Kokand, una posta de la Ruta de la Seda uzbeca

Bosque de columnas en la Mezquita Jamí de Kokand.

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La Ruta de la Seda entra en Uzbekistán a través de Bujara y atraviesa el país de Este a Oeste a través de una alfombra verde. Zeravshan significa el que riega oro. Y llamar así a este importante río uzbeco no es una exageración. El nombre le viene de sus depósitos auríferos, pero las riquezas que esparce este cauce generoso de poco menos de 800 kilómetros (nada en las vastedades de esta parte del mundo) son mucho más valiosas que el oro; mucho más. Ver cualquier foto satelital de este país de Asia Central explica en forma de mosaico verde este nombre y la devoción de las gentes del lugar por este río. El cauce, que nace en la vertiente norte de los Montes de Alay, se va nutriendo de los hielos de cimas altísimas y riega una enorme franja de terreno que permite la vida y el paso de las gentes. Y precisamente, es por ahí por donde transcurre esta ruta milenaria que conecta Occidente y Oriente. Desde la grandiosa Bujara la ruta sigue hasta el oasis de la mítica Samarcanda y después se va hacia el norte buscando los huecos que entre las montañas van dejando las aguas del Sir Daria, otro de los grandes caudales de la región. De valle en valle. Y ahí está Kokand, una de las últimas grandes ciudades uzbekas antes de iniciar el ascenso hacia el paso de montaña Irkeshtam, otro de los grandes mitos viajeros de la Ruta de La Seda, y seguir hasta Kasgar, la primera de las grandes ciudades chinas de la ruta.

La Ruta de la Seda del siglo XXI es muy diferente a la de aquellos siglos en los que las caravanas de caballos, elefantes y camellos atravesaban Asia. Desde Samarkanda hasta Kokand median 476 kilómetros. A lomos de bestias, el camino se cubría en varias semanas saltando de caravasar en caravasar (postas donde se descansaba y se atendía a los animales y que formaban una verdadera red de ‘estaciones de servicio’ a lo largo de las grandes rutas comerciales asiáticas). Pero hoy el trayecto se cubre en unas siete horas de carretera. Y otra posibilidad es combinar el tren de alta velocidad entre Samarcanada y Tashkent (apenas dos horas y media) y el convencional hasta Kokand (unas cuatro horas) usando los servicios de la eficiente y baratísima red de ferrocarriles uzbecos. También funciona el ‘AVE’ entre Samarcanda y Bujara con un ratio de velocidad altísimo que cubre el trayecto en apenas una hora y media. Sobre raíles, uno podría recorrer toda la ruta de la seda uzbeca en poco menos de diez horas.

Como sucede con otras poblaciones del Valle de Ferghana, los turistas apenas llegan hasta Kokand. Ni siquiera la cercanía con la capital uzbeka la coloca en los circuitos turísticos que mira hacia el sur y el occidente del país (Samarcanda, Bujara, Jiva…). Y eso que Kokand jugó un papel importantísimo en la historia del país. Cuando ya quedaban lejos las glorias del mítico Tamerlán, el último gran líder de los mongoles que estableció su capital en Samarcanda, la ciudad fue el centro de un kanato independiente y floreciente que ocupó una buena porción de territorio entre los siglos XVIII y finales del XIX. Justo cuando estaba en su mayor momento de gloria, fue absorbido por la Rusia zarista tras una breve pero violentísima guerra de resistencia. El Palacio del Kan Khudayar es la muestra más evidente de la riqueza del Kanato de Kokand. Este impresionante complejo palaciego recubierto de la riquísima cerámica de Rishtan (una pequeña ciudad situada al sur) ocupaba en sus buenos tiempos más de cuatro hectáreas y tenía 113 habitaciones (la mayor parte dedicadas a un extenso harén donde convivían medio centenar de concubinas). Hoy podemos ver una porción pequeña del palacio (el resto fue demolido por los rusos para evitar su uso como fortaleza militar) pero aún así impresionan la calidad de las yeserías, el uso suntuario de los mosaicos de cerámica o el trabajo virtuoso de las maderas policromadas. Lujo asiático en sentido estricto. El antiguo palacio, que en sus tiempos fue el más grande y lujoso de toda Asia Central, se ha reconvertido en el Museo de Kokand. La exposición es una amalgama de piezas históricas, restos arqueológicos, obras de arte, piezas de artesanía y paneles caseros sin mucho orden o concierto. Pero el continente es tan sublime que demanda un par de horas de exploración tranquila.

Los otros tres grandes edificios de Kokand que nos retrotraen a su pasado más glorioso son la Madrassa Narboutabek; la Mezquita Jamí y los mausoleos reales. Empezamos por la Mezquita Jamí (mezquita de los jueves). Este edificio histórico (finales del XVIII) se encuentra muy cerca del palacio y tiene como particularidades su minarete exento (está situado justo en medio del patio de las abluciones) y su sala de oración abierta y sujeta por casi cien columnas de madera labrada. Este bosque de pilares sostiene un maravilloso artesonado pintado que es una pasada. En el interior se repite este esquema de ‘cielos’ multicolores combinados con la cerámica virtuosa. Aquí vas a agradecer que hasta aquí no llegue casi nadie ya que te vas a poder recrear en los diseños florales y geométricos. La Madrassa Narboutabek está un poco más alejada, pero pasas junto a ella de camino al cementerio. Según dicen, esta enorme escuela coránica de ladrillo, madera noble y mosaicos de cerámica vidriada (había unas 40 durante los buenos tiempos del kanato) fue construida por prisioneros de guerra de Bujara. Y después queda el cementerio, dónde puedes ver algunos mausoleos de la dinastía que gobernó el lugar hasta la irrupción rusa. La Dakhma-i-Shokhon o Tumba de los Reyes, es un vasto complejo de capillas y tumbas que acogen los restos de varias generaciones de kanes y sus familiares.

Las calles del centro de Kokand son un auténtico laberinto cruzado por algunas avenidas abiertas a pico y pala durante el dominio soviético. La ciudad ejerció durante siglos como capital del fértil Valle de Ferghana y concentró en sus antiguos bazares una gran cantidad de artesanos llegados desde las diferentes ciudades y pueblos de la zona. Risthan, por ejemplo, (a 42 kilómetros) es famoso por sus cerámicas y en Marg’Ilon (77 kilómetros) se concentran los mejores talleres de seda de esta parte del mundo. Pues en Kokand puedes encontrar piezas únicas del valle a buen precio. La oferta cultural y monumental de la ciudad es limitada. Ya te hablamos de los grandes rastros que dejaron los dos siglos de kanato independiente. Hay otros lugares más modestos como la Madrassa de Mien Akhad, un sencillo edificio de finales del XVIII que se ha reconvertido en museo para rendir homenaje a un poeta local (Aminkhuja Mukimi). Otro museo literario, esta vez dedicado a la figura del escritor Hamza Hakimzade Niyazi, está instalado en una preciosa casa tradicional de la calle Tarokchilik (muy cerca de la Madrassa Kamol Kazi). Sólo por ver como es por dentro una casa del casco histórico merece la pena ir a verlo.

Fotos bajo Licencia CC: upyernoz; Adam Jones; Mettacitta

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