La música se apagó (de nuevo)
Hace apenas dos meses, desde este mismo medio, contaba cómo Las Manchas le había regalado una eternidad de acordes a Francisco Ventura.
Escribí con la emoción del momento que su música ya no se apagaría nunca. Una escultura de él, con su mano izquierda sobre su timple, se alzaba ya frente a la plaza de San Nicolás –ese lugar cuyo nombre han borrado del mapa pero que seguiremos reclamando– como memoria, agradecimiento y orgullo de todo un barrio.
Hoy debo escribir desde la perplejidad absoluta y con una tristeza que no puedo disimular. Porque la música de Francisco, al menos la de su estatua, se ha apagado. ¿Para siempre?
O más bien, se la ha llevado el viento. Literalmente.
La escultura, ese homenaje que debía ser para siempre, ya no está. Fue hecha pedazos por una combinación surrealista: la lluvia y el viento naturales de nuestra isla más los materiales equivocados.
Según varios vecinos que alertaron días antes del mal estado de la estatua, la obra se había realizado con materiales ligeros y económicos, pero notoriamente incompatibles con una escultura al aire libre. ¿A quién se le ocurre?
Ahora imagino el siguiente capítulo de este homenaje sinsentido: algún portavoz institucional tratando de vendernos la idea de que aquello era algo provisional y que la versión definitiva está por llegar. Por favor, no nos pidan que traguemos con ese relato. No lo empeoren más...
Para una escultura pública y permanente, lo indicado habría sido bronce o, al menos, piedra dura. Un disparate técnico que ha destruido en apenas dos meses lo que queríamos que fuera un símbolo de resiliencia y orgullo.
¿Qué es esto? ¿Es esto un homenaje? ¿De verdad?
Uno no puede evitar preguntárselo. Uno no puede evitar poner cara de asombro. ¡Es disparatado! ¡Es irracional! ¡Es irrespetuoso!
Y la gente del barrio no puede ocultar su enfado y su absoluta decepción. Les invito a darse un salto por el banco de los gandules y hablar con los vecinos.
¿De qué sirve elegir la fecha de las fiestas del barrio para el acto? ¿De qué sirve inaugurar con discursos, hacerse fotos, salir en la prensa sonriendo para luego olvidarse? ¿De qué sirve si tras dos meses ya no queda nada? ¿De qué?
Francisco Ventura, ese hombre, ese vecino que nos enseñó que la música es grupo, amistad y comunidad, merecía algo más sólido que la madera, el plástico o la silicona.
Francisco merecía un legado tan resistente como las alegrías que nos dejó durante tantos días.
Y Las Manchas -Jedey, El Paraíso, Las Manchas de Abajo y San Nicolás- merecen respeto. Ni más ni menos respeto que otros. Pero respeto.
Detrás de este despropósito hay una lección cívica. La queja del barrio no solo es por una estatua rota, es por otra promesa incumplida. Porque las promesas rotas, en un contexto de reconstrucción como el nuestro, duelen el doble.
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