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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

Los (otros) animales en el volcán

Podenco canario rescatado de las inmediaciones del volcán en erupción en la isla de La Palma
6 de octubre de 2021 06:00 h

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En este artículo, y en este espacio periodístico de derechos animales, hablaré del infatigable trabajo de las tres organizaciones civiles de protección animal de la isla de La Palma ante un contexto desbordante como el de una emergencia volcánica; del ambiguo y contradictorio abordaje de la problemática de los animales pertenecientes a la fauna silvestre por parte de las autoridades ambientales interesadas en la conservación de especies; y del interesado rescate de aquellos animales que, por su valor económico en la explotación ganadera, sí fueron abordados por las administraciones canarias (en el mejor de los casos) o bien fueron forzados a calcinarse para que sus propietarios puedan cobrar los seguros correspondientes.

Nuestra relación con los otros animales puede entenderse mucho mejor dentro del marco de la desconexión general del ser humano con el resto de la naturaleza. Para cualquier otra especie animal esto representaría un sinsentido y un suicidio individual y colectivo, pero para el ser humano (gracias a esa falsa seguridad generada por unos cuantos centímetros de pavimento que separan nuestras ciudades del Planeta, y complementada con una indefendible educación antropocéntrica que nos otorga naturaleza divina y dignidad de dios) esta desconexión representa la base sobre la cual se ha construido un capitalismo suicida. Un sistema perverso que se deja a la mayoría de los humanos en el camino, y en el que un pedazo de papel -al que llamamos moneda- tiene más valor que un frondoso árbol, que, gracias a los muchos miles de años de preguntas y respuestas biológicas y orgánicas, hemos recibido como fuente de alimento, aire, y vida, o como póliza de seguro para la pervivencia del individuo, la especie y todo lo que le rodea. Por esta razón elegí un título provocador para quienes no estén del todo familiarizados con estos conceptos, ya que, ante todo, los humanos somos naturaleza; luego, somos animales y luego, en todo caso y si fuera necesario, somos todo lo demás.

Pero antes de las reflexiones filosóficas y políticas que me propició el volcán en torno a nuestra relación con los otros animales y el resto de la naturaleza -que retomaré al final de estos renglones-, comenzaré este artículo por un recorrido concreto y detallado sobre la realidad que vivieron -y que aún viven, y más aún vivirán- todos los otros animales antes, durante y después de la erupción del volcán de La Palma. 

Familias interespecie 

Probablemente, lo más llamativo -y con razón- en las noticias relacionadas a la situación de los animales en el volcán de La Palma hayan sido los rescates de los animales mal llamados mascotas. Y digo “con razón” ya que la afinidad que tenemos los seres humanos con estos animales, especialmente con perros y gatos, es superior a cualquier otra. Muchas veces son, para muchas y muchos de nosotros, parte indisoluble de nuestra familia e incluso, en algunos casos, son toda nuestra familia. Y más allá de lo extendido y aceptado que se encuentra este enlace interespecie, parece mentira que todavía no los hayamos incluido en los protocolos de rescate ante catástrofes y desastres, ya no por la consideración moral que debamos tener hacia ellos dado su valor intrínseco -ya que ese valor no debería distinguir entre especies-, sino por los lazos afectivos que muchos seres humanos tienen con sus familiares no humanos.

Durante estos días en la isla pude dialogar con varias personas damnificadas que denunciaban una falta total de sensibilidad de las autoridades en este sentido. Los refugios no aceptaron el ingreso de familias con sus miembros de otras especies, ni tampoco les ofrecieron alternativas más que un “déjelo en casa, seguro que se busca la vida”, sentenciando así a decenas de perros y gatos a morir abrasados por la lava y sin escapatoria.

Varios periodistas y equipos de rescate animal mostraron esta realidad in situ, con vídeos de perros encadenados en patios traseros de casas evacuadas, o gatos encerrados en viviendas de personas que explicaban que así se lo había demandado el Gobierno, Protección Civil o la policía durante el desalojo. También pude entrevistarme con un adulto mayor que decidió dormir en la incomodidad de su coche con tal de no separarse de sus perros, o una señora que incluso durmió algunos días en el refugio de emergencia creado de forma transitoria en un polideportivo de Los Llanos.

Pero la indiferencia de lo público es una de las caras de la moneda, la otra es la admirable coordinación y gestión de las ONG locales. Imaginemos la situación: tienes una pequeña organización en una pequeña isla, con unos pocos socios y socias, algo de voluntariado y recursos limitados a un pedacito de tierra no tan habitado. Y de pronto te encuentras con uno de los mayores retos al que te puedes enfrentar: una catástrofe. Y no cualquier catástrofe, sino un volcán. Esther, la coordinadora de la ONG Benawara, reflexionaba: “En un incendio sabes que cuando está activo rescatas y cuando se acaba te pones a reconstruir; con un volcán, en cambio, no sabes cuándo acaba todo”. Se refería a la incertidumbre con la viven esta situación excepcional de emergencia, y a las múltiples alarmas generadas por la erupción y que no se limitan a la emisión de la lava que lo quema todo, sino también a los gases que pueden contaminar el aire, a las cenizas que pueden inutilizar la aguas y la tierra, a las pedradas que caen del aire y, en el caso de los animales, además, a los estruendos que provocaron muchos de los escapes, especialmente de los gatos.

La organización Benawara no tenía refugio el día que estalló el volcán de Cumbre Vieja, pero hoy regenta un punto de transferencia muy cercano a las bocas abiertas del volcán. En este punto encontramos un campo de refugiados animales con un promedio de unos 30 perros y unos 5 o 6 gatos, que van moviéndose hacia las más de 100 casas de acogida disponibles en la red de la asociación. En una cancha de baloncesto techada, con el trabajo de decenas de voluntarios y gracias a los diligentes servicios de un especialista en comportamiento canino, los perros se encuentra permanentemente en paz y sin el estrés que cualquiera vería como normal en un contexto así, aunque desde la instalaciones se escuchen con fuerza los estruendos, caiga la gramilla de forma constante y se vean con claridad los estallidos de lava.

A este punto de transferencia llegan los casos de las evacuaciones y desalojos, pero también vienen cada día las familias damnificadas, las que lo perdieron todo menos a sus animales, para buscar alimento, comedores, camas, mantas, correas, transportines y cualquier material necesario. También vienen las familias que lo perdieron todo, incluso a sus animales, a ver si hay novedades y sus seres queridos de otras especies han aparecido. Cada “no” es desgarrador.

Allí llegan animales traídos por bomberos, policías y miembros de protección civil, así como vecinos abocados a esta tarea en los barrios damnificados, los que son alojados inicialmente en este campo de refugiados, atendidos por las veterinarias, y luego puestos a disposición de las casas de acogida. Algo que también pude ver en varias ocasiones a lo largo de mis días en la isla, y que funciona como bálsamo para el alma, son algunos reencuentros entre animales que buscan a sus familias y las familias que buscan a sus animales.

Al otro lado de la isla nos encontramos con otras dos ONG que llevan muchos años fortaleciendo sus refugios, pero a las que la situación del volcán ha generado una cantidad y una calidad de trabajo que claramente no esperaban y que nadie, ni la más grande y estructurada de las organizaciones, estaría lista para afrontar.

Una de ellas es la gatera de UPA La Palma, cuyo trabajo va mucho más allá de la gatera en sí. Tienen unos 50 gatos en sus manos, en un verdadero edén felino, cerrado para que no impacte en otras especies, controlado y aislado para que no sea atacado o vandalizado, y con una atención exquisita, cariñosa y cuidadosa, donde se respira paz y bienestar para los habitantes. Paula, la coordinadora, nos cuenta que esta gatera estaba pensada para ser un centro de transferencia para algún tipo de gato que se deriva a adopción, y de vivienda definitiva para otros gatos, pero la situación les ha dado de frente y han tenido que adaptarse de forma inmediata. A mi juicio lo han hecho muy bien. 

Además de la gatera tienen una red con más de 100 gatos en casas de acogida y gestionan colonias controladas, de gatos sanos y esterilizados, en varios puntos de la isla. Paula y sus compañeras realizan rescates en plena zona caliente para buscar a los felinos que han sido abandonados, o que nunca tuvieron familia, o a aquellos que se escaparon de sus casas por miedo, cuando comenzaron las erupciones.

Unos kilómetros más arriba, llegando a Puntallana, nos encontramos con el refugio Aanipal. Imanol coordina a más de 30 voluntarios y voluntarias que van cada a día a gestionar los casi 50 perros que albergan hoy en el refugio, y que coordinan además decenas de casas de acogida. Imanol nos contó que al menos 30 de los animales que están a su cargo, entre casas de acogida y el refugio, tienen una familia pero que su familia ya no tiene un hogar. Estos animales actualmente se encuentran en un limbo de incertidumbre. Por un lado, hay familias que tienen la voluntad de recuperarlos pero no saben muy bien ni cómo ni cuándo podrán hacerlo. Otras pocas, en cambio, ya han dado su consentimiento para poner a estos animales en adopción. Para Imanol lo peor está por venir. Cuando deje de salir lava aparecerán nuevos animales y la recesión económica en la que se anegará esta isla en los próximos meses será otro motivo de abandono o de desatención de los animales, ya que, como bien sabemos, ellos suelen ser los primeros en pagar las crisis económicas. 

Con limitaciones de espacio en el refugio, pero con buena atención y cuidado permanente de los perros que gestionan, la gente de Aanipal intenta hacerse a la idea de que no habrá un retorno a la normalidad que conocían y que ahora el desafío es pensar en cuál debe ser la nueva realidad que debe construirse en la isla y qué lugar tendrán los animales en este nuevo episodio de la historia de La Palma.

Para ayudar a todas estas organizaciones hemos creado un sistema informático de unificación de la información, que mantenemos de forma actualizada con dos activistas operando desde Barcelona, en la que las familias pueden encontrar a los animales que perdieron, y los animales perdidos pueden encontrar nuevamente a sus familias. En la página AnimalesLaPalma.org está toda esa información.

Valor económico: ganadería 

Tener un valor económico puede ser una salvación (a medias) o una condena (del todo). En este caso lo hemos visto con claridad. Muchos vídeos mostraron en las redes sociales cómo las administraciones, a través de la policía, los bomberos y los servicios de protección civil, rescataron cabras, ovejas, caballos, burros y algunas vacas. De estos animales sí se responsabilizó el Cabildo y esto explica estos rescates, cuya motivación a la vez se explica por el valor económico de estos animales para algunas de las familias que se dedican total o parcialmente a la ganadería en los entornos rurales de La Palma.

No debemos olvidar que la mayoría de esos animales van a ser ejecutados de todos modos cuando les llegue su momento, según mande su modelo de explotación. Sin embargo, al menos en estos casos, no murieron de la forma horrenda que les depara el magma cayendo por las laderas del Cumbre Vieja.

Sin embargo, hemos podido ver cómo muchos ganaderos explicaban a algunos medios de comunicación que debían dejar que sus animales fueran devorados por la lava, o si no no podían cobrar los seguros. Justificaban así el no haber permitido que los animales huyeran ante la llegada implacable de la lava. Y eso es así porque las pólizas así lo plantean, y esas pólizas son así porque ninguna ley les impide hacerlo. Es terrible, pero es una buena muestra de cómo los humanos tratamos a los animales de los que obtenemos beneficio económico. 

Animales silvestres 

Para la moral conservacionista (si es que eso existe) los animales silvestres no son importantes en función de su capacidad para sufrir como individuos, que temen al dolor de la lava quemando la piel, el tejido y calcinando los órganos, sino en función de cuántos quedan de su especie. Este pensamiento ya es en sí una catástrofe.

Por eso hoy me toca felicitar a los centros de rescate por haber dado la oportunidad a cientos de animales de algunas especies concretas, a la vez que criticar esa frialdad con la que asumen que otros no son objeto de solidaridad y compasión, un principio meramente numérico que, si aplicamos a los animales humanos, habría frenado cualquier rescate o desalojo de las familias afectadas.

Pero a los animales de la fauna autóctona me los dejé para el final no por casualidad, aunque son claramente la mayoría de animales afectados por el volcán, sino porque estos me darían pie al cierre que quiero plantear, sobre la necesaria reconexión del animal humano con la naturaleza, si es que pretende tener alguna mínima esperanza de sobrevivir al colapso ecosocial. 

Reconexión natural 

Mientras preparaba mi viaje a La Palma, influenciado por el alarmismo insoportable de los medios de comunicación de la península, y escuchando la narrativa de la lava llegando al mar como la final de un mundial, me encontré con un reportaje donde unos pescadores explicaban que, ya semanas antes de la erupción, los peces se habían marchado de las inmediaciones de las islas. Esto me dejó pensando, nuevamente, en algo que llevo años preguntándome: ¿qué voces escuchan ellos?, ¿quién les dice “sal corriendo de ahí”?, ¿por qué?, ¿no somos también animales?, ¿no somos también naturaleza?, ¿por qué la pachamama ya no nos habla si somos sus hijos predilectos y más evolucionados? (sarcasmo).

Busqué algo de información y descubrí que esto mismo sucedió en el tsunami del Sudeste asiático, en los huracanes de la isla de Providencia o en el terremoto de Ecuador, y en todos y cada uno de los diferentes episodios de las catástrofes y desastres de la historia reciente y documentada. Me pregunté durante muchos años por qué los animales tienen esta capacidad predictiva de los desastres y, en la misma línea, hace apenas unos días, me pregunté por qué los peces de La Palma tuvieron más margen de maniobra que las mega avanzadas tecnologías humanas y europeas.

Pero, a diferencia de las otra veces, esta vez, estando estos días en La Palma, descubrí que mi pregunta no tenía (ni tendrá nunca) una respuesta satisfactoria porque simplemente no era la pregunta correcta. El asunto aquí no es por qué todas las otras especies oyen estas voces, sino por qué los animales humanos hemos dejado de oírlas. En qué momento dejamos de ser naturaleza, y en qué momento vamos a tomar la decisión de volver a serlo. 

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