregido hasta un 5 %, lo cual no está tan mal considerando que las grandes citas como Sant Jordi o la Feria del Libro de Madrid habían quedado canceladas. Y el Gremio de Editores de España tenía una noticia aún mejor: el número de lectores frecuentes -aquellos que leen al menos una vez por semana- había crecido del 50 al 57 por ciento gracias al reencuentro de muchos españoles con los libros.

El escenario, sin embargo, dista de ser idílico, y afecta de una forma muy diferente a unos y a otros. Con seis años de vida, la editorial gaditana Cazador de Ratas es de las que reconoce que las cosas no han sido fáciles. “Los comienzos, teniendo en cuenta que nacimos en plena desaceleración económica fueron duro, pero poco a poco con muchísimo trabajo y nada de vacaciones fuimos creciendo”, explica su responsable, Carmen Moreno. “Hasta que 2020 llega arrasando Troya y nos deja pérdidas de un 34%. Unas pérdidas que no son fáciles de remontar si pensamos que los dos grandes grupos editoriales de este país tenían tanto por publicar y por llevar a librerías que han copado las grandes librerías de este país. A eso hay que unirle que las librerías no están en su mejor momento, con cierres, devoluciones masivas…”. Y sin embargo, se abonan a la resistencia: “Hay que tener esperanza en las vacunas o en que Stephen King se dedique a escribir novelas románticas en 2022 porque 2020 lo escribió él. Es obvio, ¿no?”

A los Triskel les consta que “hay editores a los que les va regular pero siguen en el empeño, mientras que a otros no les ha ido tan mal”, pero de lo que no cabe duda es de que “todo lo que ha pasado en el último año va a cambiar mucho el funcionamiento del sector”. Un funcionamiento del que Triskel queda tristemente excluido, aunque sus editores agradecen el cariño recibido en las últimas semanas: “No es una pausa, es un adiós. No descartamos embarcarnos en proyectos futuros, pero ahora toca centrarnos en otros proyectos de vida”.       

Editores independientes

El mundo de la edición, sin embargo, sigue adelante. No solo en lo que respecta a los grandes sellos, sino también a los editores independientes, que proliferan como nunca. “Algunas editoriales comerciales han cerrado, pero las pequeñas se mantienen muy activas: siguen editando y promocionando, sobre todo porque ya llevaban mucho tiempo trabajando en red. Se han ido adaptando como un río que busca su cauce”. Quien habla es Uberto Stabile, coordinador de Edita, un veterano encuentro del sector que el año pasado no pudo celebrar su cita anual, pero que este año regresa a su sede de Punta Umbría (Huelva) con números que hablan por sí solos: 105 inscritos que se encontrarán los próximos días 20, 21 y 22 de mayo en la localidad onubense.

Para Stabile, la edición se encuentra en un claro momento de reestructuración. “En los 20 años que lleva celebrándose Edita hemos visto la confusión que ha provocado el boom de la autoedición, que ha entrado en escena como un caballo desbocado, editando sin ton ni son. Toca volver al trabajo clásico del editor, la selección, el cuidado, la línea editorial. Pero venimos de unos años en que el todo vale ha campado a sus anchas”.

Evidentemente, un porcentaje menor de las pequeñas editoriales funciona como empresa y da de comer a sus responsables. “Si entras en el gran mercado, juegas con otras reglas. Te supeditas a lo que quiera el público y dependes mucho de las cuentas. Sin embargo, en Edita hemos tenido siempre el concepto de independencia no solo como no dependencia de las instituciones y de las subvenciones, sino también del mercado: trabajar al margen de las modas y las tendencias. Y eso tiene un coste, claro”.

En todo caso, este gestor cree que existe en torno al libro una burbuja que no se sabe cuánto durará. “Hay muchas editoriales para las cuales el mercado no es el público, sino los propios autores: venden libros a sus familiares y sus vecinos, sin mayor repercusión, y al tercer libro están quemados. Esa literatura tiene muy poco recorrido, dura lo que dura la vanidad”.     

Teletrabajo y buenas ideas

Aunque el libro es el centro de la industria que nos ocupa, hay otros empeños vinculados a él que también han experimentado un auge en estos tiempos difíciles: las consultoras literarias, por ejemplo. Eduardo Cruz, Manuel Machuca y Nuria Sierra crearon de hecho la suya, Tres Pies al Gato, en plena pandemia. “Aunque la idea se había venido gestando en numerosas conversaciones en la barra de un bar, no fue hasta el confinamiento del año pasado cundo pusimos en pie y en marcha la consultora”, recuerdan.

“Era el momento ideal. Teníamos tiempo de sobra y herramientas tecnológicas para reunirnos y avanzar con el proyecto. El hecho de contar con todo el día por delante nos sirvió para centrarnos en diseñar con detalle nuestros objetivos y nuestros contenidos, repartir tareas y utilizar las redes sociales para darnos a conocer y ofrecer nuestros servicios. La gente estaba aprovechando su encierro para, entre otras cosas, leer y escribir. Pronto empezamos a recibir solicitudes de informes de lectura y correcciones ortotipográficas de manuscritos, asesoramiento sobre cómo retomar novelas estancadas en la página 80, etc…”, agregan.

Además, los socios de Tres Pies al Gato recuerdan que “nuestro trabajo no requería salir de casa. Tan sólo, tener un ordenador y una conexión a internet. Incluso fue un momento ideal para empezar a montar nuestros talleres formativos y aprovechar la moda del Zoom. Llevábamos a la gente a sus casas, a través de la pantalla, los cursos y talleres que antes eran únicamente presenciales. Y la gente respondió. Había ganas de aprender, de entretenerse”.

De hecho, ahora, un año después y ya sin confinamiento, siguen teletrabajando de la misma manera. “Cada uno de los socios en su despacho y conectados por móvil y ordenador. Charlando con autores y editores y organizando talleres y cursos vía Zoom. Eso sí, hemos recuperado las reuniones en la barra del bar. Siendo tres, no corremos el riesgo de incumplir las normas anti-covid”, subraya Cruz.

“La pandemia, en fin, sirvió para que todos nos diéramos cuenta realmente del valor de la cultura, y de literatura en particular en nuestras vidas”, concluyen. “Los libros fueron la forma más sencilla y segura de salir de casa”.

Librerías en pie

A pesar de las restricciones y de otros factores adversos, las librerías siguen también en pie, con no poco esfuerzo. Y no faltan quienes han descubierto su vocación en medio de la crisis desatada por la covid. Es el caso de Juanma Álvarez, recientemente asociado a la librería Término de Alcalá de Guadaíra (Sevilla). “No llevo demasiado en el negocio”, admite. “Sí lo suficiente, me temo, como para haber constatado de primera mano la tradicional mala salud de hierro del sector, su consustancial precariedad; agravada hoy más, si cabe, por los bajos índices de lectura, la proliferación de mil y una plataformas de entretenimiento, y la feroz competencia de Amazon”.

“La pandemia, desde luego, cayó como una sentencia de muerte para pequeños establecimientos como el nuestro, con escaso o nulo músculo financiero para afrontar los días de cierre obligado”, reconoce Álvarez. “Que sigamos al pie del cañón tiene tanto de cabezonería como de endeudamiento suicida, pero también de cierto extraño e inesperado efecto rebote’ que permite albergar alguna esperanza. Y es que, dicho esto con todas las reservas del mundo, parece que las dichosas restricciones no han hecho sino poner en valor las ventajas del comercio de proximidad, la tienda de barrio, la librería esa de la esquina: aquello que siempre, y a pesar de todo, ha estado, está y estará ahí. La fidelización, en este caso, ha venido dada por las circunstancias. Y añadamos a esto el disparatado auge del comercio on line, algo residual en nuestros comienzos pero que ha venido a dar en una nada desdeñable fuente de ingresos”.

“Que esto acabe instaurándose como tendencia o se esfume en la resaca de los malos tiempos, nadie puede decirlo”, concluye. “Sin embargo, aún queda gente en el mundo que viene a buscar a esta casa quién sabe qué: el axioma, el verso, el libro que no saben que necesitan; los veo todos los días; que llevar la palabra a quien la busca no es solo una satisfacción o un modo de ganarse el pan, sino un imperativo moral. A eso nos agarramos”.