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Las transexuales pioneras en la lucha LGTB que se “burlaron del franquismo” a base de purpurina y tacones

Una de las primeras manifestaciones del Orgullo celebradas en España.

Pablo Núñez

Hasta catorce detenciones y diversas palizas en un día por andar “como una niña”. Esta persona, que andaba “como una niña”, era Soraya, una de las mujeres transexuales “luchadoras” que tuvieron la mala suerte de crecer en el franquismo. Durante la dictadura, los transexuales eran considerados “travestis”: “Hombres a los que les gustaba vestirse de mujer y amenazaban con el afeminamiento de la especie”, concluía el fascismo de la época. Así, primero la Ley de Vagos y Maleantes y después la de Peligrosidad Social condenaban su identidad sexual a la ilegalidad.

“Nacer siendo una mujer en el cuerpo de un hombre” les suponía “no tener un armario en el que esconderse; tenían un escaparate”. El de no tener una orientación sexual diferente, como puede ser el caso de un homosexual, sino una identidad de género equivocada. Por ello, pese a una represión que conllevaba “palizas y detenciones”, muchas no desvirtuaron su yo; “se rieron del franquismo pintándose como puertas, poniéndose tacones; a base de purpurina y pluma”.

Lo explica Raúl Solís Galván, el periodista “especializado en temas de exclusión social” que ha publicado su primer libro, La doble transición. En él se relata la historia de ocho mujeres transexuales que subvirtieron “todos los tratados religiosos y morales de la España en blanco y negro”; un homenaje a las primeras valientes que se atrevieron a ser libres aunque estuviera prohibido.

Ha conseguido la mitad de la financiación en un crowdfunding de la plataforma Libros.com en menos de una semana. La cifra financiada alcanza ya los 3000 euros; el objetivo económico está en los 4500. Los mecenas que aporten 20 euros tendrán el libro en papel con su nombre en una de las páginas. Otras opciones incluyen la posibilidad de pagar más a cambio de obtener packs, ejemplares firmados o la versión ebook de la publicación.

“Les jodieron la vida”

Pese a los intentos de la dictadura de “invisibilizarlos”, en el franquismo también había transexuales. Mujeres y hombres que se veían obligados, desde el primer minuto, a participar en una lucha por mantener su identidad sexual real, independientemente de lo que dijera su DNI. Una lucha que se llevó por delante sus esperanzas.

“Les llevó a ser analfabetas, al tener que abandonar el colegio a edad muy temprana. Luego, casi todas eran detenidas, reprimidas y deportadas”, subraya Raúl Solís, que añade: “Dicen que hubo 5.000 homosexuales encarcelados durante el franquismo, pero no era así; eran tan imbéciles, miopes y estúpidos que no fueron capaces de distinguir entre identidad de género y orientación sexual. Según la Asociación de Transexuales Andaluces, realmente el 80% de los encarcelados eran transexuales”.

Esta represión pudo ser mayor o menor dependiendo “de la edad, el estatus de la familia o el lugar del que venían”. Solís explica que, por ejemplo, en Andalucía había más permisividad, al ser una sociedad más comunitaria en la que “el catolicismo era más popular y menos fundamentalista”. Aún así, aunque algunas “evitaban la cárcel”, ninguna “se libró de la falta de libertad”. El analfabetismo impuesto y la prohibición de acceso a trabajos normalizados les abocaba a una vida ligada a la prostitución o al espectáculo.

Pese a la dureza de todo lo que vivieron, estas ocho mujeres, a las que “la sociedad intentó convencer de que estaban equivocadas”, cuyos perfiles “novelizados” están expuestos en el libro, “no sienten rencor”. Raúl Solís, que ha hablado con ellas realizando “un trabajo periodístico más que histórico”, comenta que, aunque “no perdonan”, la mayoría se ha enfrentado a la barbarie “desde el sentido del humor y la teatralización”.

Perfiles

Petróleo, Salvaora, Silvia, Candela, Mar, Blanca, Soraya, María José, Manolita o Trinidad. Son los casos reales que el autor ha expuesto en el libro. Todas ellas comparten un nexo de unión: “tienen más de 70 años y tuvieron que dejar el entorno familiar y la escuela, no las dejaron vivir y fueron repudiadas”.

Sus casos son duros, pero también loables. Muestran el orgullo por mantener una identidad y no dejarse llevar por las imposiciones del franquismo. Desde Salvaora y Petróleo, que “utilizaron símbolos identitarios andaluces y su arte para subvertir el franquismo” acompañando a Lola Flores en conciertos por todo el mundo, hasta Manolita, una vedette que se las ingenió para organizar “un teatro paralelo bajo el pseudónimo de Manolita Chen, una vedette y cantante famosa que no tenía su nombre artístico registrado”. Llegó a ser más famosa que la original, asegura Solís.

Entre todas, destaca la historia de Mar Cambrollé. Fue empresaria. Ahora, es la presidenta de la Asociación de Transexuales de Sevilla y un “símbolo” en la lucha de la transexualidad en España. Pero hace cuarenta años, el 25 de junio de 1978, era detenida “por pegar carteles para la organización de una de las primeras marchas LGTB”. Creció en las “3000 viviendas”, tuvo que abandonar el colegio, como el resto, a edad temprana y es de una familia “muy humilde”.

Solís ensalza el hecho, además, de que “ha conseguido arrancarle a la Junta la ley actual de Transexualidad, ha peleado las indemnizaciones a las transexuales encarceladas y ha logrado sacar a la luz el tema de la transexualidad infantil, que hasta hace poco ni se planteaba”. Una activista cuya trayectoria la convierte “en un símbolo y un documental en sí misma”.

Precursoras del movimiento LGTB

“De las letras LGTB ellas no son una letra más, son las protagonistas. Sin su 'T' no se puede entender el movimiento. Son las pioneras, las que se llevaron todas las palizas. Después, con la mercantilización del orgullo, han pasado a ser olvidadas”. El escritor cree que los transexuales “han significado todo y no se podría entender la consecución de derechos para el colectivo LGTB sin ellos”. El emeritense explica que, pese a la fuerte represión, fueron “las organizadoras de las primeras marchas y manifestaciones, como la de Barcelona en el 77”.

Unos avances en materia de legalidad y aceptación, los del colectivo LGTB, que han sido muy tardíos para ellas. “Desde que se reinstaura la democracia en el 78, hasta que empiezan a tener sus primeros derechos, pasan 30 años. La ley de Amnistía que saca a los presos políticos de las cárceles no fue hasta el 79 y la ley de Peligrosidad Social, que les afectaba directamente, no se deroga hasta el 96”, asegura Solís, que reconoce que “la democracia ha sido muy injusta con ellas”.

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