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Misas en Facebook y confesionarios vacíos por el estado de alarma: “En reclusión no tiene uno mucho que pecar”

Comunicado de la Parroquia San José y Santa María ante el cierre del templo / FOTO: javidmgz

Javier Domínguez Reguero

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“Me vas a perdonar, Javier, pero estoy siguiendo la misa. Te llamo después”, contestó al periodista inoportuno Araceli Fernández. Ella, como tantas personas, se ha pasado a las misas en directo a través de una pantalla. Fernández es feligresa de la parroquia de San José y Santa María, en Andalucía Residencial, una de las zonas más antiguas de Sevilla Este.

El templo, que cumple 25 años en 2020, lleva clausurado desde que se decretara el estado de alarma por la pandemia de la Covid-19. Desde entonces hay domingos atípicos, sin comunión presencial. No se da la paz. Se detuvo la melodía que llamaba a misa y se recomendó seguir los oficios por radio, televisión o Internet. En este contexto, los sacerdotes han implantado vías pastorales alternativas para mantener las relaciones. “La parroquia no puede dejar de ofrecer la asistencia espiritual y caritativa que le son propias en ningún momento. Esta familia siempre trata de responder”, dice uno de sus párrocos, Rafael Muñoz.

Misas por streaming

streamingDurante esta crisis sanitaria, la eucaristía se retransmite en directo a través de Facebook a las 18.15 horas (el periodista, desacertado, llamó a Fernández a las 18.40). Posteriormente se cuelga en su página web. “Los padres que tenemos en la parroquia son modernos, son afectuosos y da gusto hablar con ellos”, dice Vicente Barreiro, asiduo a la celebración dominical.“Lo hacen tan bien que parece que estoy en el Sagrario con ellos”, reconoce otra vecina, Teresa Padilla.

Esta feligresa no lleva “tan mal” el impedimento de acudir a misa aunque reconoce que es “raro”. Barreiro no ha notado “mucha diferencia” y recuerda que cuando era pequeño ya había practicado la comunión espiritual. Pero Eva Aguilar, una de las catequistas, sí que lo echa de menos. Además, “no tienes el contacto directo con los feligreses ni con los sacerdotes, pero es un tiempo de gracia que estoy viviendo. Es más espiritual que otras veces”, dice.

Fernández también se ha adaptado a seguir la misa en línea: “Es una satisfacción grandísima que el Sagrario esté dentro de mi salón. Lo veo en la televisión”, cuenta. Y añade: “Es algo grande que los sacerdotes de mi parroquia traigan al Señor a nuestra casa ya que no podemos ir a recibirlo”.

Los feligreses, y todos aquellos que deseen unirse, reciben informaciones y notas espirituales a través de un grupo de Whatsapp que se ha creado para la ocasión. “Es ese aliento diario de que no estamos solos”, señala Padilla. “Los sacerdotes jóvenes, con un móvil, se apañan y ofrecen muchos servicios de todo tipo”, dice Nacho Álvarez. Este antiguo vecino de Andalucía Residencial, y feligrés de la Iglesia de San Esteban, se acuerda de aquellos párrocos mayores “que lo llevan peor”. “No pueden dar misa y tampoco pueden cumplir con la misión de acompañar a los enfermos debido a que son un grupo de riesgo. Esa parte del ministerio no la pueden vivir”.

El contacto telefónico se ha mantenido, pero, como apunta Muñoz, “con preferencia a los enfermos y a los que viven solos, para facilitarles tiempo de comunicación, para animarlos y para que nos hagan saber si necesitan alguna cosa y abastecerlos”.

Confesión excepcional   

“Hay recursos para seguir la oración y la misa”, dice Álvarez. Padilla reconoce que los distintos canales de comunicación “están muy bien” porque mantienen la vinculación con la parroquia. Sin embargo, las nuevas tecnologías no se pueden utilizar en ámbitos como la confesión sacramental. “Eso se lleva un poquito peor aunque pecamos menos porque estamos en casa y se compensa. Estamos confinados, ¿qué puedes pecar en casa?, se pregunta Padilla. Barreiro ríe: ”En este estado de reclusión tampoco tiene uno mucho que pecar“.

Ante la imposibilidad de realizar una confesión junto a un sacerdote, y dentro de la excepcionalidad, el Papa Francisco aludió a “hablar con Dios, decirle la verdad y pedirle perdón”. Pero esto no implica que la gente ahora pueda confesarse con Dios siempre “porque no es doctrina cristiana católica”, recuerda Muñoz.

Música para todo el barrio

Desde el comienzo del estado de alarma la parroquia de San José y Santa María ha emprendido una función sencilla, pero muy simbólica, tras el aplauso solidario para el personal sanitario.

Dos canciones. Nada más. Por los altavoces de la torre donde todos los días a la hora del Ángelus suena el Ave María, se han arrojado temas de Diego Torres, Manuel Carrasco, Siempre Así o El Arrebato. Ha sonado el “Resistiré”, banda sonora de esta crisis, y con la llegada de la Semana Santa se han escuchado varias marchas procesionales como “Costalero”, “La Saeta” y “Pasan los campanilleros”. Esta última dejó una anécdota: los vecinos acompañaron la composición de Manuel López Farfán con llaves que hacían sonar desde sus balcones. “[La idea] surgió para levantar un poquito el animo de las personas, dar un poco de esperanza. Es una colaboración en este acto de vecindad para creyentes y no creyentes y contribuye con un momentito festivo para llevar mejor esta situación que está siendo realmente penosa para todos”, dice Muñoz.

Araceli Fernández aplaude a las ocho desde su balcón, pero poco después se va a su dormitorio. La ventana se orienta a la iglesia y, desde allí, oye las canciones que selecciona el padre Miguel Ángel que, junto al padre Rafael y al padre Domingo, también sirve en esta parroquia. “Me da envidia de no vivir en la casa de mi hija (enfrente del templo) para estar en ese ambiente”. En primera fila lo aplaude Aguilar, que vive junto a la parroquia. “Es un acto de solidaridad y de unión. Es un estamos aquí”, dice. “He recibido muchos mensajes de vecinos que quieren dar las gracias a los sacerdote y mandarles ánimo”.

La parroquia es estos días como un gran DJ de ladrillo visto que anima a los vecinos. La versión de Ana Gabriel de “Cielito lindo” no ha faltado en el repertorio. “De alguna manera estamos separados, pero es una forma de acercarnos. ¡Y fíjate qué cosa más simple. Es algo que se comparte!”, dice Álvarez sobre la iniciativa. “La labor que están haciendo me parece fantástica porque no deja de tener al barrio y a los feligreses unidos”, apunta Padilla.

Estos minutos no sustituyen a la práctica de varias semanas atrás. Muñoz cita a San Juan de la Cruz – “el don de amor se cura con la presencia y la figura” – para remarcar la principal carestía de este encierro.

Vulnerables

“Cuando empieza a faltarnos algo importante como es la salud, o se impone el miedo a perderla, puede aparecer también el miedo a la muerte. Hay quien la seguridad la encuentra comprando 50 rollos de papel higiénico y quien siente otro tipo de seguridad”, dice Álvarez.

Cuando se acaban los automatismos y la rutina queda detenida, se duda de lo que se daba por hecho y aflora la vulnerabilidad humana. “El hombre no puede tanto como cree”, dice Muñoz. Llegan las preguntas. Se buscan las respuestas en la ciencia o en lo espiritual. Quizás en las clases de pilates o en el catálogo de una plataforma de vídeo bajo demanda.

“Esta situación lo que está provocando en las personas es una apertura hacía sí mismos y el sentido de sus propias vidas. Hay quien estaba un poco alejado de Dios y de su espíritu religioso. Puede ser un buen momento de retomarlo”, apunta Muñoz.

 

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