Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Despiste cromático
Nos equivocamos hace ya tiempo. Quizá como aquellos europeos que en los años 30 pensaban que la tormenta era pasajera, que una especie de brote sicótico había enrabietado a la política y a la mayoría de ciudadanos, pero que su violencia sería coyuntural, que todo volvería a su lugar —si es que alguna vez todo tuvo su lugar— y que una suave brisa nos haría olvidar la pesadilla; hasta que la pesadilla se convirtió en la realidad impensable.
Nos equivocamos al pensar que la ultraderecha eran unos pocos zumbaos —que lo son— y que la inteligencia colectiva los pondría en su sitio marginal antes o después. El después parece que no llega. Vimos los nubarrones ennegrecidos y nos aferramos a los pequeños espacios azules que todavía se atisbaban, escuchamos la gris ceniza de sus discursos y quisimos quedarnos con el rojo de la llama que los provocaba, los vimos ocupar plazas y parques con sus sudaderas oscuras y preferimos mirar a los parterres y sus flores violetas.
Nos equivocamos hace unos años cuando no entendimos que esto era una batalla, cuando confundimos la guerra cultural con un post en redes sociales, cuando la soberbia moral nos hizo ridiculizar a un tipo en caballo que reivindicaba al Cid Campeador. Nos equivocamos de lleno.
Y, ahora, el verde esperanza comienza a ser el verde temor; el violeta cargado de futuro es arrinconado en medio de discursos reaccionarios que enamoran a chicos con corte de pelo idéntico y despiste identitario supino; la diversidad cromática antirracista trata de respirar bajo la rodilla supremacista, y el bella ciao que irrumpía desde la 'Casa de Papel' es acallado con la babosería ultracatólica de Hakuna desde la Puerta del Sol de Madrid.
Hemos pasado del ruido blanco de final del siglo XX al aturdimiento estroboscópico del siglo XXI y necesitamos sacudirnos este despiste cromático para volver a distinguir el cielo azul
En Cantabria el despiste es similar. Hay quien sigue creyendo que Papá Noel es Miguel Ángel Revilla con una barita mágica, o que el Partido Popular regional está compuesto por gente “normal” que toma blancos en la calle Bonifaz de Santander, o que las disputas internas de un PSOE agonizante son la antesala de una unidad inviable, o que los rescoldos de las izquierdas a la izquierda de lo que no puede ser izquierda encontrarán la forma de pegar las pavesas para volver a ser quima fértil, o que en la frágil identidad cántabra quizá anide la semilla de algo aún desconocido y, por ello, posible. Pero la realidad pinta de otro color. Hay un verde nada esperanzador que logra captar la intención de voto de los agraviados, de los cabreados, de los que no ven colores claros en su vida ni en su ropero. Equivocarnos con ese color es allanarles el camino para imponer su moral con tufo a naftalina; asustarnos ante su crecimiento es una opción que nadie se puede permitir.
Pero lo grave —casi siempre lo es— es marrar en las soluciones. Los más conservadores apostarán por la alianza salvadora de un bipartidismo que ya llamó democracia a lo que no lo es. Los errores semánticos salen caros. La socialdemocracia seguirá entonando que “viene el lobo” para extraer votos del miedo. Las izquierdas tradicionales y las ruinas de las nuevas tenderán a apelar a la revolución y a la resistencia sin proponer soluciones que mitiguen el cabreo general. La juventud identitaria se aferrará al territorio para rascar adhesiones entre los que necesitan una tribu para no sentirse desamparados. No parece que nadie esté pensando, sin embargo, en una nueva sociedad cargada de propuestas y de sueños de futuro que puedan re-ilusionar a los des-ilusionados: casi todos hombres, casi todos decepcionados con sus vidas, casi todos en estado de despiste generacional.
Es evidente que yo no tengo la solución a este desiste cromático, pero sí sé que vamos por mal camino: ni el miedo ni la inacción pueden evitar el ascenso de quienes no nos quieren, de quienes apelan a la patria a falta de mejor proyecto, de quienes siembran el miedo al otro porque han descubierto que es el programa político de una línea más efectivo. También sé que es en el futuro, en el devenir, donde se sitúa la salida a este embrollo de colores sin significado. Mejor dicho: es en la propuesta de futuro que podamos hacer donde está el inicio del camino adecuado. El presente —parece evidente— es un juego macabro daltónico que nos provoca fatiga electoral, migraña ideológica y desconcierto generalizado. Hemos pasado del ruido blanco de final del siglo XX al aturdimiento estroboscópico del siglo XXI y necesitamos sacudirnos este despiste cromático para volver a distinguir el cielo azul.