Amor y humor, armas poderosas contra el rechazo

Imagen publicitaria de la película Wonder. (wonder.movie).

Nanda Santana

Santa Cruz de Tenerife —

Cercanos estos días navideños y familiares en los que parece que una deba ser buena por obligación -y sólo en estas fechas-, quiero despedir este 2017 con una muy personal reflexión sobre el amor y sus derivaciones: la bondad, el altruismo, la amabilidad, la compasión, la aceptación, la tolerancia… Avalada por las investigaciones científicas y filosóficas, físicas y metafísicas, que confirman que es el amor -no el dinero o el poder- la energía más potente, ese motor oculto que mueve el corazón y el mundo, mi último premium de este año es una muy subjetiva consideración sobre el mensaje de Wonder, la película protagonizada por una inmensa Julia Roberts espléndida a sus 50 años sin cirugías ni complejos.

Bueno, más bien sobre loS mensajeS, porque la cinta de Stephen Chbosky, basada en la novela de Raquel Jaramillo Palacio La lección de August, inspirada a su vez en un encuentro casual de la autora con alguien diferente, habla del miedo de un niño de 10 años, Auggie Pullman, al rechazo que presumiblemente encontrará cuando tenga que ir por primera vez al colegio, sí. Pero también de la duda de sus padres sobre si debe seguir aprendiendo en casa o superar ese difícil paso que tendrá que dar alguna vez en la vida, pues no puede vivir siempre en su refugio doméstico, siendo como es un niño sano, inteligentísimo, normal, adorable… con sólo un pequeño obstáculo: la cara deforme que se le ha quedado tras 27 operaciones, pues nació con el síndrome de Treacher Collins, una enfermedad que provoca malformaciones craneofaciales. De la verdadera belleza, incluso física, cuando Isabel, la madre, le recuerda que es Alguien Maravilloso, y es que en verdad lo es. O le explica que sus propias arrugas y marcas faciales son la huella de aquella operación suya para mejorarle la apariencia, y aquella otra, y la otra. Del sufrimiento, en definitiva. Y que por nada del mundo renunciaría a ellas. De la aceptación, del rechazo, del dolor, el que se siente en el corazón cuando escuchas sin querer que tu único amigo lo es por obligación, porque su madre y el director del centro se lo han pedido, no porque lo quiera por decisión propia.

Hace unos días fui a verla al Monopol con mi hijo menor, Teo, 11 años recién cumplidos. Reí y lloré a partes iguales, porque la historia, aunque tremenda, está contada no sólo sin dramas, sino con muchísimo sentido del humor, con golpes como cuando su incipiente amigo, Jack, le pregunta si nunca ha pensado en hacerse la cirugía estética y él le responde que está así de ‘bien’ precisamente porque se la ha hecho, y no una vez sino montones. Porque ese niño tiene una madre, un padre y una hermana adolescente para quitarse el sombrero y hacerles la ola. Me removió muchísimo esa madre que dejó su tesina -lo único que le faltaba para titularse- para dedicarse por entero a su hijo -¡10 años de ausencia es muchísimo en una vida laboral para luego poder volver al mercado y retomar tu carrera profesional!- y 10 años después, cuando ya Auggie está escolarizado y decide acabarla, la tiene ¡¡¡en disquete!!! y en ese soporte, claro, no se la pueden recuperar para imprimirla…

Adultos que alimentan el acoso

Me removió muchísimo esa hermana de apenas 15 años que aún sabiendo que sus padres la adoran, sólo se siente querida por su abuela (la actriz que la interpreta se parece muchísimo a la Roberts, lo clavaron en el casting). Con una madurez impropia de su edad entiende que sus padres deben centrar toda su atención, tiempo y cuidados en la persona de la familia que más lo necesita, que es Auggie, ese hermano por quien es incapaz de sentir celos, porque lo quiere muchísimo. Y me llegó al corazón porque ya me gustaría que dos de mis tres hijos entendieran que ahora debo dedicar la mayor parte de mi tiempo y pensamientos a ese hermano que más lo necesita… Me conmovió el maravilloso director del centro, Mr. Traseronian, que lo primero que hace cuando se conocen Auggie y él es quitar hierro al tema, haciendo bromas con su propio apellido, objeto sin duda de chistes y bromas.

Pero, sin duda, lo que más me hizo pensar fue la figura del acosador, Julian, un pobre niño que no es más que el instrumento de unos adultos fríos e intolerantes, sus propios padres -y muy especialmente la madre- que le inoculan odio y veneno contra Auggie de forma habitual. Lo que me recuerda qué cierto es eso de que somos los padres los que realmente necesitamos aprender, no tanto los niños. Aprender sobre crianza sana para no intoxicar con prejuicios y creencias limitantes la mente de nuestros hijos desde su más tierna infancia. Algo que lamentablemente se hace, a diario, con los devastadores efectos que ello tiene en el alma, la mente, la personalidad y la visión del mundo que van adoptando los menores.

De lo maravilloso de la historia no les quiero contar más. Cómo Auggie va superando sus miedos, cómo su obligado amigo, Jack, va descubriendo la personita tan divertida, noble, lista, amable, que hay en él; cómo le acogen en su familia, con qué amabilidad y amor le tratan; cómo Jack empieza inevitablemente a quererle hasta el punto de defenderle a golpes contra su peor enemigo, el listillo acosador. Cómo se les suma otra niña, Summer, inmensa y valiente cuando supera la presión y los prejuicios de su equipo de amigas, que piensan que tocar a Auggie les va a contagiar la peste (¿de dónde sacaron esa idea? De quienes ya imaginan: de algún adulto ignorante, rígido y con pocas ganas de investigar y averiguar la verdad de las cosas). Cómo el director, todo un ejemplo de maestro vocacional cuyo estilo directivo debería ser imitado por todos los responsables de centros docentes cuando le deja bien claro a los padres que lo que ha estado haciendo su hijo se merece sí o sí esos dos días de expulsión (que no es ningún drama, por otro lado); que en su colegio se ejerce tolerancia cero contra el acoso, un acoso en forma de dibujos, mensajes y acciones crueles (que Auggie había mantenido en secreto), como la de borrar con Photoshop su imagen en la foto escolar de grupo y decirle en el reverso que en ese centro no se admiten frikis. El mismo director que, explicándole bien claro al alumno que golpeó al acosador que no justifica la violencia, no le impone ninguna sanción por entiende lo que hay detrás de ese golpe. Un director que va al corazón, al contexto, a la circunstancia, no a la aplicación dogmática y legalista de la norma.

Roberts:“Un mensaje de valores en estos tiempos de agresividad”

Tampoco les cuento más de la historia de Via, su hermana, rechazada por su mejor amiga al entrar en el insti (que la rechaza, por cierto, porque ella también está viviendo su particular drama con unos padres recién divorciados y una madre en plena depresión por el impacto de lo inesperado y doloroso de ser sustituida por una nueva pareja. Lo que me hace pensar cuán importante es no juzgar a las personas por lo que hacen, sin saber qué es lo que hay detrás). Ni de ese adolescente también hijo único con quien termina ennoviándose. Les dejo a cambio algunas reflexiones de la actriz protagonista, cuando afirma que esta historia “trata de la compasión y de cómo hemos perdido el arte de relacionarnos con calma. Eso es lo que transmite: la idea de dedicarnos de lleno a querernos. Es un mensaje eterno, lleno de valores que debemos recordarnos en estos tiempos de frustración y agresividad (…) Ahora que tengo 50 años me ha venido bien recordar que, en la vida, lo principal son las pequeñas buenas acciones de todos los días: ser amables los unos con los otros. El espectador ve más allá del rostro imperfecto de este niño y ahí radica la grandeza de esta historia”, concluye Roberts.

Coincido con ella en que es una historia grande, con mayúsculas. Una película -el libro en el que se basa aún no he podido leerlo y por tanto no me atrevo a recomendarlo- para ir a verla y disfrutarla fotograma a fotograma. Para llevar a nuestros hijos, sobrinos, ahijados o nietos. Para proponerle a nuestros adolescentes, ésos que ya no quieren ir con nosotros porque están en otra etapa de la vida y de su propia construcción como personas. Una cinta para comprarla, volverla a ver de vez en cuando y guardarla en nuestros discos duros, el del ordenador y el del corazón. Un buen regalo para estos días. Muy recomendable en estos tiempos en que el bullying parece crecer en las aulas.

A la salida del cine le pregunté a Teo si se imaginaba qué fue lo que más me gustó de la peli. “¿Cómo van aceptando a Auggie los demás niños, mamá?”, me respondió. No, le dije. “Lo que más me gustó es que de algún modo está inspirada en algo real, Teo. Que hay gente así de grande y de maravillosa en todos lados. Sólo hay que saber mirarlas para descubrirlas”.

Pues eso, felices fiestas y mejor 2018 les deseo, queridos lectores.

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