Cuando leía estos días sobre la detención del presunto asesino de Eva Blanco, dieciocho años después del crimen gracias al tesón de un grupo de investigadores de la Guardia Civil comprobé, una vez más, de forma palpable que son las personas las que dignifican una profesión y no al revés.
Vivimos en tiempos de cargos, de puertas giratorias, de bonus, de enchufados, de contratos blindados… y sin embargo, con mucha frecuencia nos encontramos también con que las personas tienen sentido del deber, amor por su trabajo y rigor en lo que hacen.
Viendo las caras de los padres de la chica asesinada hace dieciocho años, uno se daba perfecta cuenta de que necesitaban cuando menos la compensación de la justicia. Eva ya nunca volverá con ellos, su vida se quedó truncada cuando apenas comenzaba a recorrerla, pero la esperanza de localizar al culpable y llevarle ante un juez devuelve una cierta sensación de paz a su familia y alivio al resto del pueblo de Algete.
Y no reflejaban menos emoción los rostros del equipo de investigadores que durante dieciocho años han seguido peleando por descubrir la verdad, por identificar al culpable sin desfallecer ante las dificultades ni rendirse ante la ausencia de resultados.
Es cierto que aún falta una labor probatoria importante, en España ya hemos tenido muy malas experiencias a la hora de juzgar algunos casos, tanto en los tribunales como fuera de ellos, pero los resultados de las pruebas de ADN son un indicio bastante esclarecedor como para pensar que la solución de aquel salvaje crimen está ya muy cercana.
Está claro que estos guardias civiles han dignificado su profesión por sus propios valores personales, llevándolos mucho más allá del cumplimiento del deber. En ocasiones, en muchas ocasiones, las personas demuestran su verdadera valía en lo cotidiano, en las dificultades que su propia profesión les presenta -por modesta que sea- al enfrentarlas con la fuerza de su dedicación.
En el trabajo incansable de estos investigadores veo también al conductor de ese autobús que navega en la tempestad del tráfico llevando a salvo a sus pasajeros; a esa cajera del supermercado que deposita tu compra en las bolsas con exquisito cuidado; al profesor, que después de clase se queda a charlar con un alumno porque le procupa un inesperado bajón de sus notas, a la enfermera que tranquiliza a un paciente preocupado…
Son las personas las que hacen grande el oficio que desempeñan y no su cargo. Una de las personas por las que más admiración siento en el mundo es jardinero. Conoce la manera exacta en la que crece la hierba, mima con cariño un seto enfermo y poda un árbol con la devoción de un camarada. Hace ya bastantes años me enseñó un secreto extraordianario que, a lo largo de mi vida, me ha servido para superar muchas dificultades. En cierta ocasión le dije que no podría hacer algo, que no valía para ello. Me miró entornando los ojos y respondió: “Claro que puedes hacerlo, Alejandro, lo único que necesitas es paciencia”. Tenía toda la razón.
Quizá llegue el día en el que reneguemos de lo que hacemos, en el que los profesionales nos veamos cegados por la ambición y olvidemos nuestros deberes. Puede que aflojemos la tensión y nos apliquemos únicamente en nuestro horario. Quizá nos llegue a parecer inútil dedicar años de compromiso a un principio… pero hoy no es ese día.
Sobre este blog
Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
