Cuscús canario, y otros
El primero fue en Barcelona. Después de las clases de francés que ella me impartía –leíamos con aprovechamiento Mémoires d’Hadrien de Marguerite Yourcenar- nos íbamos a cenar a 'La rosa del desierto', el restaurante libanés que estaba en una recoleta plaza cercana a Vía Augusta cuyo nombre nunca recuerdo y donde vive desde siempre mi amigo Eladio y su familia. El cuscús de estreno fue un cuscús de novato, tuve que aprender todo para comerlo con placer. El local era pequeño, casi angosto, lo cual le dotaba de una cierta intimidad que precisábamos como prolegómeno de la noche. Veníamos de la Meridiana, y nos perderíamos en las calles del Borne hasta que ella decidiera despedirme delante de un taxi. Después vendrían otros, en París, en Rabat, en Fez, en Melilla, incluso en Madrid: en el 'Al-mounia' siguen presumiendo de hacer el mejor de Europa. También hubo una primera vez. Desde su teléfono llamé a Julio Caro Baroja, que vivía cerca, para hacerme el encontradizo y quedar con él a la mañana siguiente para volar a Barcelona. No se nos podía volver a escapar del programa de TVE al que estaba invitado y en el que yo trabajaba como guionista. En el puente aéreo nos encontramos con los integrantes del grupo musical 'La Unión' entonces muy de moda. A don Julio le llamaron la atención, creo que no para bien. Me entretuve contándole que una de sus canciones estaba inspirada en un poema de Boris Vian. Al antropólogo vasco le gustó.
Caro Baroja viajó y participó. La profesora de francés se fue, después de varias sesiones de cuscús. 'La rosa del desierto' cerró y sus propietarios se vieron envueltos en unos turbios asuntos relacionados con las drogas y el tráfico de armas. Supongo que la plaza sigue igual de tranquila y recoleta.
Cuando llegué a Las Palmas de Gran Canaria, un miembro del entonces CESID me invitó a cenar a un modesto restaurante árabe en la calle Veintinueve de abril. Nos conocíamos de la Barcelona olímpica y habíamos aterrizado en Canarias por motivos profesionales casi al mismo tiempo. El dueño de aquel cuchitril, y no es un insulto, siempre sonreía, y discutía en la cocina, mucho y en alto y en árabe, con su mujer y sus hijas. Hacía una pastella más que decente y un cuscús muy casero y muy rico. Mi amigo circunstancial, comandante de caballería en otros menesteres, decía que aquel hombre apoyaba desde la discreción al Frente Polisario. Seguramente por esa razón, del restaurante eran asiduos presuntos miembros del servicio secreto marroquí, y del español, por supuesto. A mi militar de cabecera tuve el honor de enseñarle el bar 'Cuasquías', al final de Triana, o al principio o en los aledaños, según se mire. Mi primera copa canaria la tomé allí, con una periodista que entonces vivía de lo que se contaba en la noche, ahora creo que se dedica a eso que se llama comunicación institucional. El 'Cuasquías' era el único sitio de la ciudad en el que a mi circunstancial amigo le llamaban comandante según entraba por la puerta. Él saludaba, la naturalidad le servía de tapadera, me decía. Yo no lo entendía pero así fue hasta que cambió de destino dos años después, justo cuando yo me incorporé a la vida política local. A las copas siempre invitaba yo, o el encargado del local. El cuscús iba a cargo de los gastos de representación del espionaje español en Canarias. Se convirtió en una costumbre cuatro o cinco veces al año.
Pero hay, hubo, un cuscús que supera a todos los demás, por conocimiento, cariño y amistad: el que preparaba como cierre del festival de teatro de Agüimes (Gran Canaria) nuestro añorado Antonio Lozano. Antonio manejaba la magia del plato y la magia de la cultura que esconde esa vieja gastronomía. No habrá otro igual por mucho que presuman los del 'Al-mounia'.
Estoy muy convencido de que este es mi presente, mi pasado, y mi futuro. El que se intuye cada día en las noticias, en los presagios de politólogos periodistas y periodistas empeñados en la politología, y en los aficionados a la política y en los políticos aficionados –casi todas las personas que así se etiquetan- no lo soporto ni consiento. Ya he pedido reiniciar las lecturas de Yourcenar antes del 23 de julio. Espero llegar a tiempo y con muchas ganas.
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