Espacio de opinión de La Palma Ahora
La paciencia y las abuelas de la Plaza de Mayo
La paciencia es un ejercicio y un valor sin remuneración palpable en el día a día, al contrario, proyecta críticas y denuncias y burlonas carcajadas de quienes no la practican. Es una fuerza interior y arrolladora, que parece inexistente, sin gritos ni golpes sobre la mesa, pero como el agua, indolora ante cualquier puñetazo o patada que pretenda desestabilizarla. Está ahí. Continua. Parece olvidada, pero no renuncia, segura y decidida, y el tiempo es su mayor aliado pero también su más pesada y doliente cruz, y sin embargo, traerá el fin último, el propósito primero, el desencadenante del recorrido.
Todo esto nos lo ha demostrado y enseñado Estela, presidenta de las Abuelas de la Plaza de Mayo, en Argentina.
En su caso la paciencia y la lucha se han extendido durante 36 años. Alguien debería enseñar estas cosas en las escuelas, en los institutos, en las universidades, forjar una materia o una cátedra que muestre a la especie humana, a la totalidad de los seres humanos, que al alcance del principio primero, del sueño anhelado, la razón deseada, alguien convoca la lucha y la paciencia como clamor y posibilidad, hipoteca la vida, los instantes presentes, los proyectos próximos, las felicidades inmediatas, sin que, en ningún caso, nada ni nadie, banco emocional o gestora del tiempo, le devuelvan instante alguno o sonrisa desahuciada o proyecto no llevado a cabo, postergados, olvidados al final.
El fin último en este caso, en el de Estela de Carlotto, es su nieto, y se llama Ignacio Hurban o Guido. Fue arrebatado de los brazos de su madre, Laura, al dar a luz en un hospital militar en 1978, donde se hallaba detenida durante la dictadura argentina.
La paciencia y la lucha han realizado el recorrido, y se ha completado el goce propuesto en la idea primera, ahora, el trayecto es otro, un nuevo recorrido, corto, quizás demasiado corto, pues Estela tiene 82 años, pero intenso, seguramente intenso, y en él aparecerán las historias, los regocijos eternos, la sencillez de la palabra escuchada, del sonido y el ritmo que la convoca en el aire y la hace diferente a las otras, también las manos agarradas de abuela y nieto, los besos suaves y agradecidos en la mejilla, y las sonrisas verdaderas y espontáneas.
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