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TOMA DE TIERRA

Corazones de semilla de drago

Drago de Icod de Los Vinos.

Gara Santana

Las Palmas de Gran Canaria —
17 de mayo de 2025 01:28 h

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“El país está lleno de dragos en gran cantidad”. Fue lo que escribieron los conquistadores normandos al llegar a Canarias y así lo reflejaron en las crónicas de Le Canarien. Existen diferentes explicaciones a por qué se dio esta denominación para este endemismo de La Macaronesia. Ninguna incompatible con la otra, porque puestos a usar la mitología, podríamos estar hasta que termine la manifestación del domingo.

El nombre “drago” proviene del griego drakaina, que significa “hembra de dragón”, y del latín draco, “dragón”. Esta denominación se debe principalmente al color rojizo de la savia del árbol, conocida popularmente como “sangre de drago”, que al contacto con el aire se vuelve roja, recordando la sangre de un dragón. De un país lleno de dragos que encontraron los normandos, hasta chuparles toda la sangre, ya que los europeos la consideraron un producto muy valioso, intercambiándola por objetos de poco valor y exportándola a Europa, donde era apreciada como medicina, tinte y barniz. Ya era apreciada también por los líderes aborígenes canarios, pero el modo en que los europeos explotaron su producción, junto con el uso de la madera para fabricar escudos y otros objetos, provocó una rápida disminución de los ejemplares. Ya en el siglo XVI, viajeros como Gaspar Frutuoso describen el proceso de sangrado del drago y su impacto negativo en la supervivencia de estos árboles, pues las heridas facilitaban la entrada de plagas y enfermedades.

La explicación mitológica, que se parece si el lector me lo permite a lo que yo pensaba que debían ser los dragos cuando era niña, habla de una leyenda relacionada con la mitología griega que vincula el drago con el dragón Ladón, guardián del Jardín de las Hespérides. Según esta leyenda, cuando el dragón fue muerto, de su sangre brotaron árboles con ramas retorcidas que se llamaron dragos en honor a ese dragón, creando para siempre la unión simbólica entre el árbol y el ser mitológico.

Los guardianes del Jardín de las Hespérides

En 1998, que en historia y botánica es muy poco tiempo, se descubrió en Gran Canaria una variedad de drago propia de la Isla, indómita hasta entonces porque gusta de crecer en laderas escarpadas donde no se le ha perdido nada a los chupasangre. En este caso, se trata de una especie con hojas como espadas y acanaladas. Todo esto lo sabemos porque hay personas que muy meticulosamente y con mucha seriedad, ponen el reloj cada mañana y siguen pensando que estas islas deben ser defendidas y ahora quieren decidir cómo y marcar, algo tan de moda en la psicología actual, los límites para la Canarias que quieren.

El movimiento organizado que este domingo sale a las calles se referencia en César Manrique, en poemas de Alonso Quesada que hablan de si “habrá un día una isla que no sea silencio amordazado” y en los propios procesos de los pueblos para resolver los grandes retos que se presentan. Saben que Canarias es un don de Atlántico en todos los sentidos, que fuimos migrantes el otro día y que las ocho puertas están abiertas, saben perfectamente que el problema no son los pobres que llegan en patera muertos de sed, porque así llegamos nosotros el otro día a Venezuela y a Cuba.

Creo que la herida de dragón les escuece cuando vuelven a ver actitudes extractivistas sobre el patrimonio natural frágil y las vidas de la gente que sostiene el sector servicios que enriquece a los mismos chupasangre de siempre. Se duelen de sus barrios, de estar siendo expulsados de donde vivieron sus abuelos y en los que ahora realmente no vive nadie que se quede mucho tiempo, no lo suficiente para crear las mejores cosas que nos damos en comunidad: tejido asociativo, vecindad, unión popular.

Los manifestantes observan que el turismo ya no se conforma con sol, playa, alcohol y fuerza de trabajo precarizada en temporada alta, sino que sube su apuesta al darse cuenta de que los turistas blancos quieren estar todo el año de vacaciones: trabajando media jornada suya, cobrando un salario de tiempo completo nuestro y el resto del tiempo pueden tomar café de especialidad en locales comprados a precio que la demanda ahora permite, locales que antes tenían nombre y decoración, ahora tienen las paredes blancas sin encalar y allí todo el mundo está allí como podría estar en otra parte donde la vida sea igual de barata, da igual a costa de quién. Las caras iluminadas por los ordenadores, los auriculares puestos y la mirada en la metrópoli, como en una distopía de bajo presupuesto.

Me preocupa haberme hecho tan mayor que ya me den miedo los cambios, pero algo me dice que cuando se llega a la casa de alguien, si pensamos, por ejemplo, en la típica casa canaria, uno no entra a las habitaciones sin que antes se le haya invitado a café en el patio, ni pasa al patio sin haber charlado un rato con los anfitriones en ese mausoleo que las madres de esta tierra tienen a la entrada con tazas de Cuba, reliquias de la abuela, una imagen de San José, al que no se le reza, pero se le respeta, o una vajilla que nadie nunca va a usar y que se va a guardar “por si acaso”.

En La Quinta Verde, canción que cuentan que iba escuchando Manrique en casete cuando le sorprendió la muerte en las carreteras de Lanzarote, demasiado pronto para sí mismo y para Canarias, Morera canta: “Está creciendo en mi jardín el drago que hace un mes planté, de una semilla del de Icod, me maravillo ante él”. Eso lo escribió hace 37 años. Hoy esa semilla ya es dragón y se ha dado cuenta de que puede escupir fuego.

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