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Con motivo del Día Internacional de la Mujer

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Hoy me gustaría hablar de las mujeres con las que compartimos nuestra vida diaria, que construyen la sociedad con nosotros, con las que vivimos y trabajamos y que son nuestros referentes. No se trata de algo excepcional: si siguen los artículos que publico semanalmente, ellas están siempre presentes. Ya sea como autoras literarias, expertas de referencia en la materia que sea, personas que se sitúan en la avanzadilla de nuestras sociedades, que las cambian y mejoran. Como faros, en definitiva. Creo haber valorado siempre a las mujeres que me rodean y en días como el de hoy, intento ponerme a su lado y agradecerles sinceramente la labor que desempeñan a todos los niveles. No en vano, son la mitad de nuestro mundo y sin ellas, no podemos funcionar, progresar ni pensar en el futuro. Este agradecimiento es, en realidad, una obligación cotidiana.  

Hoy me gustaría poner el ojo en la labor de valoración de las mujeres desde nuestras universidades. Esos espacios del saber son un reflejo de nuestra sociedad y, como las mujeres, la avanzadilla, el laboratorio donde se piensa nuestro futuro. Además, son territorios que han pertenecido a los hombres durante mucho tiempo y en los que podemos tomar la temperatura de nuestra comunidad y otear los avances que llegan de cara a la construcción de nuestro avenir. Permítanme recordar una anécdota que me impactó, cuando a comienzos de la década de los 70 del siglo pasado me incorporé al claustro de profesores de la Escuela de Náutica de Santa Cruz de Tenerife, descubrí que reglamentariamente se impedía que las mujeres se matriculasen en ese tipo de enseñanza. Todos los alumnos eran varones. Afortunadamente, la aprobación de la Constitución Española el 6 de diciembre de 1978 trajo consigo la abolición de esa discriminación.

Por este motivo, me emocionó especialmente asistir al acto académico de investidura de once Doctoras Honoris Causa con el que la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria decidió celebrar su trigésimo quinto cumpleaños. No se trataba de un acto mundano ni baladí: la ULPGC pretendía remediar una injusticia histórica. Si repasan el listado de doctores Honoris Causa en la mayoría de las universidades y esto es cierto, sobre todo, en las que tienen una trayectoria más larga y parece que más prestigio, es normal encontrar una gran mayoría de hombres en los listados de personas a las que se ha otorgado este importantísimo reconocimiento.

El rector Lluis Serra nos contaba que el 8% de los doctores Honoris Causa de las universidades españolas son mujeres y reconocía que, en la ULPGC, este porcentaje era del 7% hasta este acto, que subía el listón hasta el 30%. A nadie se le escapa que las aulas universitarias, las empresas y todos los estratos de nuestra sociedad, empezando por nuestros básicos servicios públicos de educación y sanidad, tienen una presencia femenina apabullante, mayoritaria en muchos casos. Por todos estos motivos, el gesto de la ULPGC me pareció un primer paso loable y repito, de justicia.  

Las once mujeres de las que hablamos, como explicó el rector Lluis Serra, son personas que “han dedicado sus vidas al avance de los derechos humanos y al empoderamiento de la mujer como motor de la ciencia y de la sociedad”. Entre esas once mujeres figuraban dos canarias, muy amigas y cómplices de Casa África: Elena Acosta Guerrero, una investigadora y divulgadora de enorme prestigio, directora de la Casa de Colón desde 1991 hasta su jubilación en 2023, y María Dolores Castro Benítez, reconocidísima experta en ayuda humanitaria y directora del Programa Mundial de Alimentos de América Latina y el Caribe. Junto a ellas, se reconoció la labor de dos magníficas mujeres africanas: Ouided Bouchamaoui, Premio Nobel de la Paz en 2015 y líder del Cuarteto del Diálogo Nacional Tunecino, instrumental en la promoción de la democracia y los derechos humanos en Túnez, y la doctora en Ciencias Químicas mauriciana Ameenah Gurib-Fakim, primera mujer presidenta de su país y campeona de la conservación del medio ambiente y del estudio de las propiedades medicinales de la flora. Además, también se invistió como doctoras Honoris Causa a la psicóloga e investigadora Teresa Anguera Argilaga; a la primera presidenta de Ecuador y destacada defensora de la justicia social, la igualdad y los derechos de los indígenas Rosalía Arteaga Serrano; a la diplomática búlgara Irina Bokova, directora general de la UNESCO de 2009 a 2017; a Teresa Freixes Sanjuán, defensora del Estado de derecho, la democracia y las libertades fundamentales en Europa; a Emilia de los Reyes Ruiz Yamuza, experta en lingüística griega y latina; a la griega Antonia Trichopoulou, eminencia en nutrición y salud pública y promotora de hábitos alimenticios saludables a nivel global, basados en la dieta mediterránea tradicional, y a Silvia Zanuy Doste, reconocida investigadora en el campo de la acuicultura, vinculada al Consejo Superior de Investigaciones Científicas español. 

El rector Serra afirmó durante este acto que no sólo se reconocían sus logros individuales, sino que también se rendía homenaje a su impacto colectivo en nuestro mundo. “Su trabajo sirve como un faro de esperanza para las futuras generaciones, recordándonos a todos nuestra responsabilidad compartida de defender los principios de dignidad, igualdad y justicia para todos”, afirmó. 

Me parece fundamental reseñar algo en lo que se incidió en este acto y que es válido tanto en el ámbito universitario como en muchas otras facetas de la vida. Aunque la presencia de mujeres en diferentes ámbitos (en este caso, académico y de investigación) es cada vez más visible y notable, esto no garantiza por sí solo una igualdad real de oportunidades y condiciones. Como afirmó el rector de la ULPGC en este acto, las mujeres se enfrentan a obstáculos significativos en su ascenso y reconocimiento dentro de la institución universitaria. Algo que es cierto también en muchos otros campos en la sociedad, desde las administraciones públicas a la empresa privada e incluso a nivel personal.  

Tiene un enorme mérito que esta ceremonia reconociera los sesgos de género en la evaluación y promoción del personal académico, sesgos que perpetúan la desigualdad y se reflejan en la cumbre de la pirámide académica, mayoritariamente masculina. Con frecuencia, hemos podido escuchar en Casa África a mujeres, tanto del ámbito académico y de la investigación como de otros, explicándonos las dificultades específicas a las que se enfrentan, como la carga de cuidados que suele recaer en ellas, y cómo estas barreras influyen en sus desarrollos profesionales y personales, cómo se les invisibiliza y cómo se opaca su relevancia pública.  

El Doctorado Honoris Causa es, probablemente, el mayor reconocimiento que desde la universidad se puede hacer a alguien y la ULPGC decidió con él reconfigurar una palabra, honor, “con otra afectividad y nuevos valores sociales”. Quiere alejarla de una retórica quizás militar o ligada a valores que se consideran masculinos. Un ejemplo maravilloso que creo que debemos adoptar y extender a nuestra vida cotidiana, que también se refleja en las redes sociales.

A lo largo de mi vida académica y de compromiso público, he podido conocer a miles de mujeres trabajadoras, inteligentes y valiosas, pero esta reflexión de hoy me lleva a recordar especialmente a mis compañeras de bachillerato y a todas aquellas brillantes estudiantes con las que compartí aprendizaje en cada una de las asignaturas de nuestra licenciatura en Ciencias Químicas, en la Universidad de La Laguna. Desearía aprovechar estas últimas líneas para dedicarles un emocionado recuerdo y para expresarles la admiración que siempre he sentido por ellas. Finalmente, quisiera extender este tributo a quien ha sido el gran amor de mi vida: Marina.

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