La portada de mañana
Acceder
El ataque limitado de Israel a Irán rebaja el temor a una guerra total en Oriente Medio
El voto en Euskadi, municipio a municipio, desde 1980
Opinión - Vivir sobre un polvorín. Por Rosa María Artal
Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

HELSINKI CINE AASIA 2017

Como muy bien dijo el director coreano Shin Dong-il -invitado de excepción en la quinta edición del festival Cine Aasia celebrado en la ciudad de Helsinki los días 15 al 19 del presente mes de marzo- su mayor fuente de inspiración son las personas de carne y hueso que, como él, viven inmersos en la exigente, competitiva y ciertamente desnaturalizada sociedad coreana del siglo XXI.

El director coreano Shin Dong-il

Shin Dong-il, quien aprovechó su presencia en el encuentro cinematográfico finlandés para presentar Come, Together -película que disecciona el mismo corpus familiar coreano del sur del país, claro está- es de esos realizadores que nos lleva a recorrer aquellas motivaciones que, hoy en día, y en medio de la crisis socio-política que vive el país asiático, conforman la vida cotidiana de millones de personas.

Los tres personajes principales, sus universos y cómo éstos deben adaptarse para convivir en medio de un espacio agobiante, tenso y, a ratos, desasosegante, conforman un fresco que no sólo es la moneda de cambio habitual en el país dividido desde la década de los años cincuenta del pasado siglo XX, sino que bien pudiera ser extrapolable a buena parte de mundo conocido, sobre todo en aquellas sociedades donde el capitalismo es la enseña que marca el camino de sus habitantes. El problema de fondo es que llega un momento en el que las personas que viven en este ambiente se olvidan de los pequeños detalles, de las personas que tienen a su lado, de las cosas que de verdad les motivan y les hacen felices, y se convierten en autómatas condicionados por sus más bajos instintos empeñados en superar un listón que sólo está en su cerebro.

La virtud del director coreano estriba en no tomar partido, sino en contar las andanzas de sus personajes -a ratos tensas y dramáticas, y a ratos surrealistas, por no decir disparatadas- con una mirada serena, pero manteniendo la distancia justa para que sea el espectador quien, de una forma o de otra, llene los espacios vacíos y decida qué es lo que está bien y qué sobrepasa los límites de lo tolerable. La vida no viene acompañada de un guión donde todo encaja a la perfección, llegó a decir el director y si no, que se lo digan a los personajes de sus películas o, ya puestos, a quienes aparecen retratados en The Net, última propuesta del también realizador coreano Kim Ki-duk, uno de los emblemas más conocidos y reputados cuando se habla del cine que habla en coreano, sobre todo desde principios de este siglo XXI.

En el caso de la propuesta escrita y rodada Kim Ki-duk, su tono es mucho más áspero, directo y esquizofrénico, más si se tiene en cuenta el nivel de paranoia y esquizofrenia que se vive entre Corea de sur y Corea del norte, antagónicas e iguales, tal cual refleja el director en su película. Si en el caso de la película de Shin Dong-il, el espectador puede llegar a deslumbrar ciertos rayos de esperanza antes de que aparezcan los títulos de crédito, con la película de Kim Ki-duk pasa exactamente lo contrario. Por más que uno quiera encontrar una suerte de territorio seguro donde poder descansar, la realidad que desfila ante nuestros ojos se empeña en demostrarnos lo contrario.

Nadie podrá negar que, tal y como están las cosas, la unificación es una quimera que se antoja del todo imposible. Sin embargo, si se dieran las circunstancias más propicias, y se retiraran del tablero de juego las fichas, de carne y hueso, que siguen empeñadas en mantener una situación a todas luces demencial, resulta difícil de creer que el común de los mortales no fuera capaz de vivir sin la amenaza que se cierne sobre ellos, vivas del lado en el que vivas. Ni unos ni otros saben vivir sin ese manto impregnado de la más torticera paranoia que lleva hasta la puerta misma de la locura a un tranquilo, inofensivo y rutinario pescador que ve cómo, por causa de un suceso fortuito, la vida que antes conocía desaparece bajo sus pies. Cuando por causa de una red, enredada en el motor de su barca de pesca, el personaje principal da con sus huesos en la civilizada y libre sociedad de Corea del sur, éste descubrirá que, tras la fachada de sus vecinos, se esconden los mismos excesos, los mismos defectos y la misma esquizofrenia que siempre se han enarbolado cuando se habla del dictatorial y no menos demencial régimen de Corea del norte.

Lo peor del caso es que quienes deberían velar por la seguridad y por la consecución, de una forma pacífica y dialogada, de la tan añorada unificación -una vez que la insensata guerra de Corea terminó, hace ya más de medio siglo- son quienes se convierten en el mayor de los obstáculos para lograrlo. Si Come Together desnuda el concepto de familia de la democrática Corea del sur, The Net hace lo propio con el sistema y las personas que lo conforman, encargados de la seguridad y del tratamiento de quienes, por una causa o por otra, abandonan el norte y acaban en el sur. Puede que sus motivaciones, sobre todo ideológicas, sean distintas, pero en una balanza, ambos lados quedarían parejos a la hora de demostrar su insensatez, fanatismo y falta total de empatía para con sus ciudadanos.  

En este último apartado, la película de Kim ki-duk es mucho más cínica que la rodada por Shin Dong-il, y ello la emparenta con Three (San ren xing), último ejemplo de osadía cinematográfica dirigida por Johnnie To. La cinta, todo un ejemplo de concisión y buen hacer -aunque carente del descaro de anteriores propuestas, todo sea dicho- pone sobre la mesa una moneda de tres caras, a cada cual más cínica, insensata y deshumanizada.

Sobre el papel, las motivaciones del inspector en jefe de la policía hongkonesa Ken y las de la doctora Tong Qian deberían ser diametralmente opuestas a los desvaríos del sociópata Shun. No obstante, cuando los tres se ven atrapados en un mismo espacio, la sala de un hospital, con el reloj jugando en contra suya, las tres realidades se funden y las tonalidades, antaño claramente diferenciadas, se tornan en una escala de grises que va desde lo malo hasta lo peor, y de ahí hasta el desastre completo.

Cada cual cree que está haciendo lo correcto y, para ello, no dudan en usar y abusar de sus semejantes y todo lo que se les cruza en su camino. Poco importan las trabas morales cuando de lo que se trata es de alcanzar un fin y sentirse vencedor. No negaré que el interés que mueve a Shun es mucho más cuestionable, moralmente hablando, que los deseos del inspector Ken por capturar a los compañeros de éste. Y está claro que la doctora mantiene, más o menos intactos, los principios del juramento hipocrático que un día juró defender. Otra cosa bien distinta es el mundo real y lo que se espera de cada uno, y es ahí donde la película de Johnnie To incide en un hecho incuestionable: en la sociedad actual no hay medallas para quienes llegan en segunda posición. La esquizofrenia que termina por invadir la psique y los comportamientos de todos y cada uno de los personajes desembocará en una suerte de esperpento desbocado y carente de toda lógica, aunque la secuencia de acción que marca el clímax de la narración esté rodada al ralentí.  

Para Johnnie To y los tres guionistas que firman el guión queda asumido que el fin SÍ que justifica los medios, y luego se actuará en consecuencia. Esta circunstancia entronca, pero en sentido contrario, con las peripecias vitales de los personajes protagonistas de la película japonesa Rage, dirigida por Lee Sang-il y protagonizada, en uno de sus papeles principales por el actor Ken Watanabe -rostro conocido por el público occidental tras su participación en cintas tales como The last samurái, Inception, Cartas desde Iwo Jima o la versión de Godzilla dirigida por Gareth Edwards.

En este caso, un asesinato sin resolver terminará por condicionar la vida de unos personajes que no saben muy bien qué hacer y cómo afrontar los retos que condicionan nuestro paso por el planeta.  La sombra de un crimen y la búsqueda del sospechoso terminan por crear un clima de desconfianza y desasosiego que en nada beneficia las ya de por sí frágiles relaciones humanas. Además, su propia incapacidad para aceptar el reto que supone el asumir una postura ante un determinado hecho, actitud diametralmente opuesta a la mostrada por personaje de la película de Johnnie To, terminarán por pasarles una factura que, en algunos casos, nunca podrán llegar a pagar.

La película, como sucede con la cinta del director coreano Shin Dong-il, sirve para desnudar las taras y los estereotipos que marcan el tempo vital en la sociedad japonesa contemporánea, aunque, para mostrarlo con todo lujo de detalles, la película peque de un excesivo metraje, el cual vistas las caras del público asistente termina por deslucir el mensaje que viene implícito en la película. Aun así, el mensaje de Rage está claro: arrepiéntete de los pecados que puedas haber cometido en esta vida y no de aquéllos que no tuviste la valentía de cometer. Si no, un día te darás cuenta de lo inútil que ha sido tu devenir en este mundo.

Precisamente ese devenir inútil, rutinario y casi diría que nauseabundo es el que motiva a los dos protagonistas principales de la película Japanese girls never die (Azumi Haruko wa yukue fumei), dirigida por Daigo Matsui. La historia -la cual podría ser fácilmente etiquetada como un alegato feminista, que los es, pero sin que por ello deba ser catalogada, ni desprestigiada por dicha circunstancia- nos muestra la vida de dos jóvenes, Haruko y Aina, ambas condicionadas por una sociedad que premia a los varones, aunque éstos sean unos perfectos imbéciles o unos descerebrados sin oficio ni beneficio alguno, y acogota a las hembras por cuestiones de sexo, fortaleza física y, simplemente porque es la costumbre y nadie está dispuesto a cambiar dicha situación.

La película no es políticamente incorrecta por denunciar que un varón japonés puede llegar a cobrar hasta seis veces más haciendo la cuarta parte del trabajo, sino por mostrar una suerte de rebelión de las más débiles, simbolizada, ésta, en el grupo de estudiantes de instituto que se dedica a propinarle una sonora y contundente paliza a todo aquel varón que se cruza en su camino, sin importarles la edad o posición social. En realidad, las víctimas del grupo de vengadoras se merecen lo que les ocurre, en especial, los compañeros y la pareja ocasional de Haruko, unos seres deleznables, torticeros e incapaces de preocuparse por nada que no sean ellos mismos. Aina es mucho más vulnerable de Haruko, tiene mucha menos personalidad que la primera, pero los sucesos en los que se verán envuelta le harán reaccionar, aunque sin una idea muy clara de cómo afrontar su nueva situación, cosa que Haruko sí asumió cuando, llegado el momento, decidió desaparecer de la escena y emprender una nueva vida lejos de aquel sin sentido. Precisamente, será la desaparición de Haruko y la instrumentalización que del hecho hagan los personajes masculinos que rodean a Aina, lo que motiven el cambio de actitud en el personaje. 

Al final, y dejando a un lado los excesos surrealistas del director, Japanese girls never die demuestra que nuestro mundo tal y como está concebido necesita un buen repaso, y que mientras los hombres y las mujeres no tengan una igualdad real en sus derechos, la sociedad tal cual la conocemos estará desequilibrada y carente de lógica. 

Y desequilibradas y carentes de lógica son las relaciones entre los adolescentes, aunque, a diferencia de los adultos, las motivaciones de éstos suelen ser bastante más lógicas. Wolf Girl and Black Prince, basada en el manga del mismo nombre obra de Ayuko Hatta, responde a las señas de identidad de niña inteligente, pero solitaria (Erika Shinohara) pues el resto de sus amigas sí tiene pareja, que, ante la desesperación de verse estigmatizada por no tener novio, termina enredando al guapo del instituto (Kyouya Sata) para que el mentado joven actúe y se comporte como su adorable novio. En principio, la idea está condenada al fracaso, dado que ella es todo lo que él no es, pero a medida que ambos se van conociendo él, que es quien más se resiste a dejarse vencer por los encantos de la joven, se acaba dando cuenta que la chica es algo más que una cara bonita con una cabeza llena de pájaros.

La película sirvió durante el festival para que la audiencia más joven -aquélla que no acaba de encontrar su sitio en el encuentro cinematográfico, dada la seriedad de las películas que conforman la programación- pudiera acudir a la sede principal del festival y disfrutar con algo que, aún estando rodado en otro idioma, les sonaba familiar. Japanese girls never die también tiene esa intención, pero su montaje es muchísimo más complicado de entender, pues juega con la paradoja presente-pasado-futuro, algo que no ocurre en Wolf Girl and Black Prince. Lo mejor de la película dirigida por Ryuichi Hiroki es que termina bien, porque así es como debe terminar, y en un festival tan serio y comprometido como éste se agradece -y mucho- propuestas como ésta.

Cine Aasia también tuvo tiempo para ofrecer varias mesas redondas, una sesión pensada para familias e, incluso, una singular rifa de películas con motivo del quinto aniversario del festival. Como anécdota queda el problema que surgió el mismo día en el que el festival arrancaba, el cual fue solucionado de manera muy profesional por una voluntaria que demuestra que lo importante es la actitud de la persona, no el cargo que ostenta.

La siguiente cita; dentro de un año, en marzo del 2018.

© Eduardo Serradilla Sanchis, 2016

© 2017 Kim Ki-duk Film

© 2017 Fukuoka Broadcasting System (FBS); Itoh Company, Klockworx, The Phantom Film & Plus D

© 2017 Media Asia Films, Milky Way Image Company and Shanghai Hairun Film & TV Production (3)

© 2017 Plus D 

 

Sobre este blog

Mi vida ha estado ligada al séptimo arte prácticamente desde el principio. Algunos de mis mejores recuerdos tienen que ver, o están relacionados, con una película o con un cine, al igual que mi conocimiento de muchas ciudades se debe a la búsqueda de una determinada sala cinematográfica. Me gusta el cine sin distinción de género, nacionalidad, idioma o formato y NO creo en tautologías, ni verdades absolutas, que, lo único que hacen, es parcelar un arte en beneficio de unos pocos. El resto es cuestión de cada uno, cuando se apagan las luces.

Etiquetas
stats