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Sobre este blog

Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

Reloj sin manecillas

La concesión de hipotecas se ha recortado un 82 %.

María San Emeterio

El dinero da la felicidad. ¡Claro que sí! Y quien desee vivir pensando lo contrario hace bien, sobre todo si no tiene dinero. Hace unos días amanecí con una noticia en la que se informaba de que, ya ven ustedes, en pleno año 2016, evolucionamos lento, la Oficina Nacional de Estadísticas de Reino Unido (re)abría el debate metafísico con una investigación en la que quedaba demostrado que la riqueza está relacionada como un pez al agua con el bienestar y la felicidad.

Es coherente que nos contemos lo contrario. Pero entre otros asuntos, en el estudio se afirma que influye de forma directa la cuenta bancaria abultada con menores niveles de ansiedad. Y todos sabemos que los males del alma aterrada –facturas y más facturas– se descargan en consultas de psicólogos. Que no lo hacen nada mal. A 60-70€/hora, por muy hasta el moño que anden de escuchar cosas muy salvajes, sus picos de ansiedad se deben de reducir a esos momentos en que se percatan de que no quedan kleenex en ningún cajón.

Por supuesto que el dinero da la felicidad. Hace dos o tres vidas tuve un novio millonario. Un novio millonario y bastante gorrón, todo hay que decirlo. Se quedaba siempre sin tabaco e iba de un amigo a otro con aquel “chusta no disgusta” que a una le entraban muchas ganas de ahogarle lento en un barreño de agua. Y él –que había descubierto siendo adolescente que no iba a necesitar nada para llegar a todo, platicaba con la colilla de cualquiera colgando de la boca, la camiseta raída, de Covirán o Simago o Pryca, tanto daba, y aquel aspecto de haber salido recientemente de un centro para menores, cuánto postureo, dejar Castelar de esa guisa le confería a ojos de los colegas un aura de poderío extremo– se descargaba siempre la culpa con la siguiente sentencia: “El dinero no da la felicidad, pero la facilita bastante”.

Esta semana pasada Oxfam publicaba un informe que apunta que 62 personas guardan en los bolsillos tanta riqueza como 3.600 millones, la mitad de la población mundial. Esto da mucho asco. Lo sé. El estudio de los británicos, si es que necesitamos sentar la cabeza con dulces sueños sobre la almohada, no se muestra tajante. Por lo tanto, es posible, dice, que el dinero dé la felicidad. Pero también es posible que la felicidad dé dinero. ¿Cómo se quedan? Exacto, igual que yo.

Mientras tanto, yo sigo soñando. Con que pase algo que no me obligue a estar sentada en una silla ocho horas al día (soy una ferviente defensora de las jornadas laborales de seis horas, que para qué más, para qué) y minutos que se alarguen como el chicle que eran en la niñez. Y tenga tiempo. De ocuparme de él. De volver a estudiar. Inglés, Historia del Arte. De recargar las pilas, que después de dieciséis años de trabajo ininterrumpido a veces se ven bien mustias. De no alterarme porque el recibo del agua lo pasen por la cuenta el día 20.  De leer, leer y leer. Y de tener en la cabeza asuntos menos mundanos, envejecer comienza por eso, y se desvanezca el estrés. De sentarme a escribir. De no pasarme la vida con la mirada perdida en el segundero, anhelando hacer otra cosa mientras estoy en otro lugar.

El tiempo lo es todo. El mayor patrimonio que tenemos. Y es de otros, no es ni de lejos nuestro. Es dinero, sí. El dinero que puedes invertir en ti mismo y en tu libertad. Cada una de las decisiones que te puedes permitir tomar. Si eso no es el verdadero lujo, Tiffany no es una casa de venta de piedras preciosas. Mientras tanto. Convertirme, como canta Nacho Vegas, en la esfera de un reloj que no tiene agujas.

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