El estudio de las anémonas revela cómo la pandemia fue una ‘buena noticia’ para el ecosistema marino de Canarias
Las anémonas son organismos extraordinarios. Fijadas en las rocas del fondo marino o en arrecifes de coral, estas especies raramente abandonan sus nichos, pueden vivir más de cien años y, además, son capaces de acumular sustancias tóxicas o metales pesados, lo que puede afectar en su estado y comportamiento. Así, los científicos han determinado que actúan como “bioindicadores” de los ecosistemas marinos, porque son especialmente sensibles a los cambios en el entorno y alertan de la existencia de elementos contaminantes en los mares.
Estudiar a las anémonas representa, en resumidas cuentas, investigar la salud de los hábitats donde se encuentran. Y eso es lo que precisamente han hecho investigadores canarios en un reciente trabajo publicado en la revista Chemosphere, en el que académicos de las universidades públicas de las Islas han analizado la concentración de diferentes metales pesados (aluminio, cadmio, cobre, hierro, plomo y zinc) en la anémona común (anemonia sulcata) entre 2017 y 2022.
La investigación consistió en la recogida de 20 ejemplares durante dicho periodo, siempre en el mes de noviembre de cada curso, en la zona de Punta del Hidalgo, en San Cristóbal de La Laguna (Tenerife), donde existe una rasa de intermareal de gran extensión que permite la observación minuciosa de las comunidades marinas. Los resultados concluyen que, en 2020, el primer año de la pandemia de coronavirus, las anémonas presentaron las concentraciones más bajas de los metales mencionados, lo que invita a pensar que la ausencia de la actividad turística debido al confinamiento redujo “significativamente” los niveles de contaminación en el océano que rodea al Archipiélago.
“Es innegable que Canarias depende del turismo para su economía. Si bien es cierto que estos fenómenos [como el de la crisis sanitaria] ponen de manifiesto que esta presión antrópica afecta al medioambiente, por lo que es necesario, al menos, intentar mejorar el manejo de los desechos generados como una medida de mitigación de la contaminación ambiental”, reflexiona Ángel Gutiérrez, profesor titular del Área de Toxicología en la Universidad de La Laguna (ULL) y uno de los autores del estudio. En el mismo también han participado especialistas del Instituto de Investigación de Estudios Ambientales y Recursos Naturales (i-UNAT) de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) y el Servicio Canario de Salud (SCS).
Para hallar la presencia de los metales en las anémonas, los firmantes del trabajo recogieron porciones de músculo, de entre cinco y diez gramos, que fueron depositadas en crisoles de porcelana y posteriormente desecadas en una estufa durante 24 horas. Esas muestras luego resultaron incineradas en un horno durante 48 horas hasta la obtención de cenizas blancas. Con estas últimas, los científicos ya pueden determinar el contenido metálico mediante técnicas específicas de cuantificación.
Gutiérrez matiza, antes de entrar en detalle con los cálculos, que ya hay metales en el océano procedentes de procesos geológicos, sean estos terrestres o submarinos. Sin embargo, las actividades humanas provocan que se unan muchos más. El experto menciona los vertidos industriales y agrícolas, el desplazamiento de sustancias de suelos contaminados por desechos urbanos, que liberan elementos como plomo, cadmio y zinc en ríos y arroyos. También remarca el transporte marítimo y el desgaste de productos, como el abrasivo utilizado para la limpieza de pinturas viejas en embarcaciones.
La investigación muestra que el año 2017 presenta la mayor concentración de estos metales, mientras que 2020 protagoniza la menor. Con respecto al aluminio, la media en 2017 fue de 9,5 miligramos por kilo (mg/kg), pero en 2020 resultó ser de 5,55, casi la mitad. Lo mismo ocurre con los otros dos elementos de mayor densidad: hierro (8,69 mg/kg contra 4,59) y zinc (5,46 mg/kg frente a 3,29). El exceso de estos materiales tiene efectivos nocivos sobre los organismos y ecosistemas marinos. Puede favorecer el crecimiento excesivo de algas, lo que altera el equilibrio natural del hábitat; y también ser tóxico para los animales acuáticos, como peces, moluscos y crustáceos, que luego terminan siendo consumidos por la población.
Tras el análisis, los investigadores resumen que “es evidente” que la crisis del coronavirus y consecuente cuarentena tuvo que ver con la reducción de las concentraciones de metales en las anémonas y, por ende, ecosistemas marinos. “En el periodo de confinamiento, la densidad turística disminuyó mucho, pero también la influencia de la actividad humana en la costa, tráfico marítimo… Esto generó un periodo en el que la presión antrópica en la costa cayera de manera inevitable”, redunda Gutiérrez.
Para los autores del estudio, es “imperativo” que las administraciones públicas consideren la posibilidad de impulsar el “turismo sostenible”, tan mencionado estos últimos años, para “minimizar el impacto negativo de este sobre el medioambiente, la economía y las culturas locales” y “promover la conservación de los recursos naturales, como los ecosistemas, la biodiversidad y los parques naturales”. También, ahondan los especialistas, “debe fomentarse el uso responsable de los recursos naturales y tratar de minimizar la contaminación y la generación de residuos”. Gutiérrez indica la necesidad de realizar acciones de monitoreo y análisis, educación y concienciación, implementación de tecnologías limpias para la limpieza de suelos contaminados, restauración de ecosistemas y establecer normativas locales que limiten la descarga de residuos industriales o aguas residuales contaminantes con metales pesados.
Por último, el estudio agrega que los resultados obtenidos demuestran que ha habido un “claro descenso”, en general, de las acumulaciones de metales en las anémonas que, “en gran medida”, continúa el texto, puede deberse a la legislación anticontaminación aprobada en España que prohíbe el uso de elementos metálicos tanto en combustibles como en pinturas para barcos y viviendas. Los firmantes recuerdan el Real Decreto 403/2000, de 24 de marzo, que prohíbe la venta de gasolina con plomo. Para ellos, estas restricciones legislativas se establecieron “como consecuencia de los efectos negativos sobre la salud humana y el medioambiente” que producen estos materiales. Pero reiteran que la contaminación en este sentido no ha desaparecido y que, tras la pandemia, “los niveles [de la misma] se están estabilizando de nuevo”.
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