El calificativo más suave que hemos escuchado de los que han visto la película Óscar Domínguez, el color del destino, es el de “fiasco”. Otros le han llamado “engendro”, y la mayoría, “estafa”. Estamos a la espera de que nos llegue la crítica oficial, la positiva, la que seguramente ofrecerán las instituciones públicas canarias que con tanto afán apostaron por la producción dedicada a la vida del genial surrealista tinerfeño. La apuesta, como recordarán, fue fundamentalmente económica, con 600.000 euros del Gobierno de Canarias concedidos a pesar de que el comité de subvenciones rechazó el proyecto por flojo. Y volvemos a emplear el término más suave entonces utilizado.