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Sobre este blog

Los expertos en Salud Pública José Martínez Olmos, Daniel López-Acuña y Alberto Infante Campos analizan las medidas clave para hacer frente a la pandemia de coronavirus.

No detendremos los repuntes con “más de lo mismo”: por una estrategia anticipatoria para “salvar” el segundo semestre

Una trabajadora sanitaria sostiene un vial de la vacuna contra el COVID-19.

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El verdadero problema de fondo con relación a la evolución de la pandemia en Europa y en España en los últimos días ha sido la ruptura del precario equilibrio de la dinámica epidémica, lo cual nos está situando, a pasos agigantados, ante una potencial cuarta ola cuando la tercera no está plenamente doblegada y la presión asistencial sigue siendo considerable.

Estamos ante una clara ralentización del descenso de la incidencia que incluso, en algunos casos, se ha convertido en un repunte importante del número de contagios, con alta penetración de la variante británica mucho más contagiosa y que produce estancias hospitalarias más prolongadas.

Pero de alguna manera este problema ha quedado desdibujado por la atención otorgada por los gobiernos, los profesionales, los medios y la ciudadanía a los contratiempos surgidos por las dudas sobre la seguridad de una de las vacunas aprobadas, la de Oxford-AstraZeneca.

Durante la semana pasada, la actualidad sanitaria internacional ha girado en torno a la suspensión cautelar de la aplicación de la vacuna de Oxford-AstraZeneca en varios países europeos debido a la detección por los sistemas de farmacovigilancia de un pequeño número de casos de trombosis venosa cerebral que se consideró que podrían estar relacionados con su administración a mujeres jóvenes. Ello generó un paréntesis temporal en el uso de esta vacuna, hasta que la Agencia Europea de Medicamentos (EMA) dictaminó el viernes, tras el análisis por parte del comité de expertos respectivo, que la vacuna era segura. Esto ha sido hecho por la EMA en un tiempo récord y con gran solvencia, y ha llevado a que afirme que no existe una relación causa-efecto entre esos incidentes y la vacuna, insistiendo en que los beneficios de su aplicación superan con mucho a los eventuales riesgos y manteniendo vigente la autorización para su aplicación, tal como la OMS ya venía sosteniendo.

Este asunto ha puesto sobre el tapete diferencias de enfoque y un patente grado de descoordinación entre los Estados miembros de la Unión Europea y el Reino Unido, y entre ellos y la propia EMA, en un proceso que, cuando menos, ha contribuido a generar dudas y temores en la población general. Algo sobre lo que conviene reflexionar de cara al futuro por su posible influencia en la aceptación social de las vacunas en general y de la vacuna de Oxford-AstraZeneca en particular y sobre lo que se deberá trabajar articulando un refuerzo de las estrategias de información hacia la ciudadanía.

Está claro que se requiere una mayor coordinación entre los Estados miembros y un mayor alineamiento con las posiciones técnicas de la EMA y otros organismos reguladores para afrontar mejor las eventuales situaciones que puedan aparecer en el futuro.

Pero superado este exabrupto, cuando menos en la mayor parte de los países miembros de la Unión Europea, habrá que retomar cuanto antes el ritmo de vacunación con esta vacuna y restablecer la confianza entre la ciudadanía. Durante los días de la suspensión cautelar se han dejado de aplicar varios millones de dosis en Europa y prácticamente un millón de dosis en España, lo cual ha retrasado la protección vacunal a muchísimas personas y ha disminuido la velocidad a la que tenemos que aplicar las dosis disponibles para alcanzar cuanto antes la suficiente cobertura poblacional como para empezar a consolidar una inmunidad de grupo.

Por ello pensamos que es importante superar pronto esta polémica y retomar lo que señalábamos al principio: impedir que se rompa el precario equilibrio de la dinámica epidémica en las próximas semanas, un periodo durante el cual esto no se podrá conseguir todavía mediante la vacunación, pues no dispondremos aún de las dosis suficientes, sino fundamentalmente a través del control efectivo de los contagios para, de ese modo, doblegar de nuevo la curva epidémica.

En estos momentos hay una clara evolución al alza de la incidencia de contagios por COVID-19 en el conjunto de la Unión Europea y en especial en los países más poblados como son Francia, Italia o Alemania, lo cual se ha sumado a la preocupación causada por el lento avance de las campañas de vacunación en el continente.

De hecho, durante las últimas tres semanas se aprecia un incremento superior al 30% en la incidencia de nuevos casos en Europa que podría deberse tanto a una relativa relajación de las medidas de restricción de la movilidad y de la interacción social como a la cada vez mayor circulación de las nuevas variantes del coronavirus, en especial de la variante británica. En consecuencia, las autoridades nacionales de algunos países han anunciado nuevas restricciones a la movilidad, e incluso, en algunos casos, un retorno al confinamiento o a restricciones más drásticas en la apertura de la hostelería, los horarios de los toques de queda y las actividades en espacios interiores mal ventilados. Esto ocurre al mismo tiempo que la OMS alerta de la necesidad de no relajar las medidas para evitar una nueva e importante oleada de contagios.

En España, los últimos datos publicados el pasado 18 de marzo (de nuevo padecemos una incomprensible ausencia de actualización estadística debida a un puente y a un fin de semana) confirman una leve tendencia al alza de la incidencia acumulada a 14 días, algo mayor en el caso de la incidencia acumulada a 7 días, en trece comunidades y ciudades autónomas.

Además, la positividad de las pruebas diagnósticas ha dejado de bajar y nueve comunidades y ciudades autónomas siguen por encima del 5%. Algo que nos anticipa el más que probable empeoramiento del escenario de transmisión en los próximos días, inicialmente moderado, pero que podría empeorar como consecuencia de la ampliación de horarios y la relajación en la limitación de las restricciones a la interacción social que muchas comunidades han decidido durante el puente de San José y la Semana Santa.

Por todo ello, cabe la posibilidad de que las medidas adoptadas en el Consejo Interterritorial y, en particular, el establecimiento de confinamientos perimetrales entre las comunidades sean insuficientes para evitar que los repuntes se acaben convirtiendo en una cuarta ola. Si eso finalmente ocurre, probablemente tendrá mucho que ver con no haber incluido otras medidas adicionales en el interior de las propias comunidades como son una mayor limitación en los horarios y los aforos de diversas actividades económicas y comerciales, en especial en el ámbito de la hostelería.

El Consejo Interterritorial previsto para el lunes 22 de marzo debería abordar este asunto, al igual que la necesaria intensificación de las acciones de vigilancia epidemiológica, detección precoz, rastreo y aislamiento de casos, que se han demostrado eficaces para frenar la transmisión comunitaria del coronavirus. Incomprensiblemente, en varias comunidades estas acciones se han visto reducidas en las últimas semanas, a medida que disminuía el número de contagios.

En la situación actual, en la que los retrasos en la disponibilidad de dosis de vacunas y el parón temporal ya comentado de la aplicación de la vacuna de AstraZeneca nos hacen pensar que podemos estar todavía varias semanas más con un bajo nivel de protección en las poblaciones más vulnerables, es más importante aún, si cabe, anticiparse al rápido ascenso de los casos que la variante británica –más contagiosa– puede producir tal como estamos viendo en Europa.

No hay que esperar a que la curva de casos nuevos se dispare: hay que actuar antes de que lo haga, reforzando la aplicación de medidas que eviten que el repunte que ya se insinúa se transforme en una nueva ola cuyas consecuencias sobre la salud y la vida de las personas ya hemos padecido en las tres olas anteriores. La pasividad y la lentitud no deberían ser una opción.

Con las medidas adoptadas hasta ahora hemos llegado hasta este punto y ya no dan más de sí. No se deben seguir aplicando las mismas recetas sin más, porque la situación ofrece los suficientes signos de cambio como para actuar de manera drástica en cuanto el repunte se confirme.

No es suficiente proseguir con “más de lo mismo”. Hay que dar algún giro de timón en la estrategia de mitigación que surta efecto más rápido. Es urgente profundizar más sobre por qué no logramos seguir haciendo descender el número de casos, indagar quiénes son esos casos que seguimos viendo a diario. No solo en cuanto a lugar de residencia sino en cuanto a características demográficas y sociales. ¿Han variado las tasas de incidencia por edad? ¿En quiénes se concentran los casos? ¿Dónde viven? ¿Cómo viven? ¿Cuál es su grado de trazabilidad? ¿Qué sabemos de cómo se han producido los contagios? Hay que romper la paralizante inercia de asumir un inevitable patrón “endémico” de transmisión, que es en lo que probablemente estamos cayendo.

Y esto lleva a considerar que no basta con las medidas restrictivas y de limitación de la movilidad que habrá que continuar aplicando durante varias semanas después de la Semana Santa y que seguramente requerirán prorrogar el estado de alarma después del 9 de mayo con algunas modificaciones que den garantía jurídica a medidas más tajantes si fuesen necesarias. Habrá que intensificar y redirigir las medidas sanitarias mediante un esfuerzo especial que intensifique el diagnóstico precoz, incremente la realización de pruebas diagnósticas, profundice el rastreo exhaustivo y retrospectivo, fortalezca el aislamiento de positivos asintomáticos y lleve a cabo cribados focalizados entre los grupos poblacionales en los que exista mayor proporción de contagios. Hay que adoptar una estrategia mucho más proactiva precisamente cuando la incidencia es más baja e ir a por el virus, hasta doblegar la incidencia a menos de 25 por 100.000.

Solo combinando estos dos enfoques y avanzando tan rápido como sea posible con la vacunación lograremos estabilizar el rumbo de la nave. Esperar, como ha sucedido en las olas anteriores, a actuar una vez confirmada la nueva ola solo nos lleva a que el virus nos tome una vez más la delantera y produzca más casos, más hospitalizaciones y más fallecimientos.

Durante las próximas cuatro a seis semanas seguiremos sin contar con el número necesario de dosis de las diferentes vacunas como para que se pueda frenar la transmisión solo con ellas. Eso en el mejor de los casos. Por tanto, no cabe otra opción que anticiparse al virus si queremos conseguir un segundo semestre con una transmisión comunitaria lo suficientemente reducida como para que se favorezca de verdad la recuperación de la economía.

Además, será imprescindible tener prevista y a punto una estrategia de vacunación de enorme intensidad para que, a medida que se incremente el suministro de las dosis, estas se puedan aplicar si hace falta 24 horas al día y 7 días a la semana.

Entramos en una semana importante en la que se debería revisar y reforzar la estrategia a seguir durante el segundo trimestre al menos en los aspectos señalados. El objetivo de un segundo semestre con la menor incidencia posible (los casos de Valencia o Baleares son de interés para ser tenidos en cuenta) y la mayor cobertura inmunitaria todavía es posible.

Pero solo se logrará si reforzamos las estrategias de mitigación, de contención de la transmisión y de vacunación, si por fin nos anticipamos al virus. Se trata de un objetivo factible para el que, sin embargo, queda cada vez menos tiempo. Pongamos desde ya manos a la obra en esa dirección.

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