Cáceres también tiene su Padre Ángel
En Cáceres, la acogida sincera no se publica ni se presume. No pide permiso ni credenciales. No pregunta a las personas de dónde vienen ni cuánto tiempo piensan quedarse. Simplemente ocurre. Así se entiende la labor de Ángel Martín Chapinal, sacerdote y actual párroco de la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe, que desde hace años ha convertido la hospitalidad en una práctica cotidiana, silenciosa, humilde y profundamente humana. Al más estilo del madrileño Padre Ángel, creador de la ONG 'Mensajeros de la Paz'.
Su trayectoria está ligada a barrios populares y a personas que rara vez ocupan el centro del relato. Durante su etapa en la Iglesia Del Buen Pastor, en Llopis Iborra conocido como el barrio del Carneril, la iglesia fue un refugio real para personas migrantes y refugiadas que llegaban a la ciudad con miedo, cansancio y demasiadas pérdidas a la espalda. Allí no había personas de primera y de segunda, ni categorías, ni etiquetas. No existían los “con papeles” y los “sin papeles”. Nadie pedía visados, pasaportes ni explicaciones. Cada persona era exactamente eso: una persona. Y cada una aportaba lo que podía y compartía todo lo que llevaba.
Hoy, desde la parroquia de Guadalupe, ese mismo espíritu sigue intacto. Chapinal, además de su labor pastoral y de sus responsabilidades diocesanas en Migraciones y Refugiados, impulsa espacios donde la igualdad no se proclama, se practica. La cena de Nochebuena comunitaria y la Misa del Gallo adelantada a las ocho de la tarde no es solo una decisión logística: es una forma de decir que nadie queda fuera, que todo el mundo tiene una silla allí que lleva su nombre. Y después de la celebración, la iglesia se convierte en mesa común, en una conversación compartida, en una noche en la que la soledad pierde fuerza.
En ese espacio no se pregunta por la religión. No es solo para católicos. Las creencias quedan en el ámbito privado. A la iglesia se va con ganas de compartir, de hacer comunidad, de conocer a otras personas en un momento concreto de sus vidas. A veces es solo ese instante. Otras, ese encuentro se queda para siempre. Porque cuando se eliminan las barreras artificiales, aparece algo evidente: hay muchas más cosas que nos unen como seres humanos de las que nos separan. Y que a quien ayuda, después de las vueltas que da la vida, quizás se le devuelva esa ayuda multiplicada por mil.
Ese compromiso de Chapinal se extiende también a su estrecha colaboración con Amnistía Internacional en Cáceres, donde es un referente muy apreciado. Desde ahí, acompaña y respalda a personas que han huido de sus países por persecuciones políticas, religiosas o por su orientación sexual; personas amenazadas incluso con la pena de muerte, que encuentran en España un lugar donde, al menos, no ser perseguidas. Su implicación conecta la acogida cotidiana con la defensa firme de los derechos humanos. Amnistía Internacional cumple en este ámbito una labor imprescindible: dar cobijo emocional, orientación legal y voz pública a quienes más la necesitan. Denuncia las vulneraciones de derechos, visibiliza el sufrimiento de las personas refugiadas y recuerda que el derecho de asilo es una obligación moral y legal. Su trabajo insiste en una idea sencilla y radical: ningún ser humano es ilegal. Y ahí está también el Padre Ángel y su inmensa labor.
Cáceres ha sido históricamente una ciudad de convivencia. Iniciativas como las que se tejen desde la parroquia de Guadalupe refuerzan esa identidad y la sostienen frente a los discursos de miedo. Frente a realidades como la de Badalona, donde recientes desalojos de personas migrantes han dejado a muchas de ellas en la calle y han tensionado la convivencia, aquí se demuestra que existen otras formas de estar y de responder, como han hecho algunas parroquias catalanas.
La labor de Ángel Martín Chapinal no busca reconocimiento. Se mueve en lo cotidiano, en lo pequeño, en lo profundamente humano. Pero en tiempos de polarización y odio, su ejemplo recuerda algo esencial: lo básico, lo fundamental, es común a cualquier ser humano, venga de donde venga, crea en lo que crea y esté atravesando la circunstancia que esté atravesando. Y desde ahí, desde lo común, es desde donde se construye la verdadera comunidad. Y es que con ejemplos como este se demuestra que otra Iglesia es posible. Esta Nochebuena, la del año 2025 han compartido la mesa personas procedentes de Cuba, Colombia y Venezuela, entre otros países, y cacereñas y cacereños. Chapinal y el propio obispo, Jesús Pulido. En una noche como esta, en la que tantas historias se cruzan, Cáceres recuerda que la humanidad se mide en gestos sencillos: una mesa compartida, una conversación, una bienvenida sin condiciones.
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