Las fotos de la retaguardia republicana que pasaron 80 años escondidas en un baúl: “Alucinamos al descubrirlo”
Trece carretes que contenían alrededor de 700 fotografías tomadas en el verano de 1937. Es el “tesoro” que Julia Mota Lodeiro encontró en las dos maletas en las que su abuela, Julia Muñoz, había metido el contenido del baúl que le acompañó toda su vida para facilitar su mudanza de Madrid a Barcelona en el año 2000. Allí vivió con su hija, que también se llama Julia, y su nieta, hasta que falleció justo el mismo día en que cumplía 90 años. Las dos descendientes sabían que en el baúl había carretes de fotos, pero fue hace solo dos años cuando descubrieron que las imágenes eran el legado fotográfico del anarquista Arturo Lodeiro, marido, padre y abuelo de las tres Julias.
La cámara de Lodeiro, de origen vallisoletano, retrató la vida cotidiana de la retaguardia republicana en la Comunitat Valenciana aquellos meses de 1937, en plena Guerra Civil. Militante de la CNT nombrado delegado comisario de la Federación Anarquista Ibérica (FAI) en Madrid, Arturo combatió como parte del Ejército Popular de la República hasta que un disparo le hirió gravemente el pulmón izquierdo en el frente de Guadalajara. Tras ello, se trasladó con su familia a Chiva, en el interior de Valencia, que aún no había caído en manos de Franco –lo haría en marzo de 1939–.
Con una Leica IIIa alemana y al margen de la contienda, Arturo (32) y su pareja Julia, de 27 años, realizaron cientos de instantáneas del día a día. La mayoría fueron tomadas en Chiva, pero también hay de Cartagena o Granollers (Barcelona), a donde fue a visitar a uno de sus hermanos. En muchas de ellas aparece Julia retratada, con la que se casaría solo unas pocas horas antes de ser fusilado por el régimen franquista en 1940, cuando su hija solo tenía dos meses. Las fotos, sin embargo, le sobrevivieron y fueron guardadas durante 88 años, hasta que en 2023 su nieta las descubrió.
“Éramos conscientes de que ahí había fotos, pero pensábamos que eran de mi abuela, de su vida posterior. Nos quedamos alucinadas cuando vimos que eran carretes y carretes de fotografías sin revelar que había hecho mi abuelo Arturo”, explica la nieta, miembro del colectivo Memoria y Libertad. Ahora las imágenes acaban de ver la luz en formato libro, recién publicado por la editorial Llibres de l'Encobert tras una campaña de micromecenazgo. Bajo el título Verano 1937, el trabajo incluye imágenes captadas por Lodeiro al tiempo que cuenta la trayectoria del miliciano y rescata la historia de amor que vivió con Julia durante “el último verano en el que fueron felices”.
La vida de 'los nadie'
El editor José López Camarillas se interesó por las fotografías desde el primer momento. “Lo normal es que la mayoría estuvieran echadas a perder después de tanto tiempo, pero conseguimos rescatarlas y empezamos a reconstruir la vida de los protagonistas”. López Camarillas destaca la “cotidianidad” de las imágenes, que si no fuera porque algunas retratan de fondo a milicianos o cartelería del Frente Popular “no las situaríamos en medio de una guerra”. “Solemos hablar de la contienda en términos de posiciones, fechas o cifras, pero la vida de 'los nadie' es el verdadero trasfondo. Eran personas con familia y amigos, que iban a la playa, se enamoraban y a las que les partían el corazón”.
En algunas de las fotografías sale el propio Arturo, pero en la mayoría retrata a gente de su entorno, a los niños y niñas del pueblo, los vecinos a la puerta de las casas en la calle Mayor de Chiva, en la piscina, en la huerta, en el mercado, cocinando en sus casas o incluso en los bares. Hay fotos en la playa de El Saler de Valencia, donde Arturo le pidió matrimonio a Julia, y también de su visita a Cartagena y Granollers, donde visitaron a sus familiares en 1938. En la ciudad catalana, la Leica tomó la última foto de Arturo sonriendo, junto a su hermano Manuel, unos meses antes de ser detenido casi al final de la guerra en el puerto de Alicante, esperando por un barco al exilio que nunca tomó.
“Las imágenes retratan la belleza de los instantes cotidianos, de las pequeñas cosas que ignoran los desasosiegos, los miedos a los acontecimientos muy próximos y colindantes”, escribe Julia a sus abuelos en la introducción del libro. Porque durante aquellos meses “el mundo aún no se había fundido a negro” y la cámara de Arturo y Julia captó “destellos de vida y de felicidad” en un “Levante no tan feliz” antes de la victoria franquista, cuenta el historiador Vicent Bayda Sala en el prólogo, en el que hace referencia a aquella cuestionada idea de que en el Levante, a donde se había trasladado el Gobierno republicano, se vivía plácidamente.
Arturo, mecánico de profesión, fue acusado de pertenecer a la “checa de Bellas Artes y Fomento” de Madrid y fue condenado a la pena de muerte en el Consejo de Guerra del proceso sumarísimo 48310. López Camarillas cree que el anarquista “fue obligado bajo tortura a firmar una falsa confesión” y de poco sirvió que después se desdijera. Lo afirma el editor porque “el trazo tembloroso de la firma” de Arturo en su autoinculpación “levantó nuestras sospechas”, que “fueron confirmadas” por una perito judicial experta en caligrafía al analizar el documento. “Además, su nombre no figura en la documentación oficial del Comité republicano en la que están las actas con los nombramientos”, explica el editor.
El apoyo familiar
La publicación de Verano 1937 no solo ha supuesto que las fotografías salgan a la luz, sino también la reconstrucción de la historia de Arturo. López Camarillas ha recabado información y buceado en los archivos hasta dar en el Archivo Militar de Ávila con un documento que la familia no conocía: la prueba oficial de que Baldomero Lodeiro, hermano de Arturo y militar que apoyó el golpe de Estado franquista, intercedió por él sin éxito.
En una petición de indulto separada del sumario se afirma que Baldomero, que era teniente en activo destinado en Aranjuez, se presentó en la comisaría de la calle Almagro en la que detuvieron a su hermano para interesarse por él. “Fue tal el estado en el que se encontraba por los golpes y palizas que se vio obligado a prohibir que se maltratara al detenido ni a ningún otro para arrancarles declaraciones falsas, advirtiéndoles de que, de hacerlo, daría cuenta al propio Generalísimo”, apunta el escrito.
Arturo procedía de una familia conservadora, su padre también había sido militar africanista ya retirado, y por eso sus descendientes siempre pensaron que no le habían apoyado cuando fue sentenciado a muerte. Sin embargo, en la misma petición su progenitor se dirige directamente al ministro del Ejército para denunciar “el error” de la justicia militar contra “un hombre totalmente inocente” al que “ninguno de los otros criminales procesados” en el mismo Consejo de Guerra “reconoció como miembro de la checa”.
Aun así, hay todavía incógnitas sin resolver sobre Arturo. López Camarillas califica de “llamativo” que el anarquista tuviera a su disposición dos coches y un chófer para trasladarse con su familia a la retaguardia en plena Guerra Civil y también que dispusiera de la Leica, carretes y papel fotográfico, “que eran muy caros y difíciles de conseguir”. Desde diciembre de 1936, la venta de este material debía ser autorizada por la Junta Delegada de Defensa republicana, por lo que “todo apunta a que le fue entregado de manera oficial”, dice el editor, cuya hipótesis es que fue enviado a Chiva por la CNT para “investigar” lo que había ocurrido allí con el sindicato, puesto que “había sido copado” por “pistoleros”, según el investigador David Mújica.
Arturo Lodeiro fue fusilado en la madrugada del 27 de abril en la tapia del cementerio del Este de Madrid, como otros tantos miles de represaliados por la dictadura. Unas pocas horas antes se casó con Julia, pero lo hicieron por poderes, nunca llegaron a verse. En la cárcel de Porlier escribió sus últimas cartas dirigidas a su mujer y a su padre, al que el capellán de la prisión le mandó una postal “felicitándole por la santa muerte de Arturo, que fue cristianísima y sincera”. Su mujer, la abuela de Julia, siempre pensó que Arturo había sido enterrado en una fosa común y esa creencia pasó de generación en generación, pero hace unos años, un nieto de un hermano de su abuelo apareció en su vida para contarle que había una lápida a su nombre en el cementerio.
La familia guardó para siempre las cartas de capilla del anarquista. A su mujer le dice que su último pensamiento será para ella y su hija. “Cuando recibas esta carta ya habré dejado de existir”, le escribe después de pedirle que no tenga “rencor” y que acepte “esto con la mayor resignación y que lo consideres como un error, como lo que es”. “Un beso hasta dejar la vida para ti y la niña”, se despide. Antes de las últimas cartas, la pareja se intercambió decenas de cartas mientras Arturo estaba en prisión. Entre ellas, estaban algunas de las pocas fotos que reveló Julia y que le envió a la cárcel con algunas letras escritas al reverso: “Al fondo Chiva lugar donde me hiciste experimentar los mejores momentos de mi vida”.
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