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Los ucranianos empiezan a tener claro que la guerra debería acabar cuanto antes. Su capacidad de resistencia está llegando al límite, a pesar de que son conscientes de que la situación en el frente militar es cada día más vulnerable para ellos con lo que cualquier desenlace será negativo. O quizá precisamente por eso. La idea de que podrán recuperar las zonas del país ocupadas por Rusia ya sólo es defendida por una minoría. En unos pocos meses, se cumplirá el tercer aniversario de la invasión ordenada por Vladímir Putin y el pesimismo sólo puede aumentar.

La guerra nos afecta a todos los europeos, desde luego económicamente, y no sólo por el aumento de los gastos de defensa puesto en práctica por todos los miembros de la OTAN. También por el precedente que supone para las relaciones internacionales en un continente que nunca ha dejado de verse afectado por el recuerdo de la Segunda Guerra Mundial. A los españoles, todo esto les pilla un poco lejos, pero no pueden complacerse por el hecho de que la inestabilidad económica creada no les ha afectado tan duramente como a otros países europeos. Es una fantasía creer que eso continuará así con independencia de lo que ocurra en Europa del Este.

Una encuesta de Gallup, realizada antes de la victoria de Donald Trump en las elecciones de EEUU, señala que el 52% de los ucranianos desea que su país busque una salida negociada a la guerra “tan pronto como sea posible”. Los dispuestos a continuar luchando hasta la victoria son el 38%. Lo que importa aquí es la tendencia. En 2023, estos últimos eran el 63%. Otras encuestas ofrecen resultados que mostraban una tendencia similar que se ha ido acentuando con las derrotas ucranianas en el este del país en la segunda mitad de 2024.

Con el mismo porcentaje (52%-38%), los encuestados admiten que su Gobierno debería estar abierto a la idea de “concesiones territoriales” en las negociaciones de paz. Eso es anatema para el Gobierno de Volodímir Zelenski. La población comienza a aceptar que esa realidad es insoslayable por dolorosa que sea.

Las fuerzas rusas han capturado en torno a 2.700 kilómetros cuadrados de territorio ucraniano este año, según una estimación del Instituto de Estudios de la Guerra, que se pueden comparar con los 465 kilómetros cuadrados que consiguió en 2023. Es casi seis veces más. Eso ha hecho que algunos expertos afirmen que existe un riesgo real de colapso en las líneas ucranianas. La incursión de tropas de Ucrania en la provincia rusa de Kursk ha terminado siendo lo que adelantaban expertos militares occidentales: un impacto psicológico favorable en la población ucraniana sin ningún valor estratégico en la guerra. 

La diferencia demográfica entre los dos países es el factor que continúa teniendo una influencia decisiva en los combates. En septiembre, un reportero del Financial Times habló con oficiales y soldados en el frente de Donetsk. Su análisis de los nuevos reclutas era desolador. “Carecían del entrenamiento y motivación necesarias y a menudo huían de sus puestos cuando sufrían el fuego enemigo”. Algunos estimaban que entre el 50% y el 70% de las nuevas tropas de infantería morían o resultaban heridos en los primeros días de combate. 

Un problema añadido es el aumento de las deserciones. En los primeros diez meses de este año, han desertado más soldados que en los dos años anteriores. La Fiscalía ha iniciado 60.000 casos desde enero, una cifra extraordinaria, contra soldados que abandonaron sus posiciones. Si son declarados culpables, se arriesgan a sufrir penas de prisión de hasta doce años. EEUU ha intentado convencer a Zelenski para que la edad de reclutamiento baje a los 18 años (ahora está en 25), pero en Kiev se han negado. Se calcula que la edad media de los soldados supera los 40 años. Hay pocos ejemplos de ejércitos que ganen guerras con tropas de esa edad.

El precio que está pagando el Ejército ruso en número de bajas es inmenso. No parece preocupar a sus responsables. En algunas de las ofensivas, han llegado a perder mil hombres diarios, entre muertos y heridos. Las cifras para ambos bandos son terribles. Una estimación del Gobierno norteamericano en octubre cifró en 115.000 los soldados rusos muertos y en 500.000 los heridos. Los ucranianos muertos serían 57.000 y los heridos, 250.000. 

El exceso de muertes en las estadísticas oficiales de Rusia muestran 64.000 hombres muertos en 2022 y 2023, según un estudio del medio independiente ruso Meduza. 

Desde el inicio de la guerra, las posibilidades de una negociación diplomática han sido nulas. Ninguno de los bandos estaba interesado en una salida pactada. Por decirlo de otra manera, las reivindicaciones mínimas de Rusia o Ucrania eran inaceptables para el contrincante. Europa y EEUU apostaron por una defensa completa de la soberanía ucraniana y por facilitar armamento y dinero a Kiev. La única alternativa era abandonar a su suerte a los ucranianos. ¿Presionar a Moscú? Las opciones eran escasas, una vez que se adoptaron sanciones que suponían en la práctica una declaración de guerra económica contra Rusia. 

La situación no ha cambiado mucho. Zelenski ha hablado de negociaciones en los últimos meses, pero da la impresión de que lo hace para complacer a los gobiernos europeos, temerosos de que sus opiniones públicas terminen hartándose de una guerra sin fin. Putin cree estar desde 2023 en una posición de ventaja. No participará en unas negociaciones en las que se discuta la retirada rusa de territorios ucranianos o se plantee una futura integración de Ucrania en la OTAN. 

En junio, Putin hizo una “propuesta de paz” –así la llamó– en la que ofreció un alto el fuego inmediato si Ucrania retiraba sus fuerzas de las cuatro provincias que Rusia decretó que ya son suyas y prometiera no pedir el ingreso en la OTAN. Es una propuesta de máximos que ningún Gobierno ucraniano aceptará porque nunca se retirará de las ciudades de Jersón y Zaporiyia. 

Hace unos meses, el periodista británico Anatol Lieven viajó a Moscú donde habló con varios miembros de lo que podríamos llamar el establishment ruso en la Administración, las empresas y el mundo académico. Todos admitieron que nadie sabe con seguridad lo que hará Putin, pero hay algunas tendencias claras. “El ataque sobre Kursk puede ayudar a Ucrania a conseguir un mejor resultado en una negociación, pero no una clara victoria. Más tarde o más temprano, tendrán que retirarse de Kursk, pero nosotros nunca nos retiraremos de Crimea y Donbás”, le dijo uno de sus interlocutores.

La posibilidad más clara sería un acuerdo que convirtiera el frente de batalla en una separación inicialmente temporal, aunque en el fondo definitiva. Rusia controlaría los territorios ucranianos ocupados sin pretender que esa anexión sea reconocida por la comunidad internacional, y ahí se incluyen tanto EEUU y Europa como China e India. Esa división quedaría congelada en el tiempo, al igual que ha ocurrido durante décadas en la isla de Chipre. Finalmente, todo dependerá de lo que ocurra en los combates. Mientras Ucrania resista en sus posiciones actuales, habrá una posibilidad de que una negociación sea viable. Si Putin cree que sus fuerzas pueden seguir avanzando, será muy difícil pensar que acepte participar en unas conversaciones de paz. 

El libro sobre la guerra de Vietnam

Hablando de guerras, la editorial Anagrama ha reeditado el libro 'Despachos de guerra', de Michael Herr, una de las mejores obras periodísticas sobre la guerra de Vietnam. Con 27 años, Herr llegó a ese país con el encargo no muy definido de escribir artículos para una revista mensual, Esquire. No esperaban mucho de él, porque no era una firma estrella. Al no trabajar para un periódico, no estaba tan condicionado como sus compañeros con el ritmo de una publicación diaria. Ofreció una visión muy personal de lo que supone combatir en una guerra cuando la versión oficial y las órdenes de los mandos militares están totalmente desconectadas de la realidad. 

Él era un observador y pocas veces llegaba a una conclusión. No tenía prisa por hacerlo. Cualquier cosa que pasara al día siguiente podía convencerle de lo equivocado que estaba. No había ido allí para contar quiénes eran los buenos y quiénes eran los malos. La idea más clara que tenía es que nada de lo que estaba pasando tenía mucho sentido. Es un sentimiento común entre los soldados cuando combaten en un país extranjero que no habrían podido situar en un mapa antes de partir. Obviamente, los vietnamitas habrían opinado de forma diferente. 

“No es que no oyeras algún que otro rollo trasnochado sobre el asunto: Corazones y Mentes, Pueblos de la República, fichas de dominó que caen en cadena, mantener el equilibrio mediante la contención del eterno adversario; podías oír también lo otro, algún joven soldado que, con la mayor inocencia, decía: 'Todo eso son cuentos, amigo, vinimos aquí a matar amarillos. Nada más'. Lo cual en mi caso no era cierto en absoluto. Yo estaba allí para observar”. 

En la primera edición en España, la editorial puso en portada frases elogiosas de la crítica o de escritores. John Le Carré, Hunter Thompson o William Burroughs. Había unas frases muy apropiadas de la reseña del New York Times: “Sus materiales son el miedo, la muerte, la alucinación y las almas ardiendo. Es como si Dante se hubiese ido al infierno con un disco de Jimmi Hendrix y un puñado de píldoras. Nuestra primera guerra rockera, nuestro primer asesinato pirado”. 

Leer el libro te ayuda a entender que en realidad Francis Coppola se quedó corto en 'Apocalypse Now'.