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Así se superaron las epidemias del siglo XIX: Sevilla tira de archivo para dar “esperanza” ante la Covid-19

Imagen del edicto de 1803 del presidente y vocales de la Junta de Sanidad de Sevilla por la que se hace publica la Carta-Orden del Capitán General de Andalucía, Tomás de Morla, disponiendo medidas preventivas de salud pública ante la epidemia de fiebre amarilla, que asoló Sevilla durante los meses de julio y noviembre de 1800 y ya estaba localizada en la ciudad de Málaga.

Javier Ramajo

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Las “Juntas de Sanidad” hacían las veces de los comités territoriales de Alertas de Salud Pública de Alto Impacto, el confinamiento perimetral se llamaba “cierre de puertas”, se habilitaron hospitales específicos para pacientes epidemiados y se establecieron cordones sanitarios, aunque, a diferencia del significado político que usan determinados partidos, se trataba de sistemas profilácticos basados en aislamiento. Hasta la cartilla Covid de Díaz Ayuso tenía un nombre, “fe de sanidad”, para demostrar que no se padecía enfermedad contagiosa. Se prohibió la comunicación entre barrios, se prohibieron los enterramientos en las iglesias y se suspendieron las “diversiones públicas” en general, eso sí, meses antes que las corridas de toros. ¿Todo esto les suena?

Hace 220 años, Sevilla tuvo un precedente histórico de la Covid-19 con las medidas higiénico-preventivas acordadas por las autoridades de entonces para afrontar la fiebre amarilla que desoló la ciudad entre julio y noviembre de 1800 procedente de los barcos que recalaban del Puerto de Cádiz, que hasta ese momento monopolizaba el comercio con América. Y salió de aquello, aunque años más tarde otra enfermedad infecciosa llamada cólera-morbo asiático azotó de nuevo a su población, primero en el verano de 1833 y posteriormente con sucesivos brotes en 1854, 1865 y 1885. Todavía no se ha subido a la Giralda para bendecir a los vecinos y pedir por el fin de la epidemia, como sucedió en septiembre de 1800, pero no sabemos si, como también ocurrió entonces, se cantarán solemnes Te-Deum en las gradas de la Catedral en acción de gracias por haberse superado.

La exposición 'Documentos para la esperanza. De cómo Sevilla salió de las epidemias del XIX' recupera cuatro escritos oficiales pertenecientes a distintos fondos documentales (Escribanía de Guerra -el tribunal encargado de las causas penales y civiles en las que estuviese implicado el personal militar-, Real Audiencia y Fábrica de Tabacos de Sevilla) en los que se refleja el rastro de algunas de las epidemias que asolaron la ciudad. La directora del Archivo Histórico Provincial de Sevilla, Amparo Alonso, ha comentado a la prensa que la intención de la muestra, dentro de su programación 'El documento del mes' y que se puede visitar en la sede del archivo de lunes a viernes por las mañanas, es conocer “la labor de las autoridades cuando se detectaron los brotes y las medidas que se adoptaron”, reconociendo las similitudes con las que las distintas administraciones vienen tomando desde hace un año ante la presencia del coronavirus. “La historia se repite”, comentaba durante la inauguración la consejera de Cultura y Patrimonio, Patricia del Pozo. En ambas epidemias fueron implementados los preceptos higienistas en España y se propició una mayor concienciación, tanto en los sectores médicos como políticos, por la salubridad, la sanidad y el sistema sanitario.

Según recuerda el Archivo Histórico, a principios de julio del año 1800 anclaba en Cádiz una corbeta llamada Delfín, procedente de la Habana (Cuba), con la fiebre amarilla a bordo. A finales de ese mes comenzó a extenderse por el barrio marinero de Santa María y de ahí al resto la ciudad gaditana. Al ser propia de zonas marítimas cálidas, la enfermedad solía darse en ciudades portuarias y riberas de los ríos navegables, por lo que su localización fue limitada. Pero en nuestro país, ante la alarma de urgencia sanitaria, las autoridades pronto tomaron medidas para salvaguardar la salud pública y evitar que la enfermedad siguiese propagándose. Se crearon las Juntas de Sanidad en todas las capitales de provincia (en Sevilla compuesta por tres médicos socios de la Regia Sociedad de Medicina) y en las localidades cabeza de Partido Judicial, incorporándose a las ya creadas por Felipe V para hacer frente a la amenaza de la Peste de Marsella, originada por la llegada al puerto de la ciudad francesa de un barco infectado en mayo de 1720.

Aquella juntas, no muy diferentes en sus labores a los actuales 'comités de expertos', se dedicaron a la racionalización y sistematización de normativa sanitaria, especialmente relativa a la sanidad marítima, supervisando las disposiciones de funcionamiento interno de los lazaretos, que fueron creados fundamentalmente en puertos y costas de mar para evitar el contagio con el almacenamiento e inspección de ropas y mercancías procedentes de países con enfermedades endémicas. En la costa andaluza destacaron los asentados en los puertos de Málaga y Cádiz. El primer foco de la infección en Sevilla se remonta a finales de julio de 1800, primero en Triana, al otro lado del Guadalquivir, por las calles Sumideros, Sola y Plaza de Santa de Ana, para propagarse rápidamente al barrio de los Humeros y de ahí al casco urbano, a los barrios de San Vicente, San Juan de la Palma, San Román y Santa Catalina. Escaseaban los bienes de primera necesidad y los auxilios a los más necesitados.

Las autoridades de la ciudad pronto tomaron medidas para combatir el brote epidémico que ya había comenzado en el arrabal trianero, donde se estableció un hospital en el Convento de la Victoria y se habilitó el cementerio de la Torrecilla. A primeros de septiembre, ante el progresivo avance de la enfermedad, se prohibió la comunicación entre barrios y ciudades contagiados (como El Puerto de Santa María, Jerez y Cádiz). Asimismo se habilitó provisionalmente parte del hospital de la Sangre o de las cinco llagas como hospital general de pacientes epidemiados. Se dispuso el cierre de las puertas de la ciudad, a excepción de la de Triana, del Arenal, de Carmona y de la Macarena (también la puerta de la Carne por no disponer de botica ni médico propios), vigiladas por un cabo y soldados o alguaciles. Se prohibió el acceso de toda persona con muebles y ropas procedentes de los barrios de Triana y de los Humeros que no presentaran la correspondiente fe de sanidad. Además de contar con este documento, las personas procedentes de zonas contagiadas debían guardar la debida cuarentena en el lazareto instalado en el convento de Santo Domingo de Portaceli, extramuros de la ciudad.

Solicitud para sepultar cadáveres

Se estima que en torno a un 18% de la población perdió su vida en los meses que duró aquella fiebre. En la exposición se puede ver un certificado de José León Cobos, cura y colector de la Iglesia Parroquial de Gerena, a petición de Antonio Gayden, de nacionalidad francesa y vecino de dicha localidad, declarando que su tío carnal, Pedro Amselmi, falleció en la epidemia de fiebre amarilla de 1800.

Procedente del fondo documental de la Real Audiencia de Sevilla, la muestra recupera un informe de 1833 de la Comisión especial de cólera morbo de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz sobre la solicitud del obispo de Cádiz para sepultar cadáveres en el subterráneo de la Catedral. Llegado del río Ganges en la India, este mal devastó extensas zonas de Europa y América, entrando en la Península Ibérica en el verano del año 1833. Las vías de introducción en nuestro país fueron dos: desde Oporto por el puerto de Vigo y desde el Algarve por Huelva. Sevilla, tan cercana a ese punto, ordenó la limpieza de domicilios y aseo de las calles, se prohibieron las reuniones públicas y espectáculos, se dispuso el cierre de teatros, la suspensión de corridas de toros, entre otras, pero el contagio acabó llegando a través, de nuevo, del arrabal de Triana. La Junta de Sanidad declaró la epidemia el 4 de septiembre de 1833, se dispuso la incomunicación de la ciudad con la provincia y se crearon lazaretos.

Para evitar que la enfermedad siguiese propagándose entre la población, a primeros de septiembre se estableció un cordón sanitario cortando el puente de Barcas, haciéndose retirar a la orilla opuesta los buques, fondeados en los muelles del barrio de Triana. Asimismo, se estableció, con carácter provisional, un hospital para enfermos coléricos en el convento de San Jacinto y se habilitó como hospital para pobres epidemiados el Convento de la Trinidad.

Pero ambas epidemias pasaron y nos permiten mirar y leer estos documentos para, como reza el título de la muestra, tener motivos “para la esperanza”.

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