Espacio de opinión de Canarias Ahora
Estar o no estar
Somos de la misma substancia que los sueños y somos de la misma substancia que el estiércol. En pocas palabras, la vida es “Body and Soul”.
Nos vanagloriamos de nuestra autoproclamada inteligencia y nos consideramos los sabios reyes de la creación. Pero en el fondo, nuestros mejores y más recientes inventos no son más que un hacha de sílex, un poco mejor afilada. De hecho, no somos más que el último mono, recién llegado. Y tan ignorantes del sentido de la vida como asustados de nuestra propia muerte. Soñamos, vanamente, con la transmutación de la vulgar materia en oro puro, pero sólo conseguimos, realmente, y desde el primer aliento, transmutar la leche que mamamos en pura mierda.
No pretendo ofender a nadie con mis opiniones y respeto la opinión de todo el mundo. Desde niño me enseñó mi madre que si alguna vez me invitaba un rey a su palacio, tenía que respetar a todos por igual: a las personas que me encontrara de camino al palacio, al que me abriera la puerta, a los que me llevaran ante el rey y a propio rey. Porque el respeto se le debe a la persona, no al lugar que ocupa en la sociedad. Sobre cómo vivir la vida y cómo afrontar la muerte cada persona tiene su propia opinión y todas son igual de respetables.
En mi opinión (igual de respetable) hay personas que desprecian su vida, como si esta fuera un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que no significa nada. Otras se pasan la vida repitiendo rituales y obedeciendo ciegamente unos mandamientos supuestamente revelados por unos dioses que ellos mismos han creado. Otros no practican ninguna religión, pero creen que hay “algo” después de la vida, aunque no sepan definirlo con claridad. Y no faltan los agnósticos, derechita cobarde de la teología, que se refugian en el término medio con la esperanza de estar equivocados. Considero que todos ellos lo hacen para distraerse de la consciencia de su propia muerte con las cortinas de humo de la posibilidad de un más allá colmado de paraísos diversos, eternos, artificiales e imaginarios. Y ves a algunos que van por ahí ensimismados, ausentes, como muertos vivientes encorsetados ante el temor de ofender a su dios. Y ves a otros que van brincando con alocado frenesí, con pasión y una sombra de ficción, que es la vida una ilusión, y los sueños, sueños son. Hay quienes acaban convirtiendo su vida en la pesadilla de un loco contada por un borracho. Incluso los hay que se matan ente ellos en el nombre de sus respectivos dioses.
Pero cuidado compañero: ¡La vida es de verdad!
Y no se engañe, no: ¡Tenemos sólo una! ¡Esta!
Que va dejando una estela que quizá alumbre a los necios en su camino hacia el polvo, como sombras errantes de burdos actores que por un instante se pavonean y agitan sobre el escenario para no volver a ser oídos.
Yo creo en el alma de la vida. Creo en el alma de los humanos, de los gusanos, de las bacterias, de las briznas de hierba, los elefantes, las hormigas, los peces, los árboles o las mariposas. Creo en el alma de todos los seres vivos. Al contrario de la materia inerte, los seres vivos somos entes animados, dotados de ánima. Pero creo que esa ánima, ese alma, muere cuando muere el cuerpo que la sustenta. Creo que los dioses sólo existen en la mente humana. No creo en ninguno de los dioses pasados, presentes ni futuros. No creo en el más allá. No creo en los fantasmas. No creo en el espíritu de nuestros antepasados. Un cuerpo muerto, materia inerte, no siente nada. No rindo culto a los dioses ni a los muertos. Respeto a todos los seres vivos y rindo culto a la naturaleza.
También me dijo mi madre que: “Para vivir dependes de tres cosas. Las demás que dependan de ti”. He preguntado a más de diez mil de personas (además de haber sido profesor, hace algunos años estuve dando conferencias) si sabrían decirme cuáles son esas tres palabras, y apenas diez me han dado la respuesta correcta. Imagino que te estarás preguntando cuáles son. Te doy algunas pistas: Las tres empiezan con la letra “a”. Sin una te mueres en pocos meses. Sin otra en pocos días. Sin la otra en pocos minutos…
“Aire, agua y alimento”. Es todo lo que necesitas para vivir, me dijo. Si además disfruto de algo que también empieza por “a”, el amor, no sólo sobrevivo: puedo ser feliz. Todo lo demás me sobra. No me interesa tener la tele más plana del barrio, ni el coche más lujoso, ni la tumba más grande del cementerio.
Casi nadie se acuerda nunca del aire. Es lo más valioso, pero como es gratis, transparente y no se queja, no pensamos en él. Y no hay oro en el mundo para pagar el valor de la próxima bocanada de aire que necesitamos para mantenernos vivo. Apenas tenemos unos cinco kilómetros de aire respirable por encima de nuestras cabezas pero vivimos pensando que la atmósfera llega hasta la luna o las estrellas. Y llenamos el aire de mierda para hacernos ricos. Estamos locos. Nos sentimos superiores a los pueblos primitivos que rinden culto al padre sol, a la madre tierra y a la madre agua. Estamos locos. Los animales comemos materia orgánica, no comemos tierra. Los que comen tierra son los vegetales. Sólo las plantas saben hacer la fotosíntesis. Con la ayuda del padre sol y la madre agua, además de producir el oxígeno del aire, los cloroplastos de las células vegetales transforman la materia inorgánica de la madre tierra en materia orgánica: nuestro alimento. Con lo “listos” que somos y no somos capaces de hacer lo mismo. Sin plantas no hay vida. Por eso rindo culto a la naturaleza y respeto a todos los seres vivos, incluidas las personas y sus creencias. Es la naturaleza la que nos proporciona todo lo que necesitamos para vivir.
Vivo del aire, del agua, del alimento y del amor.
Intento vivir como un transeúnte libre pensador, sin dios ni amo, deambulando por el mundo mientras el tiempo transcurre día a día con paso mezquino hasta la última sílaba del tiempo otorgado.
Vivir o no vivir. Esa es la cuestión. La vida es dulce leche y amarga mierda, y ahora soy yo el tonto que te la cuenta.
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