Santiago Ontañón, el republicano cántabro refugiado en la Embajada de Chile que por las noches editaba una revista clandestina
La niebla de la dictadura difuminó el nombre de Santiago Ontañón (Santander, 1903-Madrid, 1989), un perfecto desconocido en su propia tierra, Cantabria, aunque fue uno de los creadores más sobresalientes del siglo XX. Ilustrador, escenógrafo de la compañía de teatro La Barraca de Lorca y escritor, fue uno de los 18 republicanos que, cuando cae Madrid en octubre de 1939 en manos de los golpistas de Franco, pidieron asilo en la Embajada de Chile. Uno de los primeros países que reconoció a la República Española y que abrió sus puertas a la Alianza de Intelectuales de Madrid. El poeta Miguel Hernández también fue invitado a refugiarse, pero lo rechazó, con las fatales consecuencias que tuvo.
En aquel edificio del número 26 de la calle del Prado ocho republicanos enarbolaron la bandera de una resistencia intelectual: Antonio Aparicio, Edmundo Barbero, José Campos, Pablo de la Fuente, Antonio de Lezama, Aurelio Romeo del Valle, Julio Romeo del Valle y Santiago Ontañón. Un santanderino de familia burguesa, nacido en calle Castelar, que vivió la bohemia de París en los años 20 mientras se ganaba la vida como ilustrador e hizo la primera escenografía para un ballet ruso. Ontañón abrazó la amistad de los poetas chilenos Pablo Neruda y Vicente Huidobro -ilustró su Mio Cid Campeador- y de Lorca, cuando regresó a España y se fundió en el espíritu de La Barraca, de la Generación del 27 y de las 'sinsombrero'. Creó algunas de las escenografías de las obras del poeta.
Fue una persona de la que todo el mundo habla bien. “Sin zonas de sombra”, en palabras de la investigadora Esther López Sobrado, la historiadora que más ha estudiado al personaje vinculado al arte.
Cuando estalló la Guerra Civil Ontañón se alistó en el bando republicano, pero acabó reclutado por María Teresa León para diseñar los decorados del Teatro de Arte y Propaganda del Estado.
Aquellos refugiados en la embajada chilena se convirtieron en noctámbulos. Durante 18 meses aprovecharon el silencio de la noche para trabajar sin levantar sospechas en la redacción de un periódico y una revista bautizada como 'Luna'. La única y tenue luz que se filtraba por las grietas de las cortinas.
Uno de los episodios más singulares de la Guerra Civil. Encerrados en aquellas paredes, y autoproclamados como el colectivo 'Noctambulandia', la creación fue su forma de combate en el amargo final de la Guerra Civil. Por las noches hacían un periódico bautizado 'La cometa'. No fue una empresa efímera: editaron 365 números que no se conservan. Ellos mismos los prendieron fuego cuando salieron del encierro por miedo a las consecuencias que podría tener para ellos y para el personal de la embajada que les había ayudado.
De todo aquello resistió Luna. La revista noctámbula que editaron en paralelo al periódico. Solo queda una copia en la biblioteca de la Universidad Central de Chile, digitalizada hace dos años, que es de libre acceso. La investigadora Esther López Sobrado recupera e indaga en esta historia, protagonizada por escenógrafo cántabro Santiago Ontañón, en el libro 'Noctabulandia' editado por La Vorágine dentro de su colección Memorias (in)surgentes que se ha presentado recientemente en Santander. La historiadora del arte ya había escrito hace tres años 'Las pasiones de Santiago Ontañón' sobre “ese desconocido injusto que no debiera serlo”, como apunta en el prólogo Benjamín Prado.
Cuando llegaba la noche se ponían en marcha las máquinas de escribir, los ceniceros se llenaban de colillas y la improvisada redacción empezaba a producir textos: poemas, cuentos, crítica teatral. Además de escribir, Santiago Ontañón -escenógrafo de la representación de Bodas de sangre de Lorca- dibujaba las ilustraciones. Entre ellas, 30 portadas, como la del primer número dedicado a Anfístora, el nombre del club de teatro que fundó Lorca con otra cántabra: Pura Maortua.
El libro de López Sobrado -que conoció personalmente a Santiago Ontañón- rescata los textos y las ilustraciones de esta publicación.
La noche del 16 al 17 de junio de 1940 se edita el último número de Luna. Los noctámbulos consiguen salir de España -con visados de Chile y Brasil- y se separan en exilios geográficos dispares. En la despedida queman el periódico, de contenido político, y agradecen al embajador Germán Vergara Donoso su protección regalándole todos los números de una revista que nunca tuvo más lectores que los propios habitantes de la embajada.
Ontañón inició una nueva vida en Chile, se casó, participó en el proyecto teatral de Margarita Xirgú y obtuvo hasta una cátedra de cine. Pero cuando fracasó su matrimonio quiso regresar a España, donde recuperó su talento como escenógrafo y creador de decorados e, incluso, tuvo protagonismo como actor de reparto en más de cincuenta películas.
Antes de volver a España, en la década de los 50, Santiago Ontañón fue invitado a cenar a casa del embajador Vergara en Chile. Allí se lleva la sorpresa de encontrarse con los 30 números de su revista en perfecto estado. De la colección no se vuelve a tener noticias hasta que reapareció encuadernada en cuatro tomos en el Archivo Central de la Universidad de Chile. Nadie sabe cómo llegaron hasta allí. Se especula con la posibilidad de que procediesen del archivo de Pablo Neruda que se depositó en este centro.
La revista clandestina que se escribió en la nocturnidad del asilo de la embajada es hoy testimonio del talento de sus creadores que aun en la incertidumbre de aquella guerra mantuvieron la resistencia intelectual en una redacción improvisada en una habitación. Mientras, detrás de los cristales, el avance del franquismo arrasaba todas las referencias culturales e intelectuales que ellos tejían cada noche en una batalla moral que fue una forma de íntima resistencia. Aquel exilio interior que alumbró una publicación que hoy, más de ochenta años después, ya puede tener lectores.
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