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Lo que no se ve

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Nos hemos acostumbrado a que muchas cosas funcionen mal. Tanto, que ya no lo vemos. Hemos normalizado lo que es disfuncional y hemos aprendido a convivir con lo que debería ser extraño. Yo hago mi lista de rarezas sin poder salir de mi perplejidad cotidiana, sin saber cómo contener el estupor. Comparto algunas de las cosas que ya no somos capaces de ver o que, en caso de atisbarlas, las camuflamos tras una densa niebla…

No nos parece mal que algunos pueblos vean alterada su tranquilidad porque unos alcaldes 'luminosos' han decidido entrar en una competencia demencial por los iluminados navideños. Se habilitan presupuestos inmensos y se tensan las costuras de la convivencia sin ningún problema, cuando, en esos mismos pueblos, a veces, se racanean unos pocos miles de euros que permitirían que sus habitantes tengan actividad cultural o creativa todo el año.

Es casi 'natural' que se firmen convenios y contratos millonarios a la luz del día por los que se privatizan servicios básicos —como la salud— o por los que se construyen carreteras de dudosa urgencia a precios que no sabemos ya ni calcular. No vemos los goles que nos cuelan cada día en el sorprendente proceso que hace menguar nuestros derechos a cambio del crecimiento sostenido de los beneficios privados.

Ya no parece raro que un adolescente, en una clase de un instituto público, defienda que Franco era un dictador pero que José Antonio Primo de Rivera era un intelectual que buscaba el bien común. En tiempos de flacidez, habrá que contestarle con la suavidad del terciopelo para que no sienta que sus precarias convicciones de hierro atentan contra su derecho a opinar en esta terrible dictadura comunista en la que, según escuchamos cada día sin escándalo, vivimos.

No hay sorpresa alguna en la 'desaparición' forzada de las noticias de lo que tenga que ver con Gaza y de quienes habitan ese gran cementerio al aire libre; tampoco nos genera desconcierto que un imperio impida que los venezolanos vuelen a casa por Navidad o que un nazi sin uniforme vaya a presidir el gobierno de uno de los países con más peso en Suramérica. 

Nos parece normal que los diferentes departamentos de la comunidad autónoma o de los ayuntamientos estén a 15 de diciembre sin resolver convocatorias de subvenciones de las que depende el imprescindible quehacer del tercer sector, esa maraña de entidades sin ánimo de lucro que dan servicio a decenas de miles de cántabras y cántabros. El bloqueo burocrático tensa la vida de estas organizaciones y, en muchos casos, hace inviable su trabajo, ese que ya hacen con las uñas y a costa de demasiado voluntarismo (que no debería ser lo mismo que el voluntariado).

No genera alarma que con dinero público se paguen actos infantilizadores en los que papa Noel recibe a personas mayores de muchos municipios de la comunidad autónoma en una fría carpa instalada en una plaza con nombre de flor con la intención de “luchar contra la soledad” en una operación que se reduce a un maldito bingo bailable y al consiguiente cocido montañés.

Hemos reducido a una pancarta ritual la reacción ante la abrumadora estadística de mujeres asesinadas por sus parejas y no ha generado ningún tipo de alarma social los últimos datos del Ministerio del Interior de los hechos registrados que nos recuerdan que seis niñas menores de 13 años son agredidas sexualmente cada día en España, que se cometen 14 violaciones contra mujeres cada 24 horas, que los menores de entre 14 y 17 cometen una de cada diez agresiones sexuales con penetración y que cuatro de cada diez víctimas tienen menos de 18 años. No ver esto, no ver lo que esta sociedad patriarcal y violenta está generando es estar dispuestas a convivir con el dolor siempre y cuando haya suficientes luces navideñas que nos impidan abrir los ojos.