No fue lo ocurrido en una planta 14 lo que llenó de dolor Asturias aquel 31 de agosto de 1995. No. La tragedia sucedió en la capa octava, entre la cuarta y quinta galería, a 400 metros de profundidad, en el Pozu Nicolasa de Mieres. El único de todo el Principado que aún hoy sigue activo.
Ni tampoco era una tarde amarilla. Porque la hora de la explosión que segó la vida de 14 mineros “como robles” fue las 3:15 AM de un lunes de verano, en un año que fue infernal para la siniestralidad en las cuencas mineras asturianas. La culpa la tuvo una explosión. Eso fue casi lo único en lo que estuvieron de acuerdo los tres informes y la comisión parlamentaria que se realizaron tras el siniestro.
“Los 14 de Nicolasa” son Anatolio Lorenzo Pedrosa, Jesús Trapiella, Luis Antonio Espeso, Eduardo Augusto Alves, Francisco Javier González, Elías Otero, Eugenio Martín Curieses, José Ignacio del Campo, Juan Manuel Álvarez, Manuel Ángel Fernández, Milan Rocek, Michal Klenot, Vlastimil Havlik y Miroslav Divoky. 10 asturianos trabajadores de Hunosa y 4 checos, de la subcontrata Satra. Tenían entre 29 y 43 años.
El accidente y sus consecuencias
Fue el accidente más grave en la historia de la minería pública española. Y sus consecuencias en las cuencas mineras fueron humanas, pero también laborales y hasta sentimentales. En el interior de la explotación, de la que se extrae carbón desde 1855 y ubicada a unos pocos kilómetros de la localidad de Ablaña (Mieres), trabajaban en el momento del accidente 59 mineros. 15 estaban en la capa octava. Solo uno sobrevivió.
28 años después de la tragedia, la mayoría de las preguntas sobre qué pasó aquella madrugada no tienen respuesta. Las diferentes investigaciones que se realizaron tras el siniestro dieron resultados distintos.
El informe de la Dirección Regional de Minas determinaba que la probable causa del accidente fue la explosión de varios cartuchos de dinamita. La compañía Hunosa apuntó a un fallo en el electro-ventilador, mientras que el documento que elaboraron los responsables de Comisiones Obreras situó el origen del siniestro en la máquina extractora del carbón de donde saltó una chispa incompatible con el peligroso gas grisú que invade las galerías de estas minas asturianas.
Por su parte, la comisión creada en la Junta General del Principado se cerró sin determinar las causas. Pero el dictamen del parlamento asturiano alertaba sobre el deficiente mantenimiento de las instalaciones, la ausencia de indicadores de presencia de ventilación o el uso de componentes eléctricos sin homologar. Y eso lo cambió todo.
Cuando los tribunales atribuyeron parte de la responsabilidad a la hullera se modificaron los protocolos de seguridad. Hay mineros que dicen que el accidente de Nicolasa fue un antes y un después en esta materia, al menos en la minería pública de España.
Los cambios en la normativa obligaron a duplicar la ventilación en los fondos de saco (lugar en el que tuvo lugar el incidente) y a acotaron los límites de grisú que se permitían para trabajar en el interior. El 31 de agosto de 1995 ese límite estaba en 1,5% de grisú en el aire, si se llegaba a ese nivel, había que apagar los dispositivos eléctricos y mecánicos. Hoy la cifra permitida es de 0,5 por ciento. Es el gran legado, además de sus recuerdos, que han dejado en la minería y en las cuencas los 14 de Nicolasa.