Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Los niños muertos
Yo soy unos cuantos hashtag. Tampoco demasiados, no se vayan a creer. En realidad soy muy poca cosa. Así, en términos generales. Con esto quiero decir que no valgo para grandes asuntos. Ocupo mi lugar en el mundo. Quizá innecesario. Vayan a saber. Lo disfruto, eso sí, en la medida necesaria.
Tengo unas cuantas certezas. Unas cuantas etiquetas a las que ceñirme cuando el resto levanta la ceja, juzgando. Meneo bien la coleta. Es decir, que les pueden dar aire. Y habito este terruño con la conciencia limpia de hacerlo bien, un poco como el protagonista de 'El hombre que casi conoció a Michi Panero', que es una canción de Nacho Vegas que, cuando suena, me hace mover el pie izquierdo y más tarde el pie derecho. O sea, que no molesto. Y sí, claro que brindo por ello.
Entre los hashtag que me definen se encuentra un título como periodista. No arruguen el morro. Seguro que hay carreras más fáciles. Como no he tenido grandes aspiraciones ya se lo pueden imaginar: no era yo quien suspiraba por el Pulitzer en las bancadas de la Facultad. A mí me gustaba escribir. Así, sin más. Lo cierto es que me siento muy desgraciada cuando constato que no hay nada en mi persona que se vincule al notorio esfuerzo de pretender cambiar el mundo. Y que, para más bochorno, ni siquiera junto letras con el arte obligado.
Hablando del mundo, hace unos días le escuché decir a una señora que éste se hace cada vez más pequeño. Se refería ella, desde su propia parcela de terruño, al terrorismo fundamentalista. Vamos a ver, de ese acojone que nos entra a todos al pensar en las mil maneras tontunas de morir por nada al que nos vemos expuestos por algo tan absurdo como la religión. Sería relajante plantarte en Siria, así tal cual, vaqueros, camiseta blanca, playeras, hola qué tal, vengo a contarles una cosilla de nada: Dios no existe, evolucionen ya. Y de paso darse un paseo por Palmira.
Somos una sociedad violenta. Eso es lo que más le perturba a mi quizá innecesaria existencia cada mañana. Leo los periódicos, igual que ustedes. Pero yo lo hago porque, en parte, me pagan por leerlos. Qué chollo, exclamará alguno. Qué tortura, sostengo yo. Quizá comenzó después de dar a luz. Las hormonas y esas vainas. Nada importante, pero en algún momento me di cuenta de que lloraba en Times New Roman pasando las páginas tintadas. Niños muertos. Qué tema éste de los niños muertos.
El caso es que hace días leí sin llorar en El Mundo una noticia-arcada a raíz de los últimos acontecimientos que conocemos todos. Decía el texto que “Los agresores de género han matado a 44 hijos e hijas en la última década, niños y niñas desde los cuatro meses de edad hasta los 16 años ahogados, acuchillados, tiroteados...”. Obviando el tema de “hijos e hijas” y “niños y niñas”, los puntos suspensivos y las comas de menos y más, fui capaz de seguir asimilando cifras mientras pensaba en cuánto bien hizo el inventor del ansiolítico.
Se podrán imaginar que duermo del tirón por las noches. Supongo que algunos no sabemos odiar. Los que sí saben y se denominan padres y quieren sacarles por la boca las tripas a sus mujeres matan a los hijos de éstas. Matan a los hijos propios. A esto se le conoce como violencia vicaria. Una violencia secundaria a la víctima principal, que es la mujer. Porque no hay muerte más efectiva que enterrarla a una en vida.
Diez años en 44 asesinatos. Una chica que se encoge de hombros frente a la pantalla del ordenador, tan inútil su existencia, incapaz de cambiar las cosas. Un pueblo históricamente parricida que no necesita políticos. Que no necesita banderas ni fronteras ni himnos. Porque a estas alturas de la canción son unas cuantas las que hubieran querido decir no en el altar. Porque lo que nosotras necesitamos son héroes.
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