Bebés de La Gota de Leche: noventa años, certificado pediátrico y una lata de leche en polvo
Cruzamos los portones de madera que dan acceso al interior del edificio de la sede de la Santa y Real Hermandad del Refugio de Zaragoza, conocida popularmente como la Hermandad del Refugio. Un edificio proyectado por los hermanos Borobio que fue inaugurado en 1931 y que hoy está catalogado como bien parte del patrimonio aragonés. Sus suelos de baldosa hidráulica y la gran escalera lateral compiten por el protagonismo en un espacio en el que las palabras solidaridad, ayuda, consulta, familia, acogida o voluntariado se han ido repitiendo una y otra vez en los careles a lo largo del tiempo.
Bajando las escaleras a mano derecha, una estancia de color amarillo llama la atención. Es el lugar donde las familias con bebés recogen leche, ropita, pañales o toallitas higiénicas. Hace más de noventa años que el primer bebé llegó al servicio de La Gota de Leche. Posiblemente lo hizo sostenido por los brazos de su madre. En diciembre de 2023, todas las personas que esperan a que la puerta del servicio se abra, son también mujeres. Ana es abuela de un bebé de dos meses. Le cuenta a este diario que hoy está esperando como abuela, pero que en su día lo hizo como madre “mi hijo tiene treinta años y ya vine con él para pedir leche y pañales”, confiesa. Vestida de negro, pide que escriba su nombre real, “no tengo nada de lo que avergonzarme”, explica, “cualquiera puede verse en esta situación”, añade.
La acompaña otro de sus nietos. No tiene más de tres años. Sus grandes ojos no pierden cuenta de las notas que tomo en el cuaderno. Él es uno de los niños a los que La Gota de Leche ha ayudado a alimentar en sus primeros meses de vida. Caterine dio a luz a dos preciosas mellizas. En Facebook encontró el servicio de la Hermandad del Refugio y probó suerte. “Con dos bebés no podía trabajar, y con el sueldo de mi marido nos era imposible salir adelante. En la Gota de Leche nos han dado leche, potitos, papilla, y con eso vamos tirando”, explica la joven.
Las mellizas tienen ahora 6 meses, así que tal y como el servicio estipula, a partir de ahora su madre podrá acudir a La Gota cada quince días. Ana, sin embargo, recoge una lata de leche en polvo a la semana para su nieta; la pequeña tiene dos meses, y aunque no es suficiente “al menos ya solo tenemos que comprar una lata por nuestra cuenta”, dice la mujer con la comida en la bolsa “esta lata de leche cuesta 15 euros, y esa es la diferencia entre poder o no comprar comida para los demás en casa”. Los nietos de Ana, hijos de niños que en su día fueron alimentados por el servicio de La Gota de Leche, forman parte de ese porcentaje de bebés que corren riesgo alto de entrar a formar parte del círculo de pobreza “vicioso y crónico”.
Servicios pediátricos
Hace diez años aproximadamente, el servicio de La Gota de Leche puso en marcha algunos cambios. El más importante fue contactar con los servicios pediátricos del sistema sanitario de la ciudad de Zaragoza. “Los pediatras son los que confirman que ese bebé, por el motivo que sea, necesita lactancia artificial”, señala Óscar Moreno, trabajador social de la entidad. Cada una de las familias que solicitan ser usuarias de La Gota de Leche tienen que cumplir una larga lista de requisitos: el más importante es el certificado de lactancia artificial expedido por pediatría, pero también deben tener pasaporte en regla, ser residentes en Zaragoza, certificado de nacimiento, presentación de nóminas, alquiler, subsidios o ayudas de los que son beneficiarios los padres, entre otros. La Gota de Leche solo fomenta la alimentación con biberón en aquellos casos en los que el bebé no puede tomar el pecho o, por el motivo que sea, no es suficiente, y en todos los casos “se trabaja de manera coordinada con Salud para evitar duplicar ayudas”, remarca el trabajador social.
La otra cara de La Gota de Leche
Lita y Regli son voluntarias del servicio desde hace 16 y 7 años respectivamente. A diario atienden a las personas, en su inmensa mayoría mujeres, que acuden en el día de la semana asignado para recoger alimentos para sus bebés. “¿Necesitas pañales? Creo que tenemos algunos para seis meses, tu bebé está creciendo mucho”. Ambas conversan con Victoria, madre de un niño de cinco meses, en proceso de renovación de sus papeles. Su pareja está en Madrid, trabaja allí y les envía dinero, pero “no es suficiente, la leche es muy cara”, explica esta madre primeriza. Victoria mantiene una conversación animada con las voluntarias, pero no siempre es así. “Muchas de las mujeres que vienen han sido o están siendo maltratadas, otras están solas, la mayoría no hablan mucho”, confiesan las dos mujeres, y recuerdan algunos de los casos en los que se han topado con moratones y ojos hinchados en los rostros de las madres. “Les damos ánimos, ¿qué podemos hacer si no?”, añaden, mientras la frustración se deja ver en sus caras.
En la sala de espera amarilla dos chicas jóvenes esperan su turno. Isa nació en Honduras. Hace algo más de un año que trabaja cuidando a una señora mayor en Zaragoza “de lunes a sábado, por 400 euros y sin seguridad social”, relata. Cuenta que tiene 28 años, y que en su país a los 30 una mujer se considera ya mayor para buscar trabajo, “las oportunidades son mínimas” así que vino a España en busca de otra oportunidad. “Mi pareja no tienen trabajo, va donde le llaman, pero sin contrato”, confiesa Isa. Esta circunstancia complica las opciones de regularizarse en España -de conseguir la nacionalidad- y aunque es madre de una bebé de un año, trabaja para “llevar algo de dinero a casa” y la Gota de Leche les da “un respiro”, aunque solo les quedan dos meses, porque cuando su pequeña cumpla 15 meses el servicio de La Gota de Leche dejará de darles ayuda alimenticia. “Se supone que los bebés, a partir de los 14 meses, pueden comer con normalidad”, explican desde el servicio, por ello, a no ser que haya una indicación pediátrica específica, los bebés deben abandonar La Gota de Leche.
La historia de Erika es muy diferente. Es licenciada en pedagogía infantil con cinco años de experiencia. El futuro en Colombia no era fácil “es un país complicado”, así que Erika decidió seguir los pasos de su madre, que llegó a España hace 15 años. En este viaje la acompañó su pareja. Ella pensaba ejercer aquí su carrera, pero “no me convalidan los estudios, ni siquiera una parte, y la solución es que me matricule de nuevo, vuelva a estudiar cinco años, sin acceso a becas o a descuentos en la matrícula”, explica la profesora. Su pareja trabaja en reformas, aunque sin contrato. “Tal y como está la economía la gente no quiere pagar la seguridad social”, añade Erika, y aunque es consciente de que su situación es ilegal y que “no es lo que queremos” añade “tenemos que trabajar, aunque sea así, si queremos mantenernos”. En su situación, con una bebé que necesita lactancia artificial, La Gota de Leche ha sido también “un respiro”. Porque, como dicen Ana, Victoria o Caterine, que te den una lata de leche significa tener que comprar solo otra más, y destinar eso 15 euros a otras necesidades o urgencias del bebé, sobre todo medicación y otros cuidados.
La pobreza, un círculo crónico y vicioso
“Es falso que las ayudas públicas de servicios sociales se dupliquen”, dice Óscar Moreno, que además se muestra muy preocupado por el “creciente volumen de información falsa que hay en este sentido”. Sobre la nacionalidad de las personas usuarias de los servicios que se ofrecen desde la Hermandad del Refugio de Zaragoza, un 25% son familias españolas. La razón por la que las personas procedentes de otros países acuden a las puertas del Refugio tiene que ver con la “ausencia de redes de apoyo”, apunta Moreno. Personas sin familia, sin conocidos o con un círculo social con las mismas carencias hacen que los servicios públicos sean casi “el único recurso que les queda”. Este trabajador social recuerda que las ayudas públicas de alimentación que muchas familias reciben suelen ser de entre 150 y 200 euros, y que se conceden cada tres o cuatro meses, “y eso si tienes los papeles en regla”, apunta.
La Gota de Leche es la primera parada de un camino que, para muchos niños, continúa por la senda de las ayudas sociales hasta cronificarse siendo ya adultos. Para otros, los menos, es solo un momento puntual en sus caminos. Desde la Hermandad del Refugio, en La Gota de Leche, trabajan para ayudar a las personas “por encima de la raza, la religión, la procedencia” y, sobre todo “con dignidad”. En las más de nueve décadas que el servicio lleva en funcionamiento ha intentado dar respuestas “a las necesidades que había en cada momento”, explica Moreno.
Preguntamos qué se puede hacer para romper el círculo de la pobreza y la respuesta es clara: “Acabar primero con las informaciones falsas”, dicen desde la Hermandad, y “tener valentía” para afrontar este tema, hablar de él “aunque a nivel político no interese” e implementar medidas, como el ingreso mínimo vital que, “aunque no es toda la solución, ayudaría a que menos personas se vean en la necesidad urgente de acudir a servicios como los de la Hermandad del Refugio”. Sólo La Gota de Leche necesita 100.000 euros al año para sufragar los productos que ofrece a los más de cien niños y niñas que pasan cada año por su sala amarilla. Este año el servicio contará con el apoyo de la Fundación Sesé, que recaudará fondos para la causa en su gala anual solidaria “En Marcha Música X” con estrellas de la música como India Martínez, DePol o la aragonesa María José Hernández, el próximo 20 de diciembre en la Sala Multiusos del Auditorio de Zaragoza a partir de las 20.30 horas.
Los bebés de la Gota de Leche, con toda probabilidad se convertirán en niños y adolescentes que también necesitarán “becas de comedor, de estudios y de libros, refuerzo escolar y lugares donde crear hábitos sanos de estudio y de vida” al margen de las familias desestructuradas, sin recursos y en riesgo de exclusión o ya excluidas de la sociedad, explica Óscar Moreno. Puede que esto no rompa el círculo vicioso y crónico de la pobreza, pero, al menos, hará una brecha. Cada nueva vida es una nueva oportunidad.
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