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Agricultores que dicen no a los pesticidas: “Te hace más fuerte”

El agricultor Ernest Mas en su finca ecológica.

Sara Acosta

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Fermín Salcedo atiende desde su tractor, pues está labrando la tierra para los cultivos del próximo verano: calabacín, pimiento, berenjena, tomate, pepino, sandía y melón. Tiene una explotación de 27 hectáreas que trabaja junto a Julio Quilis y Francisco Barat, hijos de agricultor e ingenieros técnicos agrícolas como él. Sus campos, en Valencia, ahora tienen certificación ecológica adquirida en 2011, pero antes allí echaban productos químicos, como hizo toda la vida el padre de Fermín. “La de mi padre es la generación perdida, que ha drogado la tierra con pesticidas, y eso vale para algunas décadas, pero no es sostenible en el tiempo”.

Este agricultor de 51 años entiende y comparte el hartazgo de muchos compañeros de oficio que están, cuenta, esclavizados por una cadena viciada que impone producir siempre más y barato pues compiten con países con los que en realidad es imposible. Perder dinero era su realidad diaria. “Pero ¿cómo voy yo a competir con Marruecos? Estaba harto de que las cadenas de distribución me dijeran cuánto tenía que cobrar por mi producto, y que soy caro”. Así que echó la vista atrás hasta la generación de su abuelo. “Él usaba estiércol, pues yo igual; él vendía en el mercado local, y aquí en Valencia eso aún se puede hacer”.

Para quedarse hoy en el campo, explica, hay que estar formado, tener conocimientos y así poder hacer las cosas de forma distinta: dejar los monocultivos, diversificar la producción y cuidar el suelo. “En el momento en el que dejas de maltratarlo se repone muy bien”, incide Fermín.

Ninguno de los agricultores entrevistados para este reportaje dice que el cambio sea sencillo, más bien al contrario. Supone un giro radical en la mirada de la agricultura y asumir más riesgos. Pero a la vez, cuentan, esto los hace menos dependientes de factores externos, como los comerciales de las grandes empresas de fitosanitarios que visitan sus campos día tras día, también para venderles productos que llaman ecológicos. “Te hace más fuerte. Yo les digo, no, dejad actuar a la naturaleza”, explica el agricultor valenciano.

Me di cuenta de que no íbamos bien. Teníamos una visión muy convencional. Siempre se trataba de matar al pulgón, no de pensar de forma ecosistémica para crear equilibrios

Ernest Mas Agricultor

Ernest Mas pertenece a la quinta generación de agricultores de una empresa familiar.  Hace unos diez años, una plaga de pulgón en las sandías, que era su producción principal, hizo perder mucho dinero a esta compañía de Cambrils (Tarragona). “Aplicábamos tratamientos químicos semanales, y nada, fue una campaña desastrosa”. Él y sus primos, que dirigen la empresa y una superficie agrícola de 300 hectáreas, decidieron parar y pensar.

“Me di cuenta de que no íbamos bien. Teníamos una visión muy convencional. Siempre se trataba de matar al pulgón, no de pensar de forma ecosistémica para crear equilibrios”.

Las flores al rescate

Tras un largo proceso, puso en marcha algo que no existía y que ha valido a esta explotación familiar multitud de premios: intercalar flores entre los cultivos, una técnica que hoy se conoce como intercropping floral. “Fue la bomba. Históricamente sí se había hecho poner bandas florales en la periferia del campo, pero nunca dentro, nos dimos cuenta de que era mejor plantar todo a la vez. Ahora hay muchos colores, flora, fauna. De una forma sencilla rompimos el monocultivo, pero no fue nada sencillo llegar ahí, fue un proceso complejo”.

Gracias a su experiencia, hoy se cultiva con flores en otros lugares cómo Castilla La Mancha, en la Región de Murcia y en otros países. Y en un sector que suele ser receloso y desconfiado, en esta empresa comparten todos sus avances. Reciben tantas visitas de científicos y estudiantes que este agricultor ha empezado a denegar encuentros.  “No me da la vida”, se justifica.

Mas también comparte la indignación de los agricultores, y en su caso asegura que los pasos que la empresa ha dado hacia un modelo sin pesticidas ha sido por su propia iniciativa, sin esperar a nadie. ¿Les va mejor en el modelo ecológico que cuando usaban químicos? “No me gusta compararme, pero si reflexionamos, en estos últimos 20 años se sigue haciendo el mismo tipo de agricultura, se usan químicos cuando hay una crisis climática, hay sequía y se riega. La gente se está manifestando porque no se gana la vida, el modelo que tenemos no es rentable, es muy intensivo y no funciona”.

Sorprende escuchar a alguien que se pasa la vida probando cómo mejorar que ha frenado la investigación, que ahora mismo no quiere ir más allá. “No merece la pena, el problema es el modelo de consumo, a la gente le importa poco que yo haga una agricultura más sostenible, porque ya ni sabe de dónde vienen los productos, es muy complicado reconectarla. ¿Cómo le explicas a la gente que no coma aguacates todos los días?”.

Con el mismo obstáculo se choca Fermín Salcedo, el agricultor de Valencia. “Nuestro problema ya no es la producción, sino los consumidores. La gente prefiere abrir una bolsa de plástico y sacar una ensalada y ver una serie, no quiere lavar la lechuga, ni pelar patatas. Por eso nosotros vamos a la gente que sí valora lo que hacemos. Y por ahora podemos ganarnos la vida”.

Olivares y biodiversidad

Cada vez que cae una gran lluvia, Luis Montabes se fija en que dentro de su finca familiar de olivares en la Sierra Mágina (Jaén), la hierba alcanza hasta la cintura. El terreno que linda con el suyo “parece una pista de tenis de Roland Garros”. No crece ni un centímetro de verde. Hasta la entrada de los productos fitosanitarios, el olivar en esta región que produce el 20% del aceite de oliva del mundo era un “entorno rico en biodiversidad”. Los 11 propietarios de la empresa Monva, entre los que está Luis, heredaron más de 500 hectáreas de olivar. “En los años 80, cuando se arrancaban olivos, mi padre plantó miles de ellos donde antes había cereal. La tierra siempre estuvo bien cuidada, pero se usaban más productos químicos”.

Un total de 15 hectáreas hoy se trabajan de modo ecológico dentro del proyecto Olivares Vivos, que lidera la organización Seo/BirdLife. Las otras 512, que también están certificadas dentro de esta iniciativa conservacionista, son de producción integrada, que significa aportar minerales sintéticos a la planta, “pero no echar veneno, para entendernos”. Luis dice que cómo no van a entender a los agricultores –“muchos ni siquiera son propietarios de la tierra que trabajan, no pueden cambiar ningún modelo” –. Al fin y al cabo, lo suyo es una empresa, tienen a ingenieros y herramientas para seguir mejorando. “Está claro que si vas a corto plazo usas más producto, pero te cargas la tierra. A largo plazo hay más biodiversidad, que es fundamental para la calidad del aceite de oliva. El medio ambiente no está reñido con la economía, pero tienes que aportar calidad”.

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