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‘Sophia la desconocida, la inefable’. Reflexiones en torno a lo femenino en Thomas Merton

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El gran monje cisterciense Thomas Merton, conocido mundialmente por su famosa autobiografía La montaña de los siete círculos, escribió un hermoso poema titulado «Hagia Sophia» en la primavera de 1961 que fue publicado en el volumen de 1963, Emblemas de una estación de furia.. En este misterioso fragmento lírico  – considerado por algunos estudiosos como «uno de los mejores logros de Merton» – el poeta nos ofrece una profunda y esclarecedora meditación sobre la relación entre el logos y el principio femenino, cuya acción  – la de hablar  – puede cuestionar la división entre géneros con la que da comienzo la historia humana, esa herida incurable que constituye la dicotomía hombre-mujer.

Esta búsqueda incesante de la reconciliación de los polos masculino y femenino no es algo nuevo en la historia del pensamiento filosófico y religioso. Al contrario, ya está presente en El Simposio de Platón, que incluye uno de los debates más célebres y vibrantes sobre el tema de la androginia. También podemos encontrar intentos similares de matrimonio de los contrarios en el Antiguo Testamento, sobre todo en el Libro del Génesis, donde leemos que Eva fue creada a partir de la costilla de Adán para ser, no su opuesto, sino su compañera; o en el capítulo 8 de los Proverbios, donde la sabiduría femenina se considera el lado complementario de Dios en el acto de la creación del mundo. En las religiones orientales, no faltan ejemplos de confluencia entre lo masculino y lo femenino, como lo ilustra la interacción Yin/Yang dentro de la tradición taoísta.

Conviene enfatizar que toda la vida y el pensamiento de Thomas Merton se convirtieron en una exploración permanente de nuevos caminos que conducen a esta coincidentia oppositorum, una inédita pero también antiquísima sabiduría trascendental que le llevó incluso más allá del lenguaje y de la lógica. Aunque siempre viajó en el vientre de una paradoja, aprendió a considerar este impulso dialéctico que latía en su interior como algo inherente a su propio destino, y siempre buscó esa «secreta armonía y acorde entre tensiones opuestas». 

En efecto, una lectura atenta de «Hagia Sophia» nos lleva a pensar que nuestro poeta acabó considerando a Sophia como ese poderoso locus espiritual de transformación personal y comunitaria donde se trasciende el «sexus» o separación entre lo masculino y lo femenino, donde el amor y la comunión se convierten en utopías posibles. El poema describe la sabiduría como algo difuso y carente de cualquier referencia sexual o incluso humana, algo que estaría más cerca de la Física de Lucrecio y Epicuro, pero quizá más misterioso e inefable. Merton la describe como Natura naturans, corporeidad sagrada que nos remite a la imaginación sacramental cristiana de G. M. Hopkins así como a la theoria physike de Máximo el Confesor: «existe en todas las cosas una fecundidad invisible, una tenue luz, una dócil indefinición, una plenitud ignorada. Esta misteriosa Unidad e Integridad es la Sabiduría, la Madre de todo, Natura naturans. Existe en todas las cosas una dulzura y una pureza inagotables, un silencio que es fuente de acción y de alegría».

Sirviéndose de términos similares a los empleados por Santo Tomás de Aquino, en «Hagia Sophia»  nuestro poeta describe a Sophia como la esencia o el fundamento del Ser, y sin embargo, al igual que Santo Tomás y todos los grandes místicos cristianos, no puede dejar de reconocer que en verdad no sabemos qué es la sabiduría: «Tal vez en su faceta más primigenia Sophia es la desconocida, la oscura, la Ousia sin nombre. Tal vez sea incluso la Naturaleza Divina... Y tal vez sea la luz infinita no manifestada, que ni siquiera anhela ser conocida como Luz. Esto no lo sé. En el silencio la Luz se hace Palabra. No la escuchamos  ni la vemos hasta que es pronunciada».

Nos atreveríamos a decir que se trata de uno de los más lúcidos «pasajes líricos sobre el silencio y la Palabra» en el que Merton está representando a la sabiduría como algo anterior al «Fiat lux», y por tanto algo que se sitúa fuera del mundo creado, del mundo de los significados, de la realidad o mundo del que hablamos, pudiendo por ende cuestionarlo.  En estas impactantes líneas, Sophia se identifica con «la desconocida, la oscura, la inefable». A través de ella el poeta nos recuerda que «Dios no es un objeto de conocimiento  y que todas las metáforas relacionadas con la cuestión del género son inadecuadas para referirse a la realidad última».

Hay instantes decisivos en el texto en los que Merton invoca fervorosamente la voz de Sophia, que no deja de ser la voz de lo verdaderamente mujer o desconocido, el clamor de Eva, el rumor silencioso de la serpiente que emerge del abismo y cuestiona la ley de la realidad y de la prohibición, esa tiranía abrumadora que intenta convencernos de que las cosas son como son y no pueden ser de otra manera. Aunque  su canto seductor ha sido acallada por los doctores de la iglesia debido a su miedo a la libertad y a la indefinición de las mujeres, ella no puede morir nunca sino que resucita una y otra vez en lo que nos queda de mujer o de niño latiendo dentro de nosotros, en todos aquellos que aún no se han convertido en «un hombre» o «una mujer» como Dios manda:

¡Oh bendita y silenciosa, que habla en todas partes!

No percibimos su misericordia, ni su amor paciente, ni su entrega, ni su perdón

En ella no hay razones ni tampoco respuestas. Sin embargo, es el candor de la luz de Dios,  la expresión de su sencillez...

Sonríe, pues aunque la han amordazado, no puede ser prisionera.

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