Sabina Puértolas, soprano: “Tenemos que estar más orgullosos de nuestra música de lo que lo estamos”
¿Cómo se ensaya para una actuación como esta?
Creo que mi preparación fue más mental que, digamos, física. Son romanzas de zarzuela que están dentro de mi repertorio, y que intento cantarlas en mis conciertos siempre que puedo. Era más meditar y pensar a dónde iba, qué es lo que iba a hacer y, sobre todo, qué es lo que quería transmitir y qué huella pretendía dejar. Llevar la música española a un templo como el Carnegie Hall, y dejar nuestro pabellón bien alto. También estar tranquila y relajada para mi debut en Nueva York.
¿Qué sintió cuando pisó ese mítico escenario?
La mañana del concierto empecé a tener nervios, aunque no soy una persona que se ponga demasiado nerviosa. Era más bien la sensación de responsabilidad, y el peso de lo que significaba cantar en el Carnegie Hall. Hubo además una oleada de mensajes de amigos, compañeros, familia… que me habían visto en las noticias o los periódicos, lo que me hizo pensar que era algo más grande de lo que yo había imaginado. Sentí muchísima emoción, estaba feliz, muy contenta de cantar en esa sala, y de cantar zarzuela. Muy, muy emocionada.
¿Con qué momento, anécdota o emoción se queda de esta experiencia para su recuerdo?
¡Ha habido muchas cosas! Un momento divertido, de esas cosas que no se ven, fue toda la operación que tuvimos que organizar para llevar por la calle los vestidos desde el hotel hasta la entrada de artistas del Carnegie Hall, con la ayuda del equipo del Teatro Real. Otro fue que mi marido, que trabaja como piloto en una compañía aérea, cuando supimos que por fin iba a cantar en Nueva York -mi compromiso anterior, en el Metropolitan, tuvo que cancelarse debido a la pandemia-, se reservó el vuelo del día 15. Normalmente no suele pasar nada, habría llegado con tiempo, pero le pasó de todo, y yo estaba en el camerino pendiente de dónde estaba… Llegó justico, solo 15 minutos antes de empezar el concierto. Lo pasó mal, pero al final todo salió bien.
¿Cómo se percibe la música -en su disciplina y género- fuera de nuestras fronteras?
La música española gusta, muchísimo. Tiene unos ritmos y unas melodías que conquistan, y la cantamos de una manera que hace que el público salte en las butacas. Tenemos que estar orgullosos de nuestra música, más de lo que lo estamos.
¿Valoramos lo tenemos en casa?
Creo que ocurre como en cualquier disciplina o trabajo, siempre se valora más fuera. Pero en nuestro caso deberíamos vendernos y exportarla mucho más. La muestra es que el Carnegie Hall se llenó, con el público puesto en pie al final de la gala.
¿En qué momento se encuentra la ópera en España?
Por un lado, es maravilloso ver a muchos cantantes jóvenes, preparadísimos y que están pisando muy fuerte. Por otro, si los gobernantes apoyasen más al teatro, si se invirtiese más en cultura y en música, si en los colegios e institutos se le diera espacio a la asignatura de música, acercándola a los jóvenes, esa renovación llegaría más directamente al público. Se ve gente joven en las butacas, pero la ópera creo que sigue siendo la gran desconocida para ellos.
¿Existen becas, premios, ayudas suficientes?
Nunca es suficiente, porque nuestra profesión exige una preparación muy larga, muy exigente y muy cara. Yo he tenido la suerte de contar con becas (del Gobierno de Navarra, la Montserrat Caballé), después invertí en seguir formándome con los premios que iba ganando, y por supuesto la ayuda de mis padres. Y aparte de eso, todo el apoyo mental, podríamos decir, de la familia y los amigos, para llegar a buen puerto, porque es una carrera con muchos altibajos.
Peticiones y aportaciones que harías para mejorar e implementar el canto operístico.
La música hay que enseñarla y acercarla desde abajo, por ejemplo, llevando a los colegios a los ensayos generales. Incluso que vean lo que hay detrás del escenario, porque nunca olvidaré la cara y la fascinación que sentía mi hijo cuando, de pequeño, le llevaba a conocer cómo era la trastienda de los decorados.
¿Qué le ha enseñado la ópera?
La ópera me ha hecho y me hace muy feliz. Disfruto cada momento de mi trabajo, desde el estudio y siguiendo por los ensayos, porque disfruto mucho con los compañeros, y me gusta el trabajo en equipo, hacérselo fácil y que la gente que tengo alrededor se lo pase bien. Y por supuesto, en el escenario. Llevo cantando desde los 8 años, primero jotas y en corales, después en el Conservatorio y como solista, y el escenario es mi elemento. Disfruto cantando y poniéndome delante del público. La ópera me ha enseñado a mirar dentro de mí, a quitar lo superfluo y quedarme con la verdadera esencia, aunque me imagino que en todo esto también influye la edad. Pienso cada vez menos en lo negativo, aprendo de ello y salen más cosas positivas. Es un buen ejercicio mental y te fortalece.
¿Cuáles son sus referentes en la vida?
Ahora que me hago mayor, mis padres. Mi familia, mi marido y mi hijo, que son los que me apoyan, me empujan cada día y están conmigo en los altos y en los bajos que caracterizan a esta profesión. Cuando estás abajo hay que saber llevarlo, no ponerse muy nerviosa y dejar que la línea suba para arriba, que siempre sube. Hay que estar preparada para todo, y para eso es necesario un buen apoyo familiar, de compañeros y amigos.
¿Quién es Sabina cuando se baja del escenario?
Pues Sabina es una mujer, madre, esposa… que le gustan los animales, la cocina y llenar de gente mi casa. Las puertas siempre están abiertas para los amigos. Después de un éxito en un teatro, de estar un mes fuera de casa, con la soledad que caracteriza también a nuestra profesión, cuando vuelves siempre hay espacio para reunirse, para una barbacoa, una paella o lo que sea. Me hace tremendamente feliz que quienes me rodean se lo pasen bien. Esa soy yo.
¿Si no hubiera sido cantante, qué otra profesión le hubiera gustado desempeñar?
Cuando estaba en EGB quería ser veterinaria, porque ya entonces me gustaban los animales, pero en aquella época ya cantaba jotas, no sentía ni miedo escénico ni nada. No forcé ser cantante de ópera, la vida me ha traído hasta aquí. Y soy feliz encima de las tablas de un escenario, da igual dónde estén.
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