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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

El país de los enemigos

Arnaldo Otegi.

Paco Gómez Nadal

España es un espacio hostil. A veces, no sé si es una nación, varias naciones, un estado o un ring de boxeo. Tenemos la costumbre de acabarnos, de derrotarnos eternamente. No somos Sísifo, somos la inmensa e incontenible piedra que lo hace regresar loma abajo para empezar de forma cíclica un ritual autodestructivo que incluye, de forma inexorable, la destrucción del otro (entendiendo por el otro un enemigo voraz).

Sé que hay razones históricas para entender esta sociología de la inquina, esta antropología del desacuerdo y la intolerancia, pero me agotan, porque funcionan como dispositivos justificadores de la sinrazón.

Mientras en el Congreso de los Diputados se representaba la opereta de la “nueva política” y en los juzgados de Palma se asistía a la telenovela del “yo no sabía nada”, en algunos medios se practicaba la apología del odio al enemigo al albur de la salida de prisión de Arnaldo Otegi. Qué más da que haya cumplido una dudosa sentencia de cárcel, qué nos importa que a la luz de la esquizofrénica justicia española sea un hombre con sus derechos restituidos, qué carajo nos va a afectar que 12.000 personas llenaran Anoeta en un acto político de un sector importante de la sociedad vasca, por qué vamos a tener en cuenta el fin de la lucha armada o por qué vamos a apostar a palabras como política, reconciliación o futuro… al enemigo hay que humillarlo, hundirlo, acabarlo al 100%. No es este país para la convivencia, sino para la victoria. Ya lo garabateó Franco en Burgos el 1 de abril de 1939: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. La guerra, en esta lógica aplastante (y aplastadora), no termina con un acuerdo o con un pacto en una mesa de negociación, sino cuando el enemigo está “cautivo y desarmado”.

Los propagandistas del odio, tan abundantes en este país de inquina, y los periodistas “constitucionalistas” no escuchan el cambio de discurso de la izquierda abertzale. Les importa un cuerno que Jon Maia hable de la diversidad cultural y territorial de la que nace la sociedad vasca actual, no quieren escuchar a Otegi cuando reconoce los errores de la lucha armada o cuando apela a la política como único camino para la defensa de los principios propios. No. Leo que lo llaman “dirigente de ETA” o que denominan a los actos de recibimiento tras su salida de prisión como “aquelarres etarras”. Tampoco ayuda Otegi al seguir hablando de la lucha contra el “enemigo”, aunque, si les soy sincero, yo después de seis años y medio privado de libertad igual hasta era menos mesurado.

No soy vasco y no soy nacionalista. Es más, cada vez soporto menos los nacionalismos, por obtusos y pequeño burgueses. Las injusticias, el capitalismo, el patriarcado o la desposesión de los pueblos no se solucionan con nuevas naciones sino con la disolución del modelo liberal de Estado-nación. Pero creo profundamente en la convivencia, en la gestión de los conflictos desde la política, en la libertad de autodeterminación o de automarginación de quién quiera hacerlo, en la humanidad del otro y en la necesidad de re-conocimiento que todos y todas tenemos. Quizá por eso, cada vez me duela más España o como se llame esta amalgama de lugares y gentes cargadas de saña y dispuestas a vomitar sobre el vecino antes que compartir un mendrugo de pan con él.

No soy español, o al menos no quiero que esa la característica por la que se me adjetivice. Soy un ser humano con un nombre singular, con una historia personal única y con un acumulado colectivo compartido. Soy mis ideas pero, ante todo, soy mi capacidad de convivencia. No quiero tolerar a nadie, quiero convivir con él. No quiero se amigo de todas, pero sí puedo ser convivir hasta con el que un día pudo ser (o quiso ser) mi enemigo.

Escribo con estupor desde cierta distancia. Llevo días inmerso en un conflicto armado de dimensiones incalculables aprendiendo de víctimas y victimarios, observando su generosidad, su capacidad de reconciliación o, al menos, de reconversión en el conflicto. Creo que España nunca ha querido un proceso así. Los vencedores de la cruzada cristiana (también denominada reconquista) no permitieron el disenso. Los vencedores de la guerra civil convirtieron en delito el pensamiento. Los constructores de la democracia nos imponen valores que excluyen a una buena parte de la sociedad. Si ese es mi país, renuncio a él. Si ese es el proyecto de futuro que nos ofrecen, yo me muevo a otros espacios más amables antes de que se me contagie la mala baba existencial y política que parece estar grabada en el genoma colectivo de este lugar sin alma. El país de los enemigos no es el mío.

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