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Perspectivas africanas del cambio climático

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En las últimas semanas, en el marco del seguimiento de medios que desde Casa África realizamos a diario para conocer y comprender qué ocurre en el día a día del continente, nos hemos encontrado con un gran número de informaciones relativas al enorme impacto del cambio climático. 

Canarias es un Archipiélago de la plataforma continental occidental africana, así que debemos estar especialmente atentos a este tipo de noticias. Juntas, creo, componen un cuadro que debería no solo ponernos en alerta, sino hacernos entender que desde los países desarrollados debemos contribuir y facilitar el desarrollo del continente para que, a través del mismo, se generen las condiciones para luchar de forma efectiva contra el cambio climático, a través de la adaptación y potenciando en la medida de lo posible el uso de las energías renovables. 

Las noticias son alarmantes y les ofrezco algunos botones de muestra para probarlo. Esta semana, Zimbabue ha declarado el estado de desastre nacional, debido a la grave sequía causada por el fenómeno meteorológico El Niño. Casi tres millones de zimbabuenses se encuentran en una situación crítica, en riesgo de hambruna, debido a unas cosechas desastrosas, ya que más del 80% del país recibió precipitaciones por debajo de lo normal. Zimbabue está importando grano de Sudáfrica, pero necesita 2.000 millones de dólares para alimentar a sus ciudadanos.

No están solos. La sequía que afecta a Zimbabue también se ceba con Malaui y Zambia. Y el mismo fenómeno, El Niño, se ha traducido en lluvias torrenciales en otros países, en el este de África, como Kenia, Tanzania, Somalia y Etiopía.

Esta misma semana, en la edición africana de The Conversation (medio que convierte en artículos periodísticos los trabajos académicos surgidos de las universidades) unos académicos africanos escribían que mientras el fenómeno de El Niño es perfectamente conocido y estudiado, ocurre que los gobiernos saben lo que se avecina, pero no están preparados para combatir sus efectos. Ocurre que, en toda la región, el número de estaciones meteorológicas lleva disminuyendo más de 24 años. Cuando existen, suelen estar obsoletas, lo que reduce la capacidad de estos países para vigilar los cambios meteorológicos. Esto significa que faltan datos en tiempo real y a largo plazo para desarrollar sistemas de alerta temprana, lo que a su vez provoca que los gobiernos reaccionen ante los desastres, como las inundaciones repentinas, sólo después de que ocurran.

Pero no hay que irse solo a la parte sur u oriental del continente. Aquí cerca, en febrero, una ola de calor, con temperaturas hasta 4 grados centígrados más elevadas de lo habitual, azotó África occidental. Un estudio realizado por el grupo de científicos World Weather Attribution concluyó que un episodio como éste se habría producido menos de una vez por siglo en un mundo sin cambio climático. Ahora, con una media de 1,2 ºC de incremento de la temperatura media en los últimos cuatro años, las probabilidades de que tal fenómeno se produzca se han multiplicado por diez. 

La región (Costa de Marfil y Ghana, principalmente) mayor exportadora mundial de cacao, enfrentó un debilitamiento de los cultivos debido a las altas temperaturas y las lluvias extremas previas. Los precios del cacao han subido significativamente en los últimos años por daños climáticos y la reciente ola de calor ha presionado aún más la industria chocolatera. 

Otra información, también en The Conversation, nos desvelaba esta semana que África emite ya tanto carbono como el que es capaz de absorber. Cuando la cantidad total de carbono secuestrado por los ecosistemas naturales (como el suelo y las plantas de praderas, sabanas y bosques) supera la cantidad total de emisiones de carbono, se habla de sumidero neto de carbono. Pero, según el estudio, a medida que los ecosistemas naturales se reconvierten para fines agrícolas, la capacidad de almacenamiento de carbono disminuye, mientras que la tasa de emisiones aumenta. Y esto es lo que está ocurriendo ahora mismo. 

El debate sobre el cambio climático enciende pasiones, y no solo en África. En estos últimos días hemos visto circular por las redes un vídeo en el que un veterano periodista de la británica BBC entrevista al presidente de Guyana, Irfaan Ali. Guyana es un pequeño país americano, fronterizo con Venezuela, que está a punto de explotar el maná del petróleo y el gas. Sus reservas y las proyecciones son tales que se prevé que los ingresos que generará esa explotación les convertirán en menos de cinco años en el país con mayor PIB per cápita del mundo. 

En la entrevista, el periodista le pregunta al presidente si no tiene reparos ante el hecho de que en las próximas dos décadas se prevea la extracción de 150.000 millones de dólares de petróleo y gas, lo que supone más de 2.000 millones de toneladas de gases contaminantes en una época de emergencia climática. 

El presidente le para de inmediato y le pregunta si no sabía que su país tiene, y ha conservado y protegido un bosque del tamaño combinado de Inglaterra y Escocia, bosque que absorbe hasta 19,5 gigatoneladas de CO2. La discusión evoluciona entonces hacia quién debería dar lecciones a quién sobre cambio climático, si los países que ya son ricos después de años contaminando o los que han protegido sus bosques y ahora consideran que tienen a progresar explotando los recursos que hay en su subsuelo o bajo sus aguas. El debate es exactamente el mismo que están viviendo ahora un buen número de países africanos. Nuestra responsabilidad es colaborar con ellos para, de forma empática, encontrar soluciones equilibradas.

Porque la lección alrededor del video (que lejos del punto de vista colonial y económico lamentablemente está siendo usado también por negacionistas del cambio climático) es que a los países en desarrollo no se les puede plantear la emergencia climática “desde la superioridad condescendiente”, como apuntaba en redes sociales Ignacio Molina, un analista del Instituto Elcano. Es lo que en muchas ocasiones se ha venido a llamar en economía ‘la patada a la escalera’, es decir, quitar una exención, un arancel o un privilegio de explotar un recurso del que te has aprovechado para impedir progresar a los que vienen detrás.

En todo este asunto del cambio climático es importante que todos y cada uno de nosotros, desde el ciudadano en su casa hasta instituciones y gobiernos, piensen en qué pueden hacer y aportar. Al respecto, quiero pensar que Casa África es una institución que se aproxima a lo que hoy se denomina “think and do tank” (pensamiento y acción). 

Esto quiere decir que no nos debemos limitar a observar, recopilar y difundir información, sino que nuestro deber también es realizar propuestas viables para colaborar en el desarrollo del continente africano al tiempo que se fortalecen las relaciones hispanoafricanas. 

Por eso, precisamente, en los últimos años hemos hecho sugerencias y propuestas a varias instancias de las administraciones públicas relativos a la posibilidad de impulsar proyectos como la creación de una “Red Iberoafricana de Oficinas de Cambio Climático”, una adaptación del modelo de la Red Iberoamericana de Oficinas de Cambio Climático que integraría a España y Portugal, junto a los países miembros de la Comunidad Económica de Estados de África occidental (CEDEAO). Una red que tendría, además, efectos beneficiosos de alerta temprana para regiones sensibles como las de los archipiélagos macaronésicos que comparten espacio con Canarias, como Madeira, Azores y Cabo Verde.

Otra de las iniciativas en esta materia que van más allá de las buenas intenciones y las palabras bonitas para trasladarse al papel con una propuesta firme y práctica es nuestro apoyo decidido a la Alianza Internacional para la Resiliencia ante la Sequía (IDRA). 

El objetivo de esta iniciativa es catalizar un movimiento global para consolidar procesos e inversiones que generen resiliencia ante la sequía en países, ciudades y comunidades a nivel global. Me congratula explicar que España comparte sus desarrollos tecnológicos con los países adheridos a IDRA, facilitando el intercambio de conocimientos para la construcción de sistemas de alerta globales y sinergias que mejoran la resiliencia a la sequía.

Sugerencias como las dirigidas a la administración general del Estado desde Casa África tienen la intención de dejar claro que somos conscientes del momento histórico que vivimos y también que nos proponemos y prestamos, que queremos ser útiles en este momento crucial en el que nos jugamos tanto. Solo podemos vencer al cambio climático de la mano de nuestros vecinos africanos y poniendo en el centro su vulnerabilidad y las injusticias que hemos cometido con ellos. 

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