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Mirarnos sin miedo

Área de Incidencia y Comunicación de Andalucía Acoge

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En los últimos años, España ha visto crecer los discursos antiinmigración, mensajes que buscan generar miedo, dividir y presentar a las personas migrantes como una amenaza. Ese clima de polarización no solo deteriora la convivencia: también distorsiona la realidad y alimenta estereotipos que poco tienen que ver con lo que ocurre en nuestros barrios, en nuestros trabajos o en nuestras calles. 

Desde Andalucía Acoge observamos con preocupación cómo determinados bulos y falsedades están calando en parte de la población. Se repiten una y otra vez hasta convertirse en “verdades” que no lo son, y que acaban dañando la cohesión social. Por eso es más importante que nunca informarse bien, contrastar y no reproducir mensajes que pueden vulnerar derechos y deshumanizar a miles de personas con las que compartimos nuestros barrios y ciudades. 

Qué dicen los datos: desmontar mitos con hechos 

Uno de los mensajes más extendidos afirma que las personas migrantes Wvienen a vivir de ayudasW. La realidad es justo la contraria: no existen ayudas públicas basadas en el origen, y muchas de las prestaciones más conocidas (como el Ingreso Mínimo Vital o el desempleo) requieren residencia legal, cotizaciones previas o documentación que quienes están en situación irregular no pueden cumplir. 

Además, los datos oficiales muestran una fotografía muy clara: las personas migrantes aportan alrededor del 10% de los ingresos de la Seguridad Social y solo representan el 1% del gasto, lo que significa que contribuyen mucho más de lo que reciben. 

Tampoco es cierto que “se regale” la nacionalidad o que el arraigo sea una vía fácil. La nacionalidad exige años de residencia legal, exámenes oficiales, ausencia de antecedentes y trámites que pueden tardar años. El arraigo, por su parte, solo se concede cuando se demuestran años de permanencia, vínculos familiares o un contrato de trabajo y solo se consigue tras años de irregularidad en los que obtener recursos para comer, tener un lugar donde dormir o eludir situaciones de agresión se convierte en un reto cotidiano. Y esto lo viven más de 600.000 personas en nuestro país incluyendo familias, niños y personas cuya intención es lograr una vida mejor.  Nada que ver con una concesión automática. 

En materia de criminalidad, los datos del Ministerio del Interior son contundentes. España mantiene una de las tasas más bajas de Europa y, según el propio Ministerio, la inmigración no está teniendo un impacto negativo ni significativo en la delincuencia. De hecho, ocurre justo lo contrario: mientras la población migrante ha pasado de 3,7 millones en 2005 a 7 millones en 2025, la tasa de criminalidad ha descendido de 49,4 a 40,6 delitos por cada 1.000 habitantes. Las cifras desmontan con claridad el mito que vincula migración y delincuencia. 

Lo que fuimos: memoria para entender el presente 

Cuando observamos estos discursos, conviene recordar algo fundamental:  España fue –y sigue siendo– un país de emigrantes. Hace apenas un siglo, cientos de miles de españoles cruzaron el Atlántico buscando una vida mejor. Tras la Guerra Civil, cerca de medio millón cruzó a pie la frontera con Francia huyendo de la persecución. 

En los años 40 y 50, miles de canarios se embarcaron en pequeños veleros rumbo a Venezuela en viajes peligrosos y precarios. En los 60, decenas de miles viajaron a Alemania para trabajar como mano de obra barata, viviendo en barracones y siendo tratados muchas veces como ciudadanía de segunda. 

Todas esas historias forman parte de nuestra identidad colectiva. No es pasado lejano: son vidas que aún están en la memoria de nuestras familias. Por eso resulta tan contradictorio que hoy algunas voces deshumanicen a quienes hacen exactamente lo que hicieron generaciones de españoles y españolas: marcharse para sobrevivir, para trabajar, para construir un futuro mejor. 

Cuidar la convivencia 

Nuestra sociedad necesita cuidados. Necesita calma, información y empatía. Las migraciones no debilitan un país: lo sostienen, lo enriquecen y lo hacen más diverso y más fuerte. Personas de orígenes distintos trabajan en la hostelería, en la industria, en los cuidados, en la agricultura o en la ciencia. Sostienen sectores esenciales y forman parte de nuestros barrios y de nuestras vidas. 

Por eso, como ciudadanía, necesitamos dar un paso al frente: informarnos, contrastar, no reproducir discursos de odio y defender una convivencia basada en derechos y respeto. Debemos ser conscientes de cuándo un discurso que reproducimos viene de algo que de verdad creemos o hemos experimentado, o cuándo estamos siendo empujados al rechazo del otro.  

Construir una sociedad más justa y segura depende de todas y todos. Y empieza por algo tan sencillo —y tan necesario— como aprender a mirarnos sin miedo.