El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
La crisis ecosocial que vivimos -en la que está en juego la habitabilidad de la Tierra- es de absoluta emergencia. Los datos científicos son incontestables. Javier Morales propone una confluencia (o al menos un entendimiento) entre el ecologismo y el animalismo, decrecer y dejar de comer animales, bajarnos de nuestro antroponcentrismo. Publicamos la introducción a su nuevo libro, 'La hamburguesa que devoró el mundo', donde recupera el género del panfleto, que nace de la urgencia y es concebido para espolear a la sociedad
12 de marzo de 202506:00 h
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¿Qué bárbaro sería capaz de asar un cordero, cuando este suplica clemencia con un discurso conmovedor para que no nos convirtamos, por partida doble, en asesinos y antropófagos?
Voltaire
Siempre fui un gran lector de Manuel Vázquez Montalbán. Más de veinte años después de su inesperada muerte, en 2003, sigo preguntándome qué diría este periodista y escritor del mundo de hoy en su columna de contraportada del diario El País. Un infarto apagó una de las velas que nos alumbraba en este comienzo del siglo XXI, una época oscura, que parece haber enterrado la razón crítica para entregarse al capitalismo feudal, a una suerte de nueva Edad Media en la que los señores son ahora el poder financiero y las multinacionales tecnológicas y extractivistas. El fascismo regresará con traje y corbata, nos advirtió Orwell. Quizás por eso, cuando venden sus nuevos productos de obsolescencia programada ante un auditorio entregado, muchos de estos nuevos señores se disfrazan de ropa deportiva e informal, casual, como si aún fueran universitarios idealistas con un futuro por hacer.
El escritor catalán, crítico con los intelectuales orgánicos subalternos de los sacerdotes de la tribu neoliberal, ya dio la voz de alarma allá en los años noventa sobre lo que se avecinaba: el fin del socialismo realmente existente (como denominó a la experiencia fallida del socialismo en la URSS y el este de Europa) y el triunfo sin fisuras del neoliberalismo traerían consigo una vuelta global de las ideas totalitarias, como por desgracia estamos observando con un embeleso incrédulo.
PLAZA Y VALDÉS EDITORES
Vázquez Montalbán publicó en 1995 un libro que me sorprendió entonces por el título: Panfleto desde el planeta de los simios. ¿Un panfleto a finales del siglo XX? ¿No era un instrumento del pasado, de la lucha del movimiento obrero o del feminismo? Pese a la connotación negativa que tiene ahora la palabra panfleto, pareja a la despolitización de la sociedad y la ambición de cambiar el mundo, el panfleto es un género ilustre. Me vienen a la cabeza las obras del anarquista William Godwin y de la feminista Mary Wollstonecraft, padres de Mary Shelley, una escritora visionaria que con apenas dieciséis años retomó el mito de Prometeo para cuestionar la idea de progreso. Sin duda, uno de los panfletos más conocidos es el Manifiesto Comunista, con un comienzo digno de una novela de Italo Calvino.
El panfleto es un género concebido para espolear a la sociedad. Nace de la urgencia. Y la crisis ecosocial que vivimos —en la que está en juego la habitabilidad de la Tierra para los humanos y nuestros compañeros de viaje, los animales y las plantas— es de absoluta emergencia. La fotografía del desastre climático y los datos científicos son incontestables. Ahora solo hace falta actuar y cambiar el rumbo en un giro de ciento ochenta grados. Los negacionistas están fuera del pensamiento racional y se mueven por la superstición, su argumento se ampara en los bulos repetidos millones de veces en las redes sociales. Luego están los que saben que el cambio climático es tan real como la carne, pero no lo ven como una amenaza para sus intereses personales, y lo niegan con un cinismo sobrecogedor. Abundan quienes se preocupan honestamente por la emergencia climática, pero no están dispuestos a hacer ningún cambio en sus vidas (la mayor parte de la sociedad en el norte global, como señala con acierto Eliane Brum). A estos últimos, habría que recordarles (recordarnos) las palabras de Vázquez Montalbán, incluidas en su panfleto: «No. No hay verdades únicas, ni luchas finales, pero aún es posible orientarnos mediante las verdades posibles contra las no verdades evidentes y luchar contra ellas. Se puede ver parte de la verdad y no reconocerla. Pero es imposible contemplar el mal y no reconocerlo. El Bien no existe, pero el Mal parece o me temo que sí».
La hamburguesa del título simboliza dos elementos fundamentales que están en el origen de la crisis ecosocial. Por un lado, el triunfo del tecnocapitalismo feudal, la voracidad de un sistema ajeno a los límites físicos y vitales, que considera el mundo entero, al planeta en su totalidad, como una gran fábrica, como una macrogranja en la que no importan las condiciones de vida de sus habitantes, humanos y no humanos. Por otro lado, la globalización de la hamburguesa como comida rápida, basura, conecta no solo con nuestra forma de vida desquiciada, sino con el triunfo del carnismo. Si bien este es anterior al capitalismo y se sustenta en nuestra mirada antropocéntrica y especista, es con el capitalismo surgido a partir del siglo XX cuando se industrializa y nos aleja definitivamente de los animales que comemos. «Ahora que se han ido / echamos de menos su resistencia. / A diferencia del árbol / del río o de la nube / los animales tenían ojos / y en su mirada / veíamos permanencia», escribió John Berger.
Por desgracia, muchos de los efectos de la emergencia climática y de otras amenazas ecosociales (como la pérdida de biodiversidad o la contaminación de los ecosistemas) ya son irreversibles. Los escenarios que se plantean a corto plazo son demoledores, las previsiones se quedan obsoletas enseguida y los cambios son mucho más rápidos de lo que se preveía. Pero aún estamos a tiempo de evitar los peores pronósticos, de lograr que la Tierra siga siendo habitable. Para conseguirlo es imprescindible decrecer (lo que no implica que vayamos a ser menos felices, sea lo que sea la felicidad para cada uno de nosotros), una idea que aún le cuesta asumir a una parte del movimiento animalista, también a un sector del ecologismo, el más conservacionista. No basta solo con dejar de comer animales, pero al mismo tiempo es imprescindible dejar de hacerlo, algo que aún no asume el ecologismo en su conjunto desde una visión mayoritariamente especista. Como trato de sostener en este panfleto, perseguir un mundo más justo implica bajarnos de nuestro antropocentrismo, empezar a mirar al resto de habitantes de este planeta como iguales, no como esclavos y subalternos. Propongo, por tanto, una confluencia (o al menos un entendimiento) entre el ecologismo y el animalismo (de ahí el subtítulo), a sabiendas de que son movimientos muy heterogéneos, con muchas voces diferentes, y que nombrar a veces supone reducir y limitar.
Al final del libro incluyo un apéndice, «Más allá de la carne», en el que algunas personas del ámbito ecologista y animalista nos dan su punto de vista sobre los encuentros y desencuentros de ambas corrientes a partir de unas preguntas previas que les trasladé. No pretende ser un estudio, ni siquiera una encuesta, tan solo una foto tomada en un instante que busca conocer de primera mano las distintas sensibilidades y las posibilidades de encuentro.
Fue a través de Manuel Vázquez Montalbán como conocí la obra de Manuel Sacristán, uno de los padres del ecosocialismo. Vázquez Montalbán se lamentó del poco conocimiento que había en España de su obra, una injusticia intelectual que desgraciadamente los años no han corregido. Respecto a la utopía comunista, el autor de Panfleto desde el planeta de los simios siempre dijo que deseaba ser el último en apagar la luz. Murió, y esa luz se ha ido apagando poco a poco, como nuestras posibilidades de dar un giro radical al modo de relacionarnos con la naturaleza, de la que somos parte, y de conservar este asombroso milagro que es la vida en la Tierra tal y como la hemos conocido hasta ahora. A pesar de los pronósticos, incluso de la tozuda y terca realidad, no deberíamos renunciar nunca a la utopía, entendida a la manera de Eduardo Galeano, es decir, como un horizonte que nos hace caminar, a sabiendas de que se aleja mientras avanzamos. Es parecido a lo que planteaba Roberto Bolaño respecto a la escritura, que es una batalla perdida de antemano, pero hay que darla. Este es el propósito de estas humildes palabras que invito a leer, microscópicas cianobacterias en un mundo lleno de ruido, el de dar la batalla a pesar de todo.
El libro se presentará en Madrid los próximos días 4 -en Traficantes de Sueños- y 22 de abril -en Enclave de Libros.
Sobre este blog
El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.
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