Visita casual a Belén
En la iglesia de San Felipe en Zaragoza, junto a la plaza del mismo nombre, un señor explica a un grupo de unas veinte personas el belén que han montado en una capilla en la que se encuentra la pila bautismal, cuya altura marca la línea de base de la escena. El belén, estilo napolitano, es una maravilla, con figuras de turcos y dos edificios construidos expresamente y con muchos detalles por una señora que se dedica a eso: “vive de esto”, dice el guía.
El belén está tras una reja y si se echa un euro se enciende la luz durante un rato. El resto del edificio donde se ha colocado el nacimiento es una ruina romana magnífica, mejor que las de Petra, y la casa de enfrente está llena de detalles de Nápoles que el guía explica: la reja, los azulejos... Según cuenta otra característica de los belenes napolitanos son las figuras grotescas, con rasgos exagerados, verrugas, feísmo.
La costumbre de hacer el belén, explica el experto, viene de Nápoles del siglo XIII --entonces Belén estaba en manos de los turcos, y por eso aparecen tantos personajes de la Sagrada Puerta junto a los romanos y los nativos. También hay un San Francisco de Asís, ya que es el patrón de los belenistas desde que, a petición de los españoles, el Papa Juan Pablo II le dio este rango universal.
El público hace preguntas, se arremolina en torno al nacimiento, y cuando se apaga la luz automática el guía echa otro euro para seguir viéndolo un rato más, y añade que el belén representa el nacimiento de Jesús, un hombre bueno, un profeta,Dios, etc.
Parece que el mensaje de la Navidad o Natividad se extiende entre el grupo, la paz y la buena voluntad, junto al interés cultural. Un hombre repara en mí y me dice, “oiga, usted no es de este grupo, no puede estar aquí”.
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