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Primera Página es la sección de opinión de eldiario.es Cantabria. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

La Marca España

La Marca España promocionando en Dubái el turismo de lujo y de compras.

Jesús Ortiz

Oigo a los políticos contarnos repetidamente las bondades de la Marca España, una operación para mejorar la imagen del país en el exterior, si no lo he entendido mal. Seguramente lo hacen convencidos, porque a ellos la Marca España les debe sentar muy bien. Imagino cómo los reciben en los entornos liberales europeos: “Hombre, tú eres de esos que han conseguido que los españoles trabajen por el salario de los chinos, ¡qué grandes políticos sois!”. Y nuestro político, halagado, acepta con modestia solo la mitad del elogio: “No, no… como los chinos todavía no, nos falta una legislatura aproximadamente”. Sí, en algunos sitios es probable que la Marca España sea una muestra de categoría y quien la ostenta se convierte inmediatamente en alguien respetable.

Pero a otros no nos va tan bien el cobijo de esa etiqueta. El sotafirmante es un empresario de limitadísimo capital, pero cada año se patea una o dos ferias internacionales y cada semana hace alguna llamada por teléfono y cambia incontables emails con países de tres continentes. Y al hacerlo se encuentra con que al intentar un acuerdo comercial con un colega extranjero, ser español pone inmediatamente en guardia al interlocutor. La famosa Marca España de la que se jactan nuestros líderes políticos es como la marca de Caín: quienes cargamos con ella somos inmediatamente mentirosos y ladrones compulsivos hasta que no se demuestre lo contrario. Que se demuestra después de una pila de años de adelantar el pago de todo: gran ayuda, la Marca España.

Hay dos o tres docenas de ideas que recorren nuestra civilización con distintos ropajes; una de ellas es la de los justos que salvan el mundo. Precisamente 'Los justos' se llama el poema de Borges que es una de estas versiones, donde su autor, gran conocedor del poder literario de las listas, va enumerando a personas sencillas y acaba así: “Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo”. Más antigua es la bíblica destrucción de Sodoma, que se hubiera evitado de haber nada más que diez justos. La idea es esa, precisamente: unos pocos justos. Unos pocos justos en medio del ruido y la furia tendrían el poder de salvarnos a todos.

Pero aquí los justos somos más, muchos más. Ese señor que toma el café a su lado en el bar, aquella mujer que se acerca a la papelera a depositar un envoltorio, el muchacho que empuja la silla de ruedas sorteando los charcos, y así hasta millones. Millones que no sabemos impedir que las élites arramblen con lo público, pero que seguimos haciendo que el mundo funcione, con esas élites y todo. Cualquier interlocutor con dos dedos de frente comprende que para mantener a los saqueadores de que disfrutamos se necesitan millones de trabajadores y empresarios honrados que paguen puntualmente sus impuestos. Pero muchos millones.

Y entonces, ¿por qué en los negocios internacionales nuestros colegas extranjeros nos creen miembros de la legión de mangantes y no de la mucho más numerosa de los currantes?

Probablemente lo que ocurre es que a toda esta multitud de justos no le queda tiempo ni dinero para dejarse ver en revistas ni noticieros: está ocupada ganándose la vida. Así que a los que se ve es a los otros, que son numerosos, sí, pero que no se cuentan por millones, sino por miles, quizá decenas de miles. Y con ellos se construye la Marca España.

Seguramente no podemos competir con nuestro propio Gobierno a la hora de proyectar nuestra imagen en el exterior. Pero para nuestra propia imagen debemos recordar que somos nosotros los que hacemos el país y lo salvamos cada día, los justos numerosos.

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