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Dos veces por el corazón

Gara Santana

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La Ilíada termina con una sobrecogedora lección de amor: la que lleva al rey Príamo a suplicar como un mendigo a Aquiles para que le devuelva el cadáver de su hijo Héctor y poder así darle una sepultura digna. Sabemos que los griegos ya nos estaban hablando hace 2000 años de pasiones eternas, inherentes al ser humano: saber dónde llorar a los muertos, saber cómo despedirse de ellos es la más universal de todas. Poder elegir aunque sea eso ante el abismo de la eternidad y la incertidumbre. Por eso es sorprendente, que un país como España, con una fachada tan piadosa esté tan podrida por dentro y se niegue a airear sus archivos históricos y culminar su proceso de transición política. Y es que no es democrático que un país no muestre sus heridas, que se esconda los secretos del pasado como si aún quedara algún vencedor orgulloso de la barbarie con vida. Una pasea por las calles de una ciudad como Berlín y se sorprende al comprobar en cada monumento tanto a las víctimas del Holocausto como a los caídos durante la Guerra Fría que hay una disculpa, una declaración de intenciones: esto estuvo mal, esto acabó. Porque la Memoria histórica, que no nos cuenten cuentos, no es una decisión política, es un derecho de todos: de los pueblos, de las instituciones y de los historiadores, que son, en última instancia, los responsables de vertebrar la memoria que es autoestima y es futuro y que tienen que recurrir a archivos extranjeros para armar las piezas del puzle de la Guerra Civil y del franquismo.

Esta semana el Partido Nacionalista Vasco ha presentado en el Congreso una proposición de Ley con el fin de reformar la actual Ley 9/1968, de 5 de abril, sobre secretos oficiales para por primera vez fijar un periodo de desclasificación automática de documentación comprendida entre 1936 y 1973 de 25 años para materias secretas y 10 para materias reservadas y atribuye en exclusiva al Consejo de Ministros la facultad de clasificar secretos. Los motivos por los que hasta ahora en España continúan siendo un secreto estos documentos son irrisorios si tenemos en cuenta que en países como en el Reino Unido este plazo es de 30 años; en Estados Unidos entre 25 y 50; y en Francia, 50. En España el secreto es eterno y más después de que en 2012 el entonces ministro de Defensa, Pedro Morenés paralizara la desclasificación de 10.000 documentos secretos de entre 1936 y 1968. “¿Todos los diputados y diputadas de esta Cámara tienen la conciencia tranquila?” Preguntaba desde la tribuna Juan Manuel del Olmo, diputado de Unidos Podemos que mostró su apoyo a una iniciativa que saldrá adelante por 169 votos a favor, tres en contra y 162 abstenciones.

En democracia los secretos se comparten, son las dictaduras las que se guardan para sí el monopolio de la información. Pero descuiden, cincuenta años más o cincuenta años menos, solo evidencian la cobardía que algunos políticos muestran y la vergüenza que les causa ser una continuación histórica de un gobierno fascista, pero la verdad puede esperar y va a llegar porque es una cuestión de tiempo. Si como se ha dicho, recordar es pasar dos veces por el corazón, cada día de esta lucha y hasta que pongamos nombre al olvido que aguarda en las cunetas de este país, seguiremos pasando a la otra España por el corazón hasta que sus gritos nos encuentren.

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