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El salario del miedo

Eduardo Serradilla

Helsinki —

Llevo tiempo dándole vuelta a un hecho incontestable. ¿Quién unge a los políticos, por encima del resto de los mortales, para que éstos puedan decir una mentira tras otra, sin que nadie les afee lo más mínimo el comportamiento? Piensen, si no, en cómo salen un día tras otro, tergiversando la realidad para que se adapte a su discurso partidista y torticero, mientras el común de los mortales no ve los brotes verdes que se publicitan, ni la ansiada estabilidad, ni nada de nada.

Se acaba por tener la sensación de estar atrapado en una rueda que nos mantiene atrapados en una realidad, la nuestra, que nada tiene que ver con la de quienes pagan las campañas y soportan a quienes manejan los designios de nuestro país, tan zafios, partiditas, miserables y torticeros como quienes les hacen de voceros y/o bufones, según sea el escenario.

En la última columna que escribí les hablé del “salario del miedo”, un concepto que, si antes se repetía con mayor o menor frecuencia, ahora es legión dentro del panorama laboral español. El Salario del miedo es también el título de una magnífica película francesa, Le salaire de la peur, dirigida en 1953 por el director Henri-Georges Clouzot y protagonizada por el gran Yves Montand. En 1977 contó con un magnífico remake firmado por el director William Friedkin, titulado SorcererCarga Maldita en nuestro país-, que contó con el resolutivo y notable Roy Scheider en su papel principal.

Las dos películas tratan sobre lo mismo: un grupo de desheredados, atrapados en medio de ninguna parte y sin ningún futuro, aceptan transportar un cargamento de explosivos en mal estado y altamente instables, debiendo sortear los mil y un obstáculos que les coloca la orografía circundante en su camino. En ambos casos, es un trabajo suicida, sin posibilidades de éxito, y sujeto a una tensión que acaba por hacerte sudar tanto, o más, que los protagonistas de aquella tragedia.

Las cartas de los cuatro personajes protagonistas, en ambas historias -como les sucede a muchos ciudadanos del mundo actual, tras el estallido de una crisis pre-fabricada por quienes quieren poseerlo todo, ABSOLUTAMENTE TODO- están marcadas de antemano y no hay ningún as en la manga que pueda llegar a salvarlos.

Ahora, si son capaces de mirar a su alrededor y pensar en cuánta gente conocen que esté trabajando por menos de 900€ al mes y en unas condiciones nada favorables, pueden empezar a entender la razón por la que empecé hablando de estas dos películas; esto es, claro está, si no están polarizados por los mensajes triunfalistas, mentirosos, machacones y populistas de quienes nos manejan, o son del club que paga las campañas a los actuales mandarines, que ésa es otra cuestión.

Piensen en cómo se han ido recortando las ayudas -las pocas que había, porque nuestro país nunca se ha significado por ayudar a sus ciudadanos como sí lo hacen mucho otros países europeos- y cómo se ha ido favoreciendo lo privado en detrimento de lo público.

Piensen cuánta gente ha visto reducida su jornada la laboral para que las empresas reduzcan gastos y así poder cuadrar cuentas, para que, luego, el gobierno de rigor presente los síntomas de recuperación que enarbola cada vez que se da un paseo por Bruselas.

Piensen en cuánta gente lleva años tratando de encontrar un trabajo digno y lo único que encuentra son sustituciones de seis horas a la semana o medias jornadas que le aportan, a lo sumo, 400€ al mes.

Piensen cuánta gente no puede pagar un alquiler, los cuales no han dejado de subir, mientras hay cientos de miles de casas y locales vacíos por la avaricia constante y pujante de unos dueños que disfrutan apretando las clavijas a quienes menos tienen.

Piensen en aquellas personas que trabajan en un determinado organigrama y cuyo responsable se embolsa el 75% del total del dinero percibido por dicho trabajo, ante la excusa de que él, como responsable del chiringuito, tiene que hacer frente a un montón de gastos.

Piensen en todos esos jóvenes que, día tras día, se ven obligados a emigrar ante la imposibilidad de encontrar un trabajo que les remunere de acuerdo a sus cualificaciones, mientras los directivos de rigor- muchos de ellos unos botarates confesos- se siguen embolsando sueldos escandalosos y primas por ser el mejor “lameculos” del lugar.

Piensen en todos esos “cargos de confianza”, “asesores varios” y “consejeros de medio pelo y peor calaña” que no han dejado de proliferar como las setas, mientras se presume de austeridad, control del gasto y estabilidad presupuestaria dentro del gobierno de la nación.

Piensen en quienes proclaman que los españoles notarán la bajada de los impuestos, cuando las nóminas siguen siendo las más bajas de Europa –con permiso, claro está, de Italia, Grecia e Irlanda- y todavía hay quien dice, dentro y fuera de nuestras fronteras, que habría que bajar las nóminas aún más. Ya puestos, mejor contratar por horas, y así el control sería aún mejor y la cuenta de resultados, ni les cuento.

Otra cosa es que ese tejido empresarial que presume de ser el sustento de nuestro economía, la suya propia y particular y la de sus accionistas, juegue al victimismo constante y recurra al baile de cifras para justificar medidas que les emparentan con quienes contratan a Mario (Yves Montand) o Jackie Scanlon “Juan Dominguez” (Roy Scheider) en las dos versiones de El Salario del Miedo.

“La situación está como está y ya se sabe, o lo tomas o lo dejas. No hay ninguna otra salida y no busques quien piense de otra forma, porque la tela de araña, tejida por los empresarios, no deja lugar para los errores”. Suena al guión de una película, pero es una frase que lleva años repitiéndose, aunque dudo que añadan lo de la tela de araña, y menos conociendo el percal de los empresarios nacionales.

A final, toda esta charada está orquestada para que el común de los mortales -aquel que perteneció a una clase media que hoy sólo aparece reflejada en las series de televisión como “Cuéntame”- no se olvide de quién maneja el cotarro, y que a ese selecto club solamente pueden pertenecer unos pocos y escogidos individuos.

De seguir así, lo que se cuenta en las películas de Henri-Georges Clouzot y William Friedkin dejarán de ser fabulaciones y se convertirán en algo habitual y cotidiano ante la impasible mirada de quienes disfrutan viendo cómo su cuenta de resultados es, cada día que pasa, más saludable, mientras las desigualdades de nuestra sociedad crecen a pasos agigantados.

¿Creen que exagero?... Den un paseo por su ciudad, vean cómo está la situación, hablen con unas cuentas personas, cercanas y ajenas, y después me cuentan. Yo lo hice hace unas semanas y la sensación que me llevé fue desoladora. Y eso que no formo parte del club de los pesimistas, sino todo lo contrario.

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